Con solo horas de diferencia se nos murieron durante el estado de alerta por la pandemia Juan Genovés y Julio Anguita. En unas circunstancias normales, y no en las que vivíamos, los dos hubieran merecido un homenaje público a sus respectivas vida y obra. Confiamos entonces en que lo habría cuando pasara aquello, a menos que cuantos merecidos elogios se escribieron en los obituarios de uno y otro se quedaran a la postre en nada, como quizá pueda ocurrir.
Si junto en este artículo los nombres de ambos es en razón a uno de los cuadros más conocidos del pintor valenciano, cuyo significado histórico marca el inicio de la Transición en España. Genovés, el artista de El abrazo, falleció en una etapa histórica marcado por la anulación del abrazo por prescripción sanitaria, al igual que le ocurrió al líder comunista y perspicaz analista político.
Ambos se nos fueron sin que en sus respectivas ceremonias de despedida fueran posibles los múltiples y emocionados abrazos de sus amigos y camaradas. Por eso creo que la democracia española, en una coyuntura en la que las adversidades socio-económicas al servicio de las derechas airadas podrían debilitarla, debería tener -a modo de necesario refuerzo que la estimule-, un día lo más cercano posible en su previsiones de agenda para celebrar ese gran homenaje popular pendiente a Juan Genovés y a Julio Anguita.
Sería una excelente oportunidad para que el abrazo de los demócratas sume fuerza y fuerzas de cara al porvenir. Me da que nos van a hacer mucha falta y que su necesidad se no hará cada día más apremiante. “La crisis climática y las nuevas pandemias pondrán en marcha un nuevo fascismo para gestionar la escasez”, dejó dicho don Julio, y me temo que su premonición va teniendo cada vez más fundadas bases.
Nos queda su palabra, tan avisada, y también –a modo de alerta para su interpretación más cabal- aquel nauseabundo veto impuesto por Vox a una declaración institucional en memoria de Juan Genovés en el mismísimo Congreso, donde está colgada la obra que plasmó nuestra convivencia en libertad frente a las sombras retrógradas que ese partido encarna y representa sin ningún complejo.
A esa traba de la ultraderecha contra el autor del abrazo de los demócratas habría que darle la réplica pertinente con un gran acto de homenaje popular que abrazara la memoria del político y el artista. El valioso testimonio de su ejemplo y su obra lo merecen. Y la democracia lo necesita tanto como siempre en este país. Olvidarlo podría ser un síntoma de que su deterioro es mucho mayor de lo que parece, como también se desprende de la huida de nuestro exjefe del Estado a una dictadura extranjera por presuntos delitos de corrupción.
En esa línea, me han parecido muy preocupantes las declaraciones de Jaume Assens en una reciente entrevista. Según él, hay una operación en marcha para tumbar al actual Gobierno de coalición y subvertir el orden constitucional, así como una pretensión por parte de la derecha de ganar con la justicia (atrincheramiento en el Consejo del Poder Judicial) lo que perdió en las urnas. En refuerzo de esa opinión podría estar la llamada de Felipe VI al presidente en funciones del Consejo del Poder Judicial para expresar -de modo subrepticio- su disconformidad con el Gobierno, partidario de que el rey no presidiera la entrega de los despachos a los nuevos jueces en Barcelona. Para Pérez Royo, esa llamada contraviene la definición de monarquía parlamentaria en el artículo 1.3 de la Constitución. La cínica excusa de la Casa Real afirmando que se trataba de un acto privado, casi añade más certidumbre a la posibilidad de que el rey se haya apuntado a esa operación derribo del actual Gobierno.
El abrazo de los demócratas podría dejar de ser un símbolo personificado en las personas de Anguita y Genovés para configurarse como una necesidad en marcha hacia la tercera República Española. Si el rey no se siente cómodo con su papel constitucional, debería tomar la alternativa de la abdicación, siguiendo los pasos de su padre, antes que la derecha y la ultraderecha lo hagan suyo, tal como está ocurriendo. El problema serio para Felipe VI -leí hace poco en las redes sociales- llegará el día en el que los de “¡viva el rey!” sean sólo los que decían “¡viva Franco!”.
DdA, XVI/4630
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