Félix Población
Hace unos pocos años, cuando tuve oportunidad de pasar toda una jornada de otoño en un pueblecito zamorano con uno de los líderes políticos más carismáticos de nuestro país y su compañera, hoy ministra, mostró el primero cierta extrañeza ante mi absoluto desconocimiento de las series cinematográficas que frecuentaba y en las que él es un reconocido experto. Algo así noté también en Pablo Iglesias cuando comprobó mi escaso entusiasmo por mantenerme suscrito a las llamadas redes sociales y a todo aquello relacionado con un mayor reconocimiento público de mi persona y trabajo.
Centrándonos en las series, y una vez comprobada la reciente experiencia de apuntarme al seguimiento de alguna de las que están en oferta, estoy por asegurar que mi falta de interés por las mismas sigue en pie, acaso porque no haya dado con las que más entusiasman al respetable o mis gustos difieran de los de este. Tendré que probar con los títulos que gustan a Iglesias y sobre las que ahora ha empezado a escribir en un medio de comunicación con la satisfacción que cabe imaginar.
Además de la suya, solicitaría al respecto alguna otra recomendación de quienes estén en la pomada, si bien me parece que nunca voy a inscribirme como asiduo a ese mercado, pues creo que debo evitar la dependencia que origina, dado que para mantener en la memoria el capítulo anterior es preciso hacer un seguimiento cotidiano para el que no me creo suficientemente motivado, acaso porque el propio diseño de cada capítulo busca esa motivación en exceso y con claros artificios en el guión.
Tengo muchos libros pendientes de lectura como para hacerme a ese hábito día tras día o noche tras noche, si se considera lo arraigado de mi gusto por los libros: toda una vida. Esta preferencia y la documentación a la que en muchas ocasiones me obligan no pocos de los que leo, relacionados con nuestra historia contemporánea preferentemente, no empece para que, cuando la serie lo merezca, no me resista a perseguir cada uno de sus capítulos con el mismo grado de interés con el que nuestras madres estaban al tanto de los seriales de la radio en los años cincuenta y sesenta del siglo pasado, en cuya recordación ando con ocasión de la lectura del magnífico libro Días de radio, de Luis Rodríguez Olivares y mi admirada Juana Ginzo, recientemente fallecida, Juanita Ginzo tal como se la llamaba en el sobresaliente cuadro de actores de Radio Madrid al que perteneció durante muchos años.
Su voz siempre formará parte de mi más vieja y sentimental memoria, porque -como ya dije en más de una ocasión- a la radio de la que ella formó parte debo en buena medida mi dependencia de los libros, por abrirme las puertas sin fondo de la imaginación. Me empujaron a ello las voces de aquellos sobresalientes actores: Juanita Ginzo, Matilde Conesa, Teófilo Martínez, Pedro Pablo Ayuso, Matilde Vilariño, Vicente Mullor, Selica Torcal, Manolo Bermúdez, Rafael Durán...Todos bajo la batuta del hombre más importante de la radio en España: Antonio Calderón.
Siempre me pregunté si Antonio González Calderón (1915-2006), con todo lo que trabajó primero en Unión Radio y después en Radio Madrid, por qué no intentó escribir unas memorias que nos contaran en primera persona todo lo que gestó, gestionó y vivió en los estudios de la Gran Vía madrileña. Ignoro también si su hijo Javier González Ferrari, también hombre de radio, tiene alguna respuesta al respecto, pues es algo que me ha vuelto a interesar leyendo el valioso libro de Ginzo y Rodríguez Olivares.
Es recomendable para cuantos crecimos a la vera de la radio, a falta de esas memorias de Calderón, otro libro que se ha publicado este mismo año, obra de Ángeles Afuera, jefa de documentación de la SER, si bien sólo se centra en el historial de Unión Radio entre 1925 y 1936: Aquí, Unión Radio. Crónica de la primera cadena española.
DdA, XVII/4952
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