lunes, 6 de septiembre de 2021

LA LUZ SUBE Y SUBE: ¿POR QUÉ NO PASA NADA?

La desmovilización que comenzó coincidiendo con el nacimiento de Podemos es un objeto de discusión —o un lugar común— desde hace ya mucho tiempo

Pablo Elorduy

Por qué no pasa nada?”. La pregunta aletea por las mesas y las sillas y se va apagando a medida que la conversación trata de atrapar una teoría. Está tan sobada que las personas reunidas en la terraza apenas pueden reparar en otras preguntas, que quizá serían más interesantes, como dónde, cuándo y cómo se producirá un chispazo que dé pie a una nueva serie de protestas por las condiciones de vida. 

El miércoles, 1 de septiembre, la web humorística El Mundo Today resumía el estado de las cosas con un titular: “Los españoles, a un paso de comprobar si quemar contenedores puede generar electricidad”. El mismo día, Pedro Sánchez anunciaba una subida del Salario Mínimo Interprofesional que, postergada desde el comienzo de 2020, busca atajar la sensación de que el Gobierno, que admite que este año el recibo de la luz subirá un 25%, está paralizado ante la avaricia de las eléctricas. 


El coste de la vida sube, los beneficios de las eléctricas no se tocan, los salarios lo harán solo después de un año congelados. Con la Ley de Vivienda empantanada —difícilmente provocará cambios palpables en el corto plazo incluso si sale adelante en esta legislatura— y la luz por todo lo alto, Sánchez ha intervenido en el aumento del salario mínimo, que es donde —pese a las quejas de la patronal, que las emite casi por deporte— se rompen menos puentes con el poder. La pregunta que sobrevuela la conversación es si ese legislar para que nada se rompa tiene algún efecto o si no hay nadie en las calles aunque no tenga efectos.

La web humorística número uno bromea con ello. Pero, ¿por qué no pasa nada? ¿Por qué todo lo que rodea a las protestas aparece siempre en condicional? ¿Por qué parece una cuestión de otros?

Encender o incendiar

Otra broma: Ciudadanos sigue vivo. De hecho, su portavoz, Inés Arrimadas, lanzó esta semana una frase que, de algún modo, resume para lo que sirve su partido, para imaginar lo que pudo haber pasado si, en la primavera-verano de 2019, Albert Rivera hubiera asumido el papel para el que estaba programado. “Si no estuvieran en el Gobierno ya habrían incendiado las calles”, dijo Arrimadas, en referencia a Unidas Podemos. Si no estuvieran virtualmente fuera de las calles, Ciudadanos estaría en el Gobierno.

La lógica del espacio político amplio que un día representó Ciudadanos es que siempre protestan los otros, puesto que, quizá no hace falta decirlo, en ese espacio político no hay problemas en pagar un poco más por la luz o un alquiler alto, solo hay problemas si se trata de pagar más impuestos y ni eso justifica una manifestación. Pese a que se ha equilibrado el balance de protestas, las cosas de comer no generan la movilización de la derecha. Eso no ha cambiado.

Pero la pulla de Arrimadas recoge uno de los argumentos que más debilita a los movimientos sociales en su actual estado de perplejidad (o incubación). La desmovilización que comenzó coincidiendo con el nacimiento de Podemos es un objeto de discusión —o un lugar común— desde hace ya mucho tiempo. En su fase actual el debate es si Unidas Podemos desmoviliza para vivir tranquilo en el Gobierno o si es “la izquierda” —los sindicatos de concertación son las otras organizaciones de referencia de ese significante vago— la que se mantiene dócil para no descomponer por la vía rápida el precario proyecto de Gobierno de coalición. Otra vez lo manoseado del debate arruina otras preguntas más interesantes.

La táctica de arrancar pequeñas cosas al PSOE exasperaba a priori a quienes, pocos, sostienen que entrar en el Gobierno fue un error. Pero el problema más importante es cuando no se arranca nada, por pequeño que sea; cuando se toca el hueso del interés sistémico. Entonces no basta la presencia en las instituciones, entonces hace falta el contrapeso —si no el contrapoder— que ahora no se ve por ninguna parte.

Se dan, eso sí, otros fogonazos espontáneos: protestas por la intervención policial para acabar botellones. Como vienen se van y, sin embargo, indican que hay algo bajo esa superficie en la que no pasa nada a pesar de lo que está pasando.

La afirmación de Arrimadas no es interesante solo por lo que supone de escarbar en una de las llagas más importantes del espacio político del cambio —esa pérdida de capacidad de movilización como consecuencia de la entrada en las instituciones— sino que, al elegir el verbo “incendiar” introduce otro tema que trasciende la actual experiencia en el Gobierno. La vieja cuestión de si la protesta llamada pacífica —criticada también como “ciudadanista”— sirve en estos tiempos crispados para conseguir que el Gobierno tema más una respuesta social amplia que la ira de los poderes económicos. 

El mood de la época sugiere que lo que podemos esperar de una movilización contra las subidas del precio de la energía y el lucro de las eléctricas es una catarsis que comience por la violencia espontánea —“la rabia del pueblo” y la quema de contenedores— y termine con la violencia organizada en forma de cargas policiales, propuestas de sanción, juicios y/o años de cárcel para un grupo más o menos amplio de chivos expiatorios. Pero las profecías que aciertan son aquellas que se emiten después de los hechos.

La pregunta vuelve a revolotear la mesa. Alguien elucubra con que hay un vacío en los modos de organizar la protesta. Que durante un tiempo funcionó la autoconvocatoria a partir de las redes sociales y que eso terminó con otro tiempo anterior de bloqueo y perplejidad. Porque, recuerda ese alguien, no es la primera vez que se produce ese vacío de organizaciones y movimientos con legitimidad y capacidad de contrapoder. Pero ya se acabó esa capacidad, dice.

Existen las burbujas, dice, y las burbujas por definición no se juntan, las personas bajo cada una de ellas no se ponen de acuerdo. Así que no pasa nada porque nadie sabe cómo hacer que pase, dice. Porque en las redes actualmente uno solo puede zarandear el brazo de otra persona y preguntarle ¿qué más hace falta para que pase algo?

Como dándole la razón, al día siguiente de la conversación, un hombre de 54 años apedreó el escaparate de una oficina de Naturgy. Al ser detenido explicó que no había podido contenerse.

El Salto  DdA, XVII/4942


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