Un sondeo entre adolescentes pone de relieve que los chicos y las chicas de nuestro país quieren ser de mayores como Fernando Simón, al que consideran como el jefe más deseable de todos. No es que nuestros chavales hayan dejado de lado a otros ídolos de la infancia como Leo Messi o Maribel Verdú, pero han empezado a valorar otras formas de comunicación menos impactantes, pero más constantes.
Sorprende agradablemente esta forma de pensar de nuestros adolescentes que, según la encuesta patrocinada por la empresa de trabajo temporal Adecco y no por el Gobierno o el CIS ( y lo digo para cordiales odiadores de José Félix Tezanos), encuentran en la explicación tranquila y sencilla de Fernando Simón una manera de llegar hasta los más jóvenes.
Contrasta esta aspiración de los chavales de nuestro país con la repugnancia de muchos de sus padres y adultos españoles hacia la figura de este médico responsable del Centro de Coordinación de Alertas, a quien le imputan la responsabilidad de la pandemia. Entre el epidemiólogo de oficio y estudios, elegido para el cargo por el Gobierno del PP y esta cantidad de virólogos por la Universidad de Internet que solo saben llevar la contraria a quien les informa sobre la salud del país, hay una enorme diferencia, básicamente, de sentido común.
Pero lo que le sucede a Simón no es nuevo en nuestro país. Ya otros científicos y personalidades de relieve a lo largo de la historia han sufrido el odio irracional de los más obtusos de esta España de charanga y pandereta.
A Ramón y Cajal, don Santiago, premio Nobel de Medicina en 1904, las fuerzas más oscuras de esta piel de toro le achacaron que sus estudios sobre histología eran un ataque contra la religión y la vida de este país. Como se ve, la ignorancia es muy atrevida.
Y que quereis que os diga del desprecio de los españoles de pro por Juan Negrín, uno de las mayores glorias científicas de este país, que luchó por la ciencia tanto como por la República y que ha sido considerado por los rojigualdos como una mala bestia comunista. Uno de sus discípulos, Severo Ochoa, fue premio Nobel de Medicina en 1959, cuando trabajaba en Estados Unidos. Lógicamente, si hubiera estado en España sería todo un desconocido.
Y si hablamos de Literatura, tenemos que referirnos a uno de los mejores escritores de la historia de España, Benito Pérez Galdós, que este año se cumplen los cien años de su muerte y que a punto estuvo en 1912 de recibir el premio Nobel de esta especialidad, pero una conjura de la Iglesia y de fuerzas reaccionarias de nuestro país forzaron a la academia sueca a cambiar el nombre del vencedor.
La jerarquía católica española recibió el no Nobel a Galdós como otro triunfo de la fe, henchidos de orgullo y de victorias de la religión, como la que consiguieron en 1910: nada menos que el fusilamiento del educador catalán Francesc Ferrer y Guardia por pretender priorizar la educación pública sobre la religiosa.
Había previsto titular este artículo "Que inventen ellos", tal y como explicó Miguel de Unamuno en una de sus contradictorias afirmaciones públicas, pero me dí cuenta de que es un mensaje ya muy manidos y que incluso llegué a utilizar más veces.
Opté, entonces, por celebrar a mi manera el primer centenario de la existencia de la Legión Española, que se cumple también en 1920 y con la que su fundador, José Millan Astray, persuadía a sus seguidores de la perennidad de su obra: muera la inteligencia, la frase de los que odian todo aquello que es contrario a su forma de ser.
DdA, XVI/4585
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