Félix Población
En un reciente viaje a Asturias volví
a visitar Centro de Interpretación que lleva el nombre de Armando
Palacio Valdés en Entralgo, una pequeña localidad
del valle del Nalón. La primera vez que lo hice, hace muchos años,
la casona estaba abandonada y ruinosa, denotando la desidia propia del viejo
régimen ante la cultura, incluso en el caso del autor de Las aguas
bajan negras, que fue siempre un ciudadano conservador al que la
muerte, sin embargo, sorprendió en Madrid en 1938, la ciudad
que tan heroicamente resistió al asedio por tierra y aire de los militares
sublevados. El distanciamiento del escritor de la política data de los tiempos
en que fue secretario del comité del Partido Republicano Posibilista a
finales del siglo XIX, una vez fallecido su líder, Emilio Castelar,
en 1899.
Para saber del pensamiento de Palacio
Valdés en su ancianidad, recuerda Andrés Saborit en su
libro Asturias y sus hombres un artículo publicado por
el escritor en el diario ABC el 24 de noviembre de 1934, poco después de la
Revolución de Asturias, y que con el título Tiempos borrascosos nos
muestra al autor esperanzado, tras afirmar que los tiempos tormentosos son más
tónicos que los lánguidos. Dice Palacio: “Yo espero para nuestra España días de
prosperidad. En el cielo no hay estrellas negras. La que mejor nos alumbrará se
llama Cultura. Si ésta no nos vuelve mejor, por lo menos nos hará menos
bravíos. No es cuestión de camisa limpia y agua de colonia, sino de libros. El
libro es el talismán que abre las puertas de la paz. El respeto del hombre al
hombre es el único signo de civilización. No me asusta que lo niños canten La
Internacional en las escuelas; lo que me preocupa es que no respeten al que no
la canta; ni que algunos señores alcen el puño, si lo guardan cuando hablan a
los que tienen las manos abiertas”.
Como lector precoz del novelista
asturiano, al que empecé a leer en la pubertad con una primera novela que se
inicia en Gijón (La alegría del capitán Ribot), ensalzada por su
amigo Leopoldo Alas “Clarín”, siempre sentí curiosidad por saber de
su último tránsito vital en aquel Madrid en guerra durante los gobiernos
del Frente Popular. Fue así como el excelente escritor Rafael
Narbona me habló de su padre, que había sido secretario de don Armando
y había escrito un pequeño ensayo, publicado en 1941 bajo el título de Palacio
Valdés o la Armonía, en el que traza unos apuntes biográficos del
novelista, seguidos de un análisis literario de algunas de sus obras,
desde Marta y María al Álbum de un viejo,
segunda parte de la Novela de un novelista.
Es en este libro de Rafael Narbona donde
encontré referencias –bien es cierto que excesivamente literarias y
hagiográficas- a los casi dos años de guerra que vivió el escritor en Madrid
antes de su muerte el 29 de enero de 1938. Obviamente, por ser Narbona un autor
adscrito a los vencedores, se refiere “al fracaso del movimiento salvador en
Madrid” cuando escribe que el conflicto sorprendió a Palacio en su residencia
de El Escorial. Esta localidad, según Narbona, “conoce los horrores
de las turbas; la colonia veraniega se agrupa en los patios del Monasterio,
convertido en prisión, pero el chófer del Maestro logra evitar que éste, por su
ancianidad, sea conducido al regio alcázar”.
El escritor regresa a Madrid en
septiembre y se refugia en su hogar, en la calle Maldonado. Se
encuentra imposibilitado, enfermo, recluido en su domicilio y prisionero de las
circunstancias, pues su automóvil ha sido requisado: “Palacio ve deslizarse el
tiempo junto a su mujer, releyendo sus libros favoritos, escéptico las más de
las veces, pesimista a ratos y optimista siempre respecto al futuro. Solo
entonces se iluminan sus ojos azules con claridades de esperanza y resurge la
amenidad de su charla; pero, en ocasiones, se advierte en sus ojos un brillo de
lágrimas…”.
Es en esos meses cuando don Armando
escribe su obra póstuma, Álbum de un viejo, en la que afloran
recuerdos y pensamientos de todo tipo. Anota Narbona que apenas tiene visitas y
relee con frecuencia a Shakespeare. Entre los pocos colegas que
pasan por la casa están los hermanos Serafín y Joaquín
Álvarez Quintero. Por esos días estaba pendiente de su estreno en Madrid,
adaptada por estos populares autores, la novela de Palacio Valdés Marta
y María, expectativa con la que ambos hermanos trataban de animar al
enfermo con la posibilidad de que asistiera a la primera función. También
visitó a Palacio Valdés en la clínica esos días la popular cantaora Estrellita
Castro, según Luis Paul. La tonadillera interpretaba un papel
en la función La hermana San Sulpicio, basada en la novela
homónima de Palacio.
La salud del escritor está cada vez más
resentida, según Narbona. Sufría neuralgias y las pérdidas momentáneas de
conocimiento eran cada vez más frecuentes, hasta convertirse en alarmantes y
obligar al ingreso del enfermo en un sanatorio después de sufrir un ataque de
uremia el 17 de enero, según escribió su amigo el escritor Luis Paul,
otra valiosa referencia para saber de la enfermedad y muerte de don Armando.
Gracias a la información aportada por este, conocemos que el escritor lavianés
había sufrido unos años antes una caída en un tranvía que le ocasionó la rotura
del fémur izquierdo, quebrantando notablemente su calidad de vida. Por Paul
sabemos también que posiblemente la última entrevista que concedió el autor de
varias decenas de novelas y algunos ensayos fue la que le hizo el corresponsal
del diario argentino La Nación.
Palacio Valdés no era consciente de su gravedad y esperaba volver a su casa a los pocos días de su ingreso en el sanatorio. Momentos antes de la agonía, una enfermera de la clínica Santa Alicia, propiedad del hijo de Vital Aza (el escritor natural de Pola de Lena y amigo de Palacio), marca un número de teléfono para que el enfermo se incorpore en la cama e intente hablar con su mujer. Según cuenta Narbona, la debilidad de sus palabras obliga a la enfermera a repetirlas. “Cuando su mujer llega al sanatorio -leemos en el citado libro-, los ojos del Maestro están vidriosos; sólo al darse cuenta de su presencia, toma entre sus manos las de ella y sus pupilas se iluminan fugazmente; mas su voz, entrecortada, fatigosa, es casi imperceptible, y, no obstante, hay en su corazón una esperanza de vida, cuando ya la muerte ha envuelto en brumas su cerebro y ha montado su guardia permanente para emprender ese largo viaje del que nunca se vuelve”.
No nos habla Narbona del interés que
mostró en sus últimos días Palacio Valdés por ser enterrado en su pueblo natal.
Lo imposibilitó la guerra, por lo que su inhumación en el cementerio de La
Carriona de Avilés, en donde transcurrió parte de su
niñez, solo fue posible en 1945. Parte de su biblioteca, salvo las primeras
ediciones de sus muchas obras, fue donada por su segunda esposa, Manuela Vega Gil, a la Universidad de Oviedo.
Como en mis anteriores visitas a
Entralgo, 5 volví a realizar con esta última un grato paseo por la amena senda
conocida como La aldea perdida, hasta la vecina localidad
de Villoria, con el macizo de la Peña Mea bajo la
literaria niebla descrita por el novelista. En el pueblo natal del escritor
todavía permanece en uso docente el edificio de la vieja escuela y tiene además
el viajero el gusto de comprobar la amable disponibilidad, diligencia y buena
gastronomía con las que Ángel obsequia a comensales y
huéspedes en La Casona de Entralgo, próxima a la del novelista
lavianés.
*Este artículo ha sido publicado también en Nortes.
diario del aire
DdA, XVII/4979
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