Después
de condenar el asalto al Capitolio estadounidense por una turba de fascistas
amamantados por el mismísimo presidente de aquella república, cuyo narcisismo
patológico marcará para siempre su presencia en la Casa Blanca, Pablo Casado y los
de Colón no han dudado en seguir una vez más a su modelo y cabecilla de la
extrema derecha.
Además
de nauseabundamente falaz, la infame comparación entre lo ocurrido en
Washington y la manifestación convocada por la izquierda española ante el
Congreso en octubre de 2016 revela una vez más la desfachatez y miserable proceder
de la oposición en España. La única manifestación que en los últimos años ha
rebasado el cordón policial ante el palacio de la carrera de San Jerónimo ha
sido la celebrada el pasado 3 de marzo, en la que policías y guardias civiles,
convocados por un sindicato de extrema derecha, contaron con el apoyo expreso y
presencial de diputados de la derecha trina.
Liderados
por el partido que representa al trumpismo en España, Casado y Arrimadas -una
lideresa plastificada en irremediable declive- han utilizado el asalto fascista
al Capitolio de Washington para atizar por enésima vez en lo que va de año –y en el transcurso de una grave pandemia- la polarización política en España, cuando
lo que única y objetivamente cabe denunciar en esta ocasión es que la extrema
derecha, liderada por Trump, ha escenificado un episodio de suma gravedad para
la pervivencia de los valores democráticos, no sólo en Estados Unidos.
En
este país, además de carecer de una derecha capaz de advertir el papel jugado
en la historia por líderes del carisma excéntrico, narcisista y ultramontano de
Donald Trump -con algún ex presidente al que podría tentarle el
papel de salvapatrias-, la derecha tiene como guía de su proceder el de una
extrema derecha totalmente identificada con el trumpismo, cuya metodología
política se basa en la falacia y la conspiración (ojo al expansivo movimiento político-religioso
QAnon), al objeto de que prenda sobre el suelo abonado por la ignorancia y el
miedo, dando como resultante final el odio.
En
lugar de ser España una nación especialmente sensible a los riesgos de esa
siembra -tan pródiga de esparcimiento en el fascismo digital-, tal como debería
haber aprendido este país de su propia historia contemporánea, asistimos a un incremento
de ese mefítico estigma al que sólo le faltaba la presencia de una extrema
derecha en el Parlamento con capacidad de contagiar hasta tal punto al
principal partido de la oposición y hacerla suya.
Lo
ocurrido en el Capitolio no es una anécdota. Setenta millones de electores
votaron a Trump y es muy posible que si al cuadragésimo quinto presidente de
los Estados Unidos se le deja salir de la Casa Blanca como si no hubiera pasado
nada, esos setenta millones de votantes lo aguarden para dentro de un
cuatrienio. No demos, por lo tanto, al modelo Trump por caducado.
La última hora DdA, XVII/4726
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