miércoles, 1 de julio de 2020

EL CASO DE ANA MARÍA Y SUS HIJAS Y LA VIOLENCIA DE OLONA

Cuando alguien haga la historia del parlamentarismo español a partir de Vox -creo que algún analista debería intentar el estudio del renacimiento del neofranquismo en nuestra democracia-, va a encontrar piezas tan abundosas de ignominiosos dislates como la protagonizada por una diputada del citado partido al negar -en un estado de excitación retórica casi febril del que debería cuidarse- la existencia de la violencia de género en nuestro país, teniendo como tenemos ejemplos tan descarnados como el ocurrido recientemente y que a continuación comenta Pablo Álvarez. Pareciera que a la soflama atrabiliaria de esa sujeta hace unas fechas, desde la tribuna del Congreso, le respondiera la realidad flagrante con el caso del agresor de Ana María y sus hijas -diez veces denunciado por la víctima- para ratificar lo que sobradamente demuestran los múltiples asesinatos del terrorismo machista que se dan en España, cuya incidencia informativa en los medios de comunicación televisivos sigue ocupando lugares secundarios.

Diez denuncias, no una ni dos, diez. En diez ocasiones denunció Ana María a su agresor, una decena de veces acudió a comisaría a contar el acoso que estaba sufriendo, un acoso que también afectaba a sus hijas de dos y cinco años.
La vigilaba, la seguía, la insultaba, la amenazaba, llegó incluso a tirar piedras contra su balcón, pero nadie la tomó en serio, nadie creyó a Ana María, nadie hizo nada para protegerla. Y el acosador, sabiéndose impune, pasó de las amenazas a los hechos y roció con sosa cáustica a Ana María y una de sus hijas, la otra pequeña se libró gracias a que su madre pudo interponerse entre ella y el agresor. Afortunadamente, Ana María y sus niñas siguen vivas, pero arrastrarán las secuelas del ataque durante toda su vida, no solo las físicas, también las psicológicas. El monstruo, que continúa en libertad y del que, por respeto a su "presunción" de inocencia, aún no conocemos su rostro, además de abrasarlas con sosa cáustica, las ha condenado a vivir con miedo, les ha jodido la vida.
Tres víctimas más que subir al contador de esa violencia que, a pesar de que los hechos son los que son y desmontan sus mentiras, algunas y algunos se empeñan en negar.
Mentiras que alientan y blanquean a los asesinos y señalan y estigmatizan a las víctimas.
La realidad nos muestra que, por mucho que las bestias sigan gritando que la violencia no tiene género, el machismo sigue acosando, agrediendo y asesinando. Y quienes lo niegan, quienes tienen la desvergüenza de afirmar que es el hombre quien está desamparado por la legislación, SON CÓMPLICES.
DdA, XVI/4546

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