Poco después de que esta revista saliera a la calle en 1976, se tienen noticia de las primeras exhumaciones espontáneas que los familiares de las víctimas del franquismo llevaron a cabo. Óscar Rodríguez nos participa su trabajo como fotógrafo a lo largo de la última década al pie de las fosas del olvido: 5.000 imágenes y un centenar de vídeos conforman su crónica gráfica.
Félix
Población
Con
motivo de la publicación hace unos años en esta misma editorial de mi libro La memoria nombrada, hube de buscar la
portada entre las miles de fotografías existentes sobre la exhumación de fosas
de víctimas del franquismo. Elegí una que ocultó durante más de ochenta años
los restos mortales de Abundio Andaluz Caballero, abogado, vicepresidente de la
Diputación de Soria en 1936, músico y hombre de bien. Concejal del ayuntamiento
de Burgo de Osma (Soria) por Izquierda Republicana, director de la Banda de
Música y del Orfeón Burguense, las gafas de Abundio fueron lo primero que
apareció entre la tierra que cubría sus huesos cuando la asociación Aranzadi
excavó en la Cuesta del Temeroso, cerca de la citada localidad.
Esas
gafas en primer término, antes de que los restos óseos de la víctima asomaran a
la luz, me parecieron el objeto idóneo para simbolizar lo que quiso ser y no
llegó cuajar como un periodo de regeneración, progreso, cultura y nuevos
derechos cívicos y sociales en la historia de España. Las gafas, a su vez, eran
una invitación explícita a leer la memoria que escondieron los victimarios en
cunetas y cementerios para proteger su impunidad y tratar de enterrar en el
olvido a quienes lucharon contra el fascismo durante la guerra y la posguerra.
Gracias
a esa imagen conocí la obra de Óscar
Rodríguez, como fotógrafo de la Asociación para la Recuperación de la Memoria
Histórica, entregado desde hace una década a revelar con su cámara cuanto tuvo
lugar a pie de fosa mientras se llevaban a cabo esas exhumaciones, que no
llegaron a contar con el apoyo suficiente de una precaria Ley de la Memoria
Histórica, aprobada por el primer gobierno de Rodríguez Zapatero en diciembre
de 2007, y que los gobiernos de la derecha no solo se limitaron a ignorar sino
que llegaron a despreciar.
Todos
hemos escuchado alguna vez la recordada frase de Vázquez Montalbán acerca de la Transición en España, afirmando
que esta fue resultado de una correlación de fuerzas y debilidades entre el
tardofranquismo y la resistencia democrática. Los primeros tenían casi todo el
poder pero les faltaba la legitimidad y los segundos no tenían poder alguno pero
contaban con toda la legitimidad. Así fue como llegó una Ley de Amnistía,
entonces quizá ineludible para perdonarse los unos a los otros, pero también
eso supuso una ley de amnesia que se prolongará demasiado tiempo, mucho más
allá de los periodos conceptuados como transicionales. Montaigne escribió: sin
memoria no tengo pasado, ni presente, tan solo tengo algo muy fugaz
desvinculado de todo.
Mientras
se cocía a base de pactos esa Transición en la alta política, muchas familias
en este país seguían llorando en silencio a los miles de muertos republicanos
que estaban enterrados en fosas y cunetas sin nombre esparcidas por toda la
geografía nacional. Otros tomaron la iniciativa espontánea y humana de empezar
a buscar sus restos mortales. Recuerdo a este respecto uno de mis reportajes en
1977 en la localidad palentina de Dueñas, en donde unos familiares estaban
buscando la fosas o fosas en donde habían sido enterrados los suyos, todos fusilados
por las tropas golpistas. Era comprensible entonces que nuestro encuentro con
aquellos familiares se estableciera también de forma medio clandestina. El
recuerdo de la dictadura era reciente y aquellas personas se tomaron todas las
precauciones para que la gente del pueblo
no los viera hablar con unos periodistas de Madrid. El miedo seguía muy
vivo en la memoria colectiva.
En
ese tiempo, en efecto, y contando con aquella democracia en pañales, ya se
realizaban exhumaciones en algunos puntos de la geografía peninsular, aunque
ahora pueda parecernos algo insólito. De entre las que podrían citarse están
las de Puebla de Alcocer (Badajoz). Este posiblemente fue el último pueblo que
durante la guerra mantuvo izada la bandera tricolor. Un mural en cerámica copia
del Guernica de Picasso y obra de Anxo Pires recuerda la represión. Muy cerca de esta localidad se cometió una
masacre de la que fueron víctimas parte de los últimos contingentes del
ejército republicano, una vez fueron detenidos
y encarcelados en el campo de concentración próximo a Casas de don
Pedro, en el olivar de los cortijos Casa Zaldívar y Casa de la Boticaria. Las
víctimas eran integrantes de la Brigada Mixta 109.
Se
calcula que fueron fusilados/ametrallados entre 50 y 100 personas en ese lugar y
fue una mujer llamada Felisa Casatejada, a la que le habían matado dos hermanos
de 17 y 19 años, quien pidió permiso a las autoridades competentes para su
exhumación y, de paso, la de todas las víctimas. Estábamos en noviembre de
1978, todavía en periodo preconstitucional y con buena parte del aparato del
viejo régimen en activo. Aun así, un periodista de la revista Interviú escribió un reportaje titulado:
Casas de Don Pedro, 39 años después de la
matanza. El pueblo desentierra a sus muertos. En un libro de Palomo
Aguilar, Memoria y transición en España.
Exhumaciones de fusilados republicanos y homenajes en su honor, se nos
cuenta la resistencia que hubo a esa ceremonia por parte de la derecha local.
Los
efectos del intento de golpe de Estado del 23-F, según hizo constar el médico y
antropólogo forense Francisco Etxeberria, de la Sociedad de Ciencias Aranzadi,
se dejaron notar en aquella búsqueda espontánea de las víctimas del franquismo
que se advirtió a finales de los setenta. Después, durante los casi catorce
años de gobiernos del PSOE, nada se hizo en apoyo de esa iniciativa, como
tampoco cabía esperarlo con mayor motivo durante las dos legislaturas de José
María Aznar, en las que sí asistimos, en cambio, al florecimiento de una red de
historiadores revisionistas que encontraron muy receptiva acogida en los
sectores más reaccionarios de la sociedad, pues su discurso hacía reverdecer
los méritos del caudillaje franquista como paladín y defensor del occidente
cristiano contra el comunismo internacional. Se podría pensar que aquella
historiografía repentina venía a suplir la carencia de determinación de unos
gobiernos teóricamente de izquierda que nada hicieron en defensa de quienes
perdieron la vida y seguían olvidados bajo tierra, aun siendo muchos
pertenecientes al Partido Socialista.
Con
el siglo en curso nacieron las asociaciones memorialistas, con una primera
exhumación por parte de la Asociación para la Recuperación de la Memoria
Histórica (ARMH) de una fosa común en la que se encontraban los restos de 13
republicanos civiles asesinados por un grupo de pistoleros falangistas el 16 de
octubre de 1936. Ocurrió en la localidad leonesa de Priaranza del Bierzo, en el
mes de octubre del año 2000. Numerosas personas acudieron al lugar de la
excavación entonces para pedir ayuda y buscar más desaparecidos, algo
totalmente inalcanzable bajo el gobierno de la derecha. En 2004, como
consecuencia de la invasión de Irak y las mentiras sobre la autoría de los
terribles atentados del 11 de marzo, el Partido Socialista volvió a gobernar, y
esta vez, a los tres años de gestión, por fin, y tras aquel discurso de
investidura de Zapatero que tanto impactó en la derecha con el recuerdo de su
abuelo el capitán republicano fusilado por sus compañeros felones, en España
hubo una Ley de Memoria Histórica, muy precaria, muy timorata, sí, pero al
menos era algo después de treinta años de democracia.
El
16 de octubre de 2008 supimos por el auto del juez Baltasar Garzón, de la Audiencia Nacional, que el número de
desaparecidos se cifraba al algo más de 114.000, desglosado por provincias, una
cifra que luego aumentó y sobre cuyo número exacto no hay coincidencias ni casi
la posibilidad de establecerla. Por esos años la actividad de las asociaciones
memorialista había traído consigo que los reportajes y noticias sobre la
Memoria Histórica tuvieran una mayor cobertura en los medios de comunicación.
Le
vuelta de la derecha al gobierno, con Mariano Rajoy como presidente, supuso que
este no sólo no prestara atención alguna a una ley aprobada por el Parlamento,
sino que se sintiera satisfecho de no haber dado un solo euro de los
presupuestos generales a la Memoria Histórica, aunque -eso sí- se sintió muy
molesto de que se cambiara en su Pontevedra natal el nombre de una calle que
hasta ese día honraba a un tal almirante Salvador Moreno, el mismo que cañoneó
desde el mar la ciudad de Gijón a las miles de personas que huían de Málaga a
Almería en lo que se llamó desde entonces Carretera de la Muerte.
Todos
hemos escuchado alguna vez las necedades que responden algunos estudiantes de
secundaria cuando les preguntan sobre la personalidad de Franco, nada digamos
si nos remontamos al periodo republicano o a los episodios y generalidades de
la guerra de 1936. Si durante la Transición hubo lo que muchos llaman un pacto
de olvido o mutua condescendencia través de la llamada Ley de Amnistía y otras
componendas posiblemente necesarias, soy de los que piensan que ese periodo
debería haber sido lo más breve y transitorio, porque lo suyo hubiese acometer con
determinación planes de estudio y formación que permitieran el acceso de las
jóvenes generaciones a un conocimiento mucho más documentado de la historia que
les pertenece como ciudadanos de un Estado democrático, esa historia que como
le dijeron a Almudena Carracedo las generaciones del exilio económico al ver su
película El silencio de otros, les
han arrebatado.
Es
muy grave advertir ese desconocimiento y que el director general de Memoria
Histórica del primer gobierno de Pedro Sánchez, después de la moción de censura
contra Rajoy, considerara con tanto retraso que “la represión franquista debía
estudiarse en los colegios”. ¿Qué se hizo hasta ahora, señor director general,
después de más de veinte años en los que su partido ha gobernado a este país?
El propio hecho de que el extraordinario film de Carracedo nos haya llegado al cabo de cuarenta años de
democracia refleja con claridad las lagunas de conocimiento histórico
perpetradas con buena parte de nuestro siglo XX.
Por
todo esto y por lo que queda pendiente ante la nueva Ley de Memoria
Democrática, cuando avanzamos hacia el medio siglo de la muerte del dictador,
es más de valorar el álbum testimonial que el fotógrafo Óscar Rodríguez,
sociólogo jubilado, ha elaborado con miles de fotografías de las fosas
exhumadas a lo largo de los últimos diez años, complementado además con los
testimonios manuscritos de los familiares que vivieron esa experiencia. La dimensión
de trabajo en cifras contabiliza un total de 5.000 imágenes expuestas en la red,
correspondientes a un centenar de exhumaciones y homenajes a las víctimas, a lo
que hay que añadir otro centenar de vídeos subidos a la web de la Asociación
para la Recuperación de la Memoria Histórica. Óscar realizó en total de 100.000
fotografías en una década, a lo que se suma hasta cuarenta libros de visitas
con mensajes a pie de fosas de familiares, vecinos y amigos.
Si se le pregunta a
Óscar Rodríguez por que se metió en esto, dice haberlo hecho por el
descubrimiento tardío, ya muy adulto, de una gran ocultación y del horror
vivido “por quienes quisieron construir en España un sistema democrático,
republicano y culturalmente avanzado en los años treinta del pasado siglo, y
que fueron materialmente aniquilados por el fascismo franquista. Esa es una
visión dolorosa para un ser humano perceptivo y hace que se tome conciencia, no
tanto de lo que pudo haber llegado a ser este país como del camino que sí
impidieron iniciar los poderes más reaccionarios de aquellos momentos en
Europa, que emprendieron una prueba de fuego exitosa en España con el golpe
militar contra la República. Por
otra parte, la dimensión de la represión fascista contra la población civil
facilitó una visión aterradora cuando fue ampliamente acreditada la existencia
de miles de fosas comunes, con restos de más de 120.000 víctimas civiles,
diseminadas por todo el territorio nacional. La política del olvido, de la
ignorancia social sobre lo ocurrido, estaba cimentada sobre el terror. En 2010 me incorporé
como voluntario a la ARMH y a ARANZADI, tras jubilarme. Hacía fotografías de
las exhumaciones y de los actos de homenaje, recogía testimonios de familiares
de víctimas y ayudaba en la investigación en los archivos militares, archivos
de la Guerra Civil en Salamanca, etc. De 2013 a 2019 fui tutor de prácticas
externas universitarias para estudiantes de cuarto curso de los grados de
Sociología, Políticas y Antropología Social de la Universidad Complutense. Una
magnífica y muy interesante experiencia, tanto para mí como para los que fueron
mis alumnos, pues asumieron la necesidad de un conocimiento riguroso y
entusiasta de nuestra Memoria Histórica. Para ellos seguía siendo un territorio
casi desconocido, como decenios atrás”.
Cuanta Rodríguez que entre los huesos de las víctimas
enterradas se encontraron objetos variopintos: ropa, gafas, relojes, botas,
minas de lápiz, boquillas para fumar, incluso partes del cerebro conservado y
con un proyectil. “Yo no estaba solo, veía a mis compañeros aplicados en sus
cometidos. Había que superar el horror y cumplir la función de documentar todo
ello. A eso me había comprometido. Siempre son dos mundos, el del equipo que
trabaja dentro de la fosa, a un metro o más bajo el nivel del suelo, y el
exterior donde pasaban otras cosas: había personas que lloraban asombrados de
lo que veían, que comentaban y señalaban con el dedo. También debía de
documentar esos instantes”.
Acerca de los episodios
que más le impactaron, Óscar recuerda especialmente la lucha de Ascensión
Mendieta por la exhumación de su padre, Timoteo Mendieta, arrojado a una fosa
común en el cementerio de Guadalajara, y que llegó a viajar a Buenos, casi
nonagenaria, en busca de la justicia que le negaban en su país, como partícipe
de la llamada Querella Argentina. Gracias a la jueza argentina María Servini de
Cubría, que emitió el exhorto correspondiente ante la justicia española, la
exhumación de la fosa de Timoteo fue
posible en 2017, antes de que falleciera Ascensión. También menciona Óscar como impactantes las fotografías
enmarcadas que llevaban los familiares a pie de fosa, arrancadas de las paredes
de sus casas, así como las cartas y dibujos que muchos de los ejecutados
escribieron o trazaron en las cárceles antes de su muerte.
“Era emocionante
compartir su inquietud –me explica- por lo que podía aparecer o no en la fosa,
ya fuera una dentadura postiza o un ojo de cristal. En las investigaciones
previas, bien para posibles exhumaciones o para la reconstrucción de la
historia de las víctimas, me impactaron especialmente los sumarios militares
contra éstas, donde ya en la primera
página de lo que el fascismo denominaba “Consejo de Guerra Sumarísimo de
Urgencia” figura escrito a mano con un lápiz rojo o azul, a modo de aviso sobre
el contenido y con letras grandes, el término “MUERTE”. Impresiona la lectura
de estos procedimientos construidos artificialmente para justificar miles de
asesinatos”.
Puesto a seleccionar
anécdotas especiales nos cuenta detalladamente Óscar Rodríguez los siguientes
casos: Eugenio Pereda-Fosa de Loma
Montija (BU). Asesinado y hecho desaparecer, junto con otras 23 personas,
en una fosa común bajo un campo de cereal. Todos los restos fueron exhumados
por Aranzadi en 2011. En el Libro de visitas, Eugenio Pereda escribió una
poesía cuando, con diez años, iba con su madre, a reunirse con otras familias
de represaliados junto a la fosa, próxima al pueblo de Loma de Montija. Él no
se resignó a un silencio temeroso de represalias y escribió y leyó en voz alta
su poesía a todas las familias presentes.
Eugenio Insúa Alós- Fosa de El Espinar (AV). Eugenio Insúa,
trabajador de la Fábrica de la Moneda, se alistó voluntario como miliciano, en
julio de 1936, para defender Madrid de los avances del ejército de Franco
cuando ya se situaba sobre la Sierra de Guadarrama, en el Alto del León. Tras
su fallecimiento en combate, fue enterrado en una fosa común en el cementerio
de El Espinar junto a otros 15 milicianos. En septiembre de 2020, a petición de
su hija, Rosa María Insúa, la ARMH llevó a cabo la exhumación de los 16
inhumados intentando localizar al padre de Rosa. Entre los varios objetos
hallados en la fosa y vinculado a uno de los esqueletos, había una alianza de
oro que tenía grabada la fecha de 1 de junio de 1931, justo el día de la boda
de Eugenio con su esposa Irene. Los posteriores análisis de ADN confirmaron la
identidad de Eugenio Insúa como poseedor del anillo.
Con todo, la historia
que más le ha interesado a nuestro fotógrafo fue la de Felipa Peinado, que en 1994, cuando se iba a ensanchar la carretera
de Madrid a Casillas se sentó sobre la fosa en donde están enterrados los
huesos de su padre, Julio Peinado, y desafió a la apisonadora: “Por aquí no
pasará ni un rayo de sol sin que antes se saquen los restos de mi padre y de
los asesinados con él” (en 1936). Luchó para que la gente del pueblo de
Casillas (Ávila) le dijera por qué asesinaron a su padre, a su abuelo y a otros
seis vecinos. Como a lo largo de los años nadie le explicó ningún por qué, y
fueron gentes del pueblo junto con fascistas de Franco quienes los asesinaron,
para ella, Casillas fue hasta el final de su vida por COVID, en abril de 2020,
“El pueblo criminal. La relación entre Felipa y la ARMH comenzó en 2016 cuando
pidió que se buscaran y exhumaran dos fosas que aún quedaban en los alrededores
de Casillas con tres asesinados, el Tío Regino y su sobrino en una, y “El
Patarrillo” en la otra. Las prospecciones no resultaron”.
Camilo de Dios: En 2014, la ARMH inició la búsqueda de su
hermano Perfecto de Dios en el exterior de un muro del cementerio de Chaherrero
(Ávila), donde fue enterrado tras morir tiroteado por la guardia civil en 1950,
cuando pretendía llegar a Madrid, junto a su madre, desde Galicia para
exiliarse. Perfecto era un guerrillero perteneciente al Ejército Guerrillero de
Galicia. Esta exhumación fue posible gracias a la ayuda económica del sindicato
de electricistas noruegos ELOGIT.
Abundio Andaluz: Vicepresidente de la Diputación de Soria,
asesinado en Calatañazor por falangistas en agosto de 1936. No murió en el acto
pues encontraron su cuerpo a un kilómetro del lugar del asesinato, afectado por
carroñeros. En Burgo de Osma dirigió el Orfeón burguense, Procurador de los Tribunales y
concejal por Izquierda Republicana desde 1934.
Fosa
de los Maestros: A pocos
kilómetros de Calatañazor, en las cercanías del pueblo de Cobertelada, se
hallaba la denominada Fosa de los Maestros, donde había inhumados seis
asesinados, cinco de ellos maestros: Eloy Serrano Forcén, maestro de Cobertelada; Victoriano Tarancón Paredes, maestro de Perdiguera
(Zaragoza); Elicio Gómez Borque, maestro de La Seca; Hipólito Olmo Hernández,
maestro de Ajamiel; Martín Artola Morrás, maestro de Ateca (Z). Francisco
Romero Carrasco. Profesor de Matemáticas. Fue uno de los fundadores, junto a
Antonio Machado, entre otros, en Segovia de la Universidad Popular de esa
ciudad castellana. Antonio Machado le dedicó su poema Bodas de Francisco
Romero. También funda, el periódico “El Adelantado de Segovia”, Catedrático en
la escuela normal (magisterio).Estas exhumaciones realizadas en septiembre de
2017, impulsadas por la Asociación Soriana Recuerdo y Dignidad (ASRD) y
llevadas a cabo por ARANZADI, dada la ausencia de dinero público, fueron
posibles gracias al éxito de una campaña de recaudación de fondos, tanto para
los trabajos de exhumación como el posterior análisis de ADN para la
identificación de las víctimas.
A la pregunta de cómo
explicaría a un niño la razón del trabajo realizado, Óscar cree que “la comprensión para una posterior
consistencia social de la Memoria pasa por la enseñanza, desde primaria.
Realidades que hay que explicar en las escuelas e institutos con rigor, con
método, formando parte del currículo, con la participación activa del
profesorado. En concreto, lo más fácil para un niño y un joven es que
presencien una exhumación, a modo de prácticas. Está a la vista todo el proceso
y solo hay que explicarlo, cosa que siempre se hace a pie de fosa. Todos lo
entienden y tienen opinión. Abundan los niños en las exhumaciones, más que los
políticos y jueces”.
-¿Qué esconde este país
tras tantos años de olvido de quienes lucharon por sus libertades?
Después de la derrota y
brutal represión, una dictadura cruel y larga que ha fundamentado un franquismo
sociológico y económico, que sigue ejerciendo un gran poder institucional en la
actualidad. Creo que nuestros líderes políticos de la época democrática no han
tenido el coraje suficiente ni la visión necesaria. Muchos problemas de nuestra
política actual son fruto de esa debilidad, que afecta al propio sistema
democrático. Lo más importante que se debería haber acometido y no se ha hecho
es que nuestra historia reciente forme parte principal en los planes de
enseñanza obligatoria. Es lamentable el desinterés del mundo académico,
particularmente las Universidades, por incorporar como materias la historia
reciente de España y la ausencia de los DDHH. Durante mi periodo de tutor de
prácticas externas universitarias era frustrante comprobar el déficit de
conocimiento, que reconocían los propios estudiantes, sobre la historia
reciente de España. Recuperando la memoria de mi época de estudiante, tenía la
sensación de muy pocos avances y de un gran conformismo académico,
particularmente frustrante la inoperancia de los cuarenta años de esta frágil
democracia, desde el inicio de la denominada Transición. Gran parte de la
derecha española evidencia, sin complejos, su herencia del franquismo cuando al
llegar al poder se vanagloria de recortar los presupuestos destinados a
exhumaciones, divulgación retirada de monumentos franquistas, en general al
concepto Memoria Histórica. Es muy significativa la casi total ausencia de los
jueces en las exhumaciones, a pesar de que siempre que encontramos restos
humanos con evidencias de muerte violenta se denuncian formalmente en los
cuarteles de la guardia civil.
-¿Qué balance personal
harías de este trabajo al cabo de diez años?
La posibilidad de formar
parte de equipos de gente voluntaria, concienciada, responsable y muy
profesional, con los que he acometido un proyecto del que el Estado debería de
haber asumido una mayor responsabilidad en la atención a las víctimas y lo que
representan para nuestra historia democrática. Por supuesto en las leyes, la
investigación, en las exhumaciones, pero también en la enseñanza y la
divulgación. La certeza de participar en un proyecto fundamental para
consolidar nuestra democracia. Aunque hay que remontarse al propio franquismo
para datar la lucha inicial y silenciosa de las familias por recuperar los
restos de las más de 120.000 víctimas, especialmente las víctimas civiles
asesinadas en retaguardia durante la guerra y la posterior dictadura, podríamos
considerar el año 2000 el del inicio de una nueva época, por el impulso de la
sociedad civil organizada.
“La memoria no es una
elección -escribió el poeta leonés Juan Carlos Mestre hace pocos meses con motivo de
la presentación del libro Agujeros en el
silencio, de Emilio Silva-, sino un imperativo categórico, una
facultad de naturaleza inherente a la
condición humana, y su amputación como ejercicio primordial de la conciencia
constituye la consumación inicial del discurso autoritario: la negación de la
identidad del que difiere, el asesinato de la conciencia de individuo, el
delito criminal y abominable de suprimir el recuerdo biológico, la recordación
emocional y la remembranza de cuanto nos constituye sinápticamente como sujetos
de memoria. El intento de extirpar la memoria, individual y colectiva, de los
procesos sociales constituye una perversidad dialéctica comparable al
exterminio de la conciencia y la aniquilación moral de la persona, la pérdida
definitiva de todo respeto por la condición humana, la agonía de los seres
privados de memoria, de los pueblos desposeídos de su pasado, del duelo negado
a los dolientes y de la privación última de su ya única existencia en el
recuerdo de los muertos”.
Nada mejor que añadir a
lo dicho por el gran poeta leonés con muy buena y enjundiosa prosa que los versos
de otra gran poeta, en este caso la catalana Angelina Gatell (1926-2017):
No
dejéis que el silencio, como fría argamasa,
apague la memoria de aquellos que quedaron
hundidos en la tierra, en la linde del alba.
No dejéis que sus huesos, pulidos por el barro
permanezcan secretos. Izadlos como antorchas,
coronad con sus llamas el fuego que tuvimos
cuando todo era espanto, cuando todo era sombra.
Ellos fueron su amparo, su razón, su sentido.
Recobradlos. Traedlos hasta nuestro presente.
Dad al aire sus nombres como ramas crecidas
en la entraña secreta. Recordad que nos dieron
claridad y conciencia. No dejéis que la muerte
señoree el olvido ni su luz aterida
pues de ella crecimos. Somos sólo su efecto.
*Artículo publicado en el número de junio de 2021 de la revista El Viejo Topo
DdA, XVII/4871
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