Félix Población
Hace casi tres años se le otorgó a Hilda Farfante Gayo, incansable activista por la memoria democrática de este país, un premio muy significativo en el historial de esa memoria: el Premio a las Libertades Rafael del Riego. Dicho premio lo conceden los ayuntamientos de dos localidades unidas a la figura del militar liberal: el de Tineo en Asturias, en una de cuyas localidades (Tuña) nació y tiene su casa, y el de Las Cabezas de San Juan (Sevilla), en donde el entonces teniente coronel proclamó la Constitución de 1812 el 1 de enero de 1820, dando paso al primer periodo de monarquía constitucional de nuestra historia con el llamado Trienio Liberal.
Acerca de Riego leí hace
tiempo, en su mismo pueblo natal, uno de
los primeros ensayos que se escribió sobre su perfil biográfico y el movimiento
que encabezó. Es obra de una olvidada escritora tinetense, Eugenia García
Infanzón (1888-1941), que utilizaba el seudónimo de Eugenia Astur. Prologado
por Miguel Maura y con un texto de Miguel de Unamuno sobre el liberalismo, el
libro se imprimió en 1933 en la Escuela Tipográfica de la Residencia Provincial
de Niños de Oviedo. Creo que mi edición databa de 1984.
La invasión francesa de los
Cien Mil Hijos de San Luis restableció el régimen absolutista en 1823. La
oposición de Riego lo llevó al patíbulo en la Plaza de la Cebada de Madrid,
después de defender en el campo de batalla la Constitución de Cádiz, popularmente
conocida como La Pepa por promulgarse el día de San José. Aquella lucha tuvo sus
versos y sus acordes, atribuidos los primeros al teniente coronel Evaristo San
Miguel y sin autoría conocida la composición musical. Unos y otra serán muchos
años después el himno oficial de la segunda República, la misma a la que se
debieron los padres de Hilda, asesinados por las tropas sublevadas en
1936.
Como tantos otros republicanos
ejecutados por los vencedores de la guerra incivil, los padres de Hilda
Farfante (Balbina y Ceferino) fueron maestros en Cangas del Narcea y el
mencionado premio se le concedió a su hija "por su dedicación a
la recuperación de la memoria histórica y el legado educativo de los maestros
de la República Española, que representa a la vez una voluntad personal y un
anhelo muy ampliamente sentido de reposición de la verdad y de resistencia al
olvido en el marco de una defensa continuada de los Derechos
Humanos".
Hilda Farfante, con casi
noventa años de edad, ha dicho estos días en el diario El País, después de mucho
tiempo reclamando verdad, justicia y reparación, según podemos leer en el mismo
periódico hace una década: “Urgente: la voz se me está apagando y no quiero
dejar a mis padres en una cuneta”.
En Asturias, donde fueron
asesinados los padres de Hilda, se mantienen hasta la fecha -trece años después
de la aprobación de la Ley de Memoria Histórica- más de medio centenar de
símbolos franquistas, la mitad de los cuales perduran en edificios eclesiales.
Esa es la mayor dificultad para la consejera de la presidencia de aquel
gobierno, mientras el arzobispo de aquella diócesis eleva preces a la Santina
de Covadonga por la salvación de España.
Hilda Farfante quiere que le
permitan abrazar los huesos de quienes le dieron la vida antes de que se le apague
la voz. Muchos otros hijos de los vencidos no pudieron hacerlo. Ella tenía
cinco años cuando asesinaron a sus padres. Llama a los dos días en que los
perdió, la separaron de sus hermanas y la ocultaron en los montes los días del espanto. No se debería enterrar
esa voz sin ese abrazo porque han sido demasiadas las voces enterradas así durante cuatro décadas. Tantas para
tantos huesos como para temer que sobre unas y otros puede repetirse la
historia.
*Artículo publicado hoy también en La última hora
DdA, XVI/4546
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