martes, 8 de diciembre de 2020

NIÑOS DE MADRID MUERTOS POR LA METRALLA, DEDICADO AL REY

Félix Población

Con ocasión de la mensajería terrorista difundida recientemente por un grupúsculo de militares retirados, en la que se vertían las mayores barbaridades que se han podido leer en este país desde los tiempos de la sublevación de quienes les precedieron hace más de ochenta años, traigo otra vez a colación -como ya lo hice con ocasión de algún artículo escrito hace bastantes años- el poema que Vicente Aleixandre escribió en 1937, con ocasión de los bombardeos facciosos contra la población civil sufridos por la ciudad de Madrid durante la Guerra de España. De todos es sabido que en uno de esos mensajes, alguno de esos altos mandos retirados de las Fuerzas Armadas a los que pagamos todos -en activo y en retiro- tuvo la atrocidad de perpetrar un grave delito de odio contra el que la Fiscalía deberá actuar enérgicamente, pues nada menos que se habla del fusilamiento masivo de 26 millones de españoles (la mitad de España, que decía su ídolo), entre los que se contarían, para que la purga fuera absoluta, mujeres y niños. El poema de Aleixandre se titula Oda a los niños de Madrid muertos por la metralla y creo que sería oportuno enviarlo a los redactores del próximo discurso de Navidad del silente Jefe del Estado, por si les sugiriese algo más que un ominoso y preocupante silencio:


Se ven pobres mujeres que corren en las calles
como bultos o espanto entre la niebla.
Las casas contraídas,
las casas rotas, salpicadas de sangre:
las habitaciones donde un grito quedó temblando,
donde la nada estalló de repente,
polvo lívido de paredes flotantes,
asoman su fantasma pasado por la muerte.
Son las oscuras casas donde murieron niños.
Miradlas. Como gajos
se abrieron en la noche bajo la luz terrible.
Niños dormían, blancos en su oscuro.
Niños nacidos con rumor a vida.
Niños o blandos cuerpos ofrecidos
que, callados los vientos, descansaban.
Las mujeres corrieron.
Por las ventanas salpicó la sangre.
¿Quién vio, quién vio un bracito
salir roto en la noche
con la luz de sangre o estrella apuñalada?
¿Quién vio la sangre niña
en mil gotas gritando:
¡crimen, crimen!,
alzada hasta los cielos
como un puñito inmenso, clamoroso?
Rostros pequeños, las mejillas, los pechos,
El inocente vientre que respira:
La metralla los busca,
la metralla, la súbita serpiente,
muerte estrellada para su martirio.
Ríos de niños muertos van buscando
un destino final, un mundo alto.
Bajo la luz de la luna se vieron
las hediondas aves de la muerte:
aviones, motores, buitres oscuros cuyo plumaje encierra
la destrucción de la carne que late,
la horrible muerte a pedazos que palpitan
y esta voz de las víctimas,
rota por las gargantas, que irrumpe en la ciudad como un gemido.
Todos la oímos.
Los niños han gritado.
Su voz está sonando.
¿No oís? Suena en lo oscuro.
Suena en la luz. Suena en las calles.
Todas las casas gritan.
Pasáis, y de esa ventana rota sale un grito de muerte.
Seguís. De ese hueco sin puerta
sale una sangre y grita.
Las ventanas, las puertas, las torres, los tejados
gritan, gritan. Son niños que murieron.
Por la ciudad gritando,
un río pasa: un río clamoroso de dolor que no acaba.
No lo miréis: sentidlo.
Pequeños corazones, pechos difuntos, caritas destrozadas.
No los miréis: oídlos.
Por la ciudad un río de dolor grita y convoca.
Sube y sube y nos llama.
La ciudad anegada se alza por los tejados y alza un brazo terrible.
Un solo brazo. Mutilación heroica de la ciudad o su pecho.
Un puño clamoroso, rojo de sangre libre,
que la ciudad esgrime, iracunda y dispara.

DAN MIEDO, por David M. Rivas

Comparto la reflexión que Pedro de Silva hacía ayer en la prensa sobre los manifiestos, cartas y chats de unos cuantos militares. La importancia de lo que dicen no proviene de su labor como funcionarios del estado, ni de sus valores morales, ni de su ejemplaridad profesional, ni de su aportación intelectual, ni de su prestigio personal. Sus escritos importan en tanto que tuvieron a su mando a gente armada y en su capacidad para asustar a la población. Es más, amedrentan porque pueden, porque se remiten a su capacidad de dar golpes de estado y provocar guerras y posguerras monstruosas. Por eso su idea de fusilar a 26 millones de personas no es vista como un chiste de viejecitos chochos, sino que todos tenemos memoria de lo que ya hicieron antes. Esos militares jubilados dan, sencillamente, miedo. Lo que yo añadiría a la reflexión de quien fuera presidente de Asturias es que hasta hace poco tiempo mandaban en tropa y formaron durante décadas a los mandos militares actuales, entre ellos al actual rey. Como yo confío firmemente en la fuerza de la enseñanza, no puedo creer que no haya ninguno entre esos militares hoy en activo que piensen como sus antiguos instructores. Y el capitán general de las fuerzas armadas sigue callado. Callar ante la propuesta de un alzamiento militar y de plantear la necesidad de fusilar a 26 millones no creo yo que esté entre los deberes de neutralidad de un rey constitucional.

                DdA, XVI/4692                 

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