miércoles, 30 de diciembre de 2020

EL DERRIBO DEL CINE "LOS CAMPOS"

 


Félix Población

No habrá gijonés o gijonesa de avanzada edad que pueda ser indiferente a la fotografía de Vegafer (pequeña estatura, regordete, cabello moreno, bigote, gafas y vespa) que publicó el diario local El Comercio el 17 de octubre de 1964. Quienes habíamos disfrutado de tantísimas tardes dominicales de cine familiar en Los Campos, quizá no reparásemos esos días en que el derribo de aquella gran sala circular con bancadas de madera en el gallinero, no pocas pulgas y banda sonora de pipas de girasol en los dientes, ponía fin a nuestra niñez. 

Creo recordar, a falta de documento que lo acredite, que el fin de Los Campos coincidió más o menos con mi estreno como espectador en una película para mayores en el cine Avenida, cuando aún no tenía los 16 años requeridos para que el portero me franqueara la entrada. Me acompañaba mi amigo el pintor Pepe Iglesias Barrial (Ibarri), algo mayor que yo, que lucía ya un convincente asomo de barba y fumaba en pipa como correspondía a un artista en agraz. "Desde Rusia con amor" era el film que se proyectaba, con el joven actor Sean Connery recientemente fallecido como protagonista.

Lo que más me intrigó de las atrayentes imágenes de aquella película no tolerada con la que me estrenaba como espectador novicio fue el hecho de que la viril y peluda naturaleza de James Bond desnudo y recién duchado, cubierto sólo con una escueta toalla, no se hiciera notar ante la deslumbrante belleza erótica de la actriz Daniela Bianchi que nosotros sí celebrábamos espontánea y ostensiblemente en nuestros asientos y que de seguro hubiéramos aplacado si el miedo no fuera superior a la lozana y pujante naturaleza de nuestro sexo.

Desde aquella tarde de sábado con lluvia y paraguas guardé al céntrico cinema Avenida una especial gratitud, personificada en el portero de la sala, consciente sin duda de que mi edad no era la permitida, más por mi cara de niño que por el temor al rechazo con el que puse en su mano el ticket correspondiente. Es muy probable que desde ese día, aunque hubiese seguido en pie el viejo cine Los Campos, aquellas sesiones de cine familiar tolerado ya no tendrían ningún interés para mi. 

Con el derribo del edificio inaugurado en el verano de 1876 con el nombre de Teatro-Circo Obdulia, se ponía fin a una larga historia de espectáculos que entretuvo el ocio de la ciudad durante casi un siglo. Aunque ya en los años veinte se proyectaron varios filmes de cine mudo, fue a partir del éxito del cine sonoro cuando, en 1930, el Obdulia pasó a denominarse Cine Campos Elíseos, si bien los gijoneses abreviaron el nombre, que pasó a ser Los Campos y dio lugar a que aquella zona urbana se llamara hasta hoy así, en sustitución de viejo nombre de La Florida. Además de sesiones cinematográficas, no faltaron en su programación atracciones centrales y espectáculos teatrales, así como un congreso de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), un homenaje a Melquiades Álvarez y sucesivos eventos de carácter político durante la segunda República.  

Todos cuantos asistimos a aquellas sesiones dominicales a primera hora de la tarde, con el cocido dominical todavía en el gaznate, debíamos soportar antes toda una pugna de apretujones entre los barandales de la entrada para ganar los mejores asientos no numerados de las bancadas de madera, a peseta la localidad, de las que estaban exentos los espectadores más pudientes que accedían a sus localidades de balconcillo o entresuelo y butaca de patio por otro acceso más digno, con portero uniformado, chaqué, gorra de plato y botonadura y hombreras doradas, sin que su colega de gallinero luciera semejante traza, salvo la de la gorra, mucho más modesta.

La estructura circular de la sala determinaba el trazado anular del escenario y las localidades del público. La cavidad del aforo era espectacular, o al menos así lo recuerdo, sobre todo la de los asientos en bancada ascendente de galería o gallinero, en donde se sentaba el público más follonero, capaz de escupir desde las primeras filas a los privilegiados de butaca de patio o lanzarles bolas de chicle o las cáscaras de las pipas de girasol saladas. También era en las localidades altas donde se prorrumpía en pataleo o silbidos aislados cuando Franco aparecía en el Nodo (siempre), y también, con mayor estruendo, cuando el beso de los protagonistas paralizaba durante un rato las acciones violentas de la película, algo que al público masculino más menudo le parecía un melindre, además de una lamentable pérdida de tiempo. 

Fue en 1963 cuando el Ayuntamiento de Gijón decretó el cierre de la actividad cinematográfica. Se llegó a decir que la decisión se debió a que en la parte posterior del edificio había un importante polvorín perteneciente al vecino cuartel de la Guardia Civil. A la plantilla del cine, formada por más de treinta personas, se la indemnizó con un total de 15.000 pesetas, cantidad totalmente insultante desde cualquier punto de vista, sobre todo si se repara en todos los sueños que despuntaron ante aquella pantalla, cubierta por un telón lleno de anuncios publicitarios en el que entreteníamos la espera buscando palabras. Si fuera cierto lo del polvorín, podría haberse dado el caso de que aquel viejo cine lleno de sueños hubiese explotado en una de aquellas sesiones de cine familiar llenas de niños y abuelos, pero eso es algo que quizá no podríamos ahora dilucidar. 

       DdA, XVI/4715       

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