Fernando Llorente Arrebola
El pasado
17 de Septiembre, a la edad de 84 años, se nos fue Jimena Alonso; una muerte
plácida, pero en soledad, que la atrapó en el bello hogar que había levantado
en la finca “La republicana”, en la falda del Almanzor, el rincón de paz y
naturaleza que la acogió sus últimos 20 años de merecido descanso en la
localidad abulense de Poyales del Hoyo. Una muerte repentina, demasiado
repentina e imprevista que nos ha dejado en shock a las personas que la amamos
tanto, que recibimos tantos dones de esta mujer excepcional… Así que me
dispongo a escribir las líneas más tristes de mi vida dedicadas a una de mis
mejores amigas, a una de las personas más importantes que he conocido en mi
tránsito por Gaia.
Estuve con Jimena apenas 24 horas antes
de su último vuelo. Durante estos 20 años de estancia en la vera del Tiétar
habíamos mantenido una larguísimo e intenso diálogo infinito que se articulaba
en torno a periódicos encuentros en los que antes, durante y sobre todo después
de unas suculentas comidas, unos vinos y ese humo azul que nos brindaba
esporádicas pero efectivas briznas de cielo, desmenuzábamos la actualidad
política (cada vez más amarga, ciertamente), compartíamos la pasión por la
historia y la literatura, por la música y el arte, nos deslizábamos con
delicadeza por las confidencias emocionales y sentimentales que nos curaban de
la soledad y el aislamiento que ambos sentíamos en un entorno rural socialmente
hostil, confidencias y confianzas que fueron el cimiento sentimental de una
amistad tan profunda como intensa, tan apasionada como terapéutica.
Compartíamos la pasión por la historia y
la literatura, por la música y el arte, nos deslizábamos con delicadeza por las
confidencias emocionales y sentimentales que nos curaban de la soledad y el
aislamiento que ambos sentíamos en un entorno rural socialmente hostil
En esa última conversación que se ha
quedado clavada en mi alma como un tesoro, pero también como un dolor infinito,
tratamos de importantes cuestiones personales que no vienen al caso, me relató
su reciente visita al Museo del Prado con su muy querido nieto mayor, tratando
de transmitirle su pasión por la pintura y por esa pinacoteca que había
visitado con tanta frecuencia… Y es que Jimena es un ser de muchas y grandes
pasiones. Pero en esta ocasión el encuentro incluía la tarea de delimitar los
límites de una entrevista y pactar sus preguntas, una entrevista que íbamos a
grabar una semana después y que luego publicaríamos en la edición extremeña de
El Salto.
La idea se me ocurrió al principio del
verano; en una de nuestras tertulias estuvimos hablando largo y tendido del
dolor que nos provocaba a ambos —pero a ella más— la deriva que había
tomado el movimiento feminista peninsular desde las esperanzadoras huelgas del
8M (que parecen tan lejanas) a las actuales fracturas en torno a cuestiones como
la prostitución, la Ley Trans, lo queer… Ella se sentía especialmente indignada
por el papel que en estas discusiones estaban teniendo sus antiguas compañeras
de activismo feminista desde los tiempos del tardofranquismo y los primeros
años de la transición. No daré sus nombres porque en la cabeza de todas están
algunas de las veteranas lideresas de la actual deriva reaccionaria y/o
institucional de un sector minoritario del feminismo, algunas de las cuales
habían sido también, junto con Jimena, pioneras del movimiento en los albores
de la “democracia otorgada” del 78. Me fui a casa pensando en que era una
verdadera lástima personal y una pérdida colectiva que las opiniones tan
cargadas de sentido común, pero también de radicalidad y modernidad, de esta mujer
se quedaran circunscritas al ámbito privado de nuestras conversaciones
personales. Así que me atreví a ofrecerle las páginas de El Salto para que
expusiera sus luminosas ideas.
Jimena Alonso, que había sido una
persona muy pública, que había estado en el corazón del activismo feminista
hasta principios de los 80, se había sumido en un silencio total que ya duraba
35 años después de su traumático descenso al infierno de la cárcel
La cuestión de una entrevista era
delicada incluso en el plano personal pues Jimena Alonso, que había sido una
persona muy pública, que había estado en el corazón del activismo feminista
hasta principios de los 80, se había sumido en un silencio total que ya duraba
35 años después de su traumático descenso al infierno de la cárcel. Una mujer
tan luchadora y apasionada no iba a renunciar a sus ideas por mucho que
sufriera torturas y más de cuatro años de dura prisión, por mucho que sufriera
la pérdida de su trabajo o por mucho que padeciera el ostracismo incluso
respecto al movimiento que había contribuido a forjar. Así que durante estos 35
años no dejó de implicarse en las luchas de su entorno más cercano: desde la
defensa del Parque Natural de Cabo de Gata a la recuperación de la memoria
histórica, el municipalismo, la oposición a las guerras de Irak (causa que le
tocaba en lo personal, porque había vivido en Bagdad, dónde nacieron sus dos
hijas Alda y Viviana), el 15M o el primer momento ilusionante de Podemos, y por
supuesto siempre apoyando las movilizaciones feministas… Pero ya todo eso lo
hacía en segundo plano, con una humildad encomiable pero injusta consigo misma,
porque ella tenía madera de líder, era una maestra natural, una dirigente nata
no por ambición sino por claridad de ideas, don de gentes y fuerza personal,
una persona de mente despierta y pasión audaz. Podemos considerar la pérdida de
esta líder natural como otro efecto colateral de la violenta conformación del
estado centralista en la reforma posfranquista.
En este sentido, ofrecerle una
entrevista conllevaba el riesgo de que otra vez renovará su autocensura, pero
sea por las causas que fueran esta vez aceptó, para alegría de la redacción de
El Salto Extremadura y sobre todo para alegría de sus hijas e hijos, porque más
allá de las cosas interesantísimas que pudiera decir, el aceptar salir de nuevo
a la tribuna pública era un signo de curación o superación de su profundo y
lacerante trauma personal-político. ¡En mala hora decidimos postergar la
publicación de la entrevista a septiembre para que tuviera una mejor difusión!
El jueves 16 de septiembre, en nuestra
última reunión antes de la grabación le planteé que la pregunta que yo
consideraba que debía abrir la entrevista era, precisamente, por qué había
aceptado después de 35 años de silencio hablar en nuestro medio, de modo que
explicara cómo su experiencia carcelaria le había sumido en tan largo silencio.
Y, contra todo pronóstico, me dijo que ella lo había pensado también y estaba
dispuesta a hablar de ello, “los errores que pudiera haber cometido los pagué
con creces, y no me arrepiento de nada”. Se me encoje el corazón al recordar
esta frase y sentir que algo se había curado en ella, que esa profunda herida
que había marcado su biografía y la de sus hijas e hijos, por fin se iba a
airear. El día después de su último vuelo una compañera suya de cautiverio
coincidía en alegrarse de que, por fin, hubiera estado dispuesta a hablar de
“aquello”, de que hubiera roto los sellos que enclaustraban aquel tabú. Pero,
por desgracia, nos vamos a tener que imaginar la enseñanzas que Jimena sacó de
su particular descenso al infierno en las cloacas de esta democracia.
EL TEXTO PROSIGUE EN ELSALTODIARIO.COM DdA, XVII/4959
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