Celso Miranda
Termino la semana vacunado, que no inmunizado (aún he de esperar unos días), sin más efectos secundarios que un leve dolor de hombro que se esfuma en poco más de 24 horas. Así que el optimismo debería presidir mi estado de ánimo si uno estuviese también vacunado de ciertas cosas que pasan en nuestro alrededor. No soporto la frase "yo no soy político" que, en el colmo de los colmos, he escuchado ampliamente incluso en reuniones políticas. Y lo político, querid@s amig@s, sigue doliendo. En la Asamblea de Madrid intenta anidar el racismo, cogiendo rango de racismo institucional. El racismo como negación/impugnación del otro es una fase previa a la violencia desatada, como conocemos bien por la historia del fascismo nazi. Ayuso cobija bajo su ala ese tipo de comportamientos, y aún tiene tiempo para poner en un brete a su próxima pieza de caza mayor: Pablo Casado. Este, si no tenía poco con chapotear en los lodos de la Kitchen, que surgieron para tapar las inmundicias de la Gürtel, tiene que defender al Rey de su compañera de filas, que no se ha leído la Constitución ni por el forro. Si todo este oleaje debe haber mareado al líder (todavía no consolidado) del PP, la realpolitik catalana ha venido a abrirle más vías de agua. No sólo no carburan las mesas petitorias contra los indultos en la geografía hispana, sino que los poderes fácticos catalanes (Iglesia incluída) han dicho por boca de Garamendi que ya está bien, que sin estabilidad no hay economía. Y la estabilidad en Cataluña, Gramsci lo sabría decir mejor, pasa por no llevar la contraria al pensamiento hegemónico. Así que, para rematar, al pobre Casado no se le ocurre otra cosa que vincular el anuncio de la desaparición de las mascarillas al aire libre con el de los próximos indultos a los presos catalanes. Y, ahora, ¿quién lleva la bandera de la libertad? ¿Ayuso de la mano del Ku Klux Klan? ¿Casado en su semana horribilis, y las que vendrán? Vacunado, sí. Pero no impermeabilizado, todavía.
DdA, XVII/4882
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