viernes, 19 de junio de 2020

GIJÓN BAJO LAS BOMBAS: LOS NEGATIVOS PERDIDOS DE CONSTANTINO SUÁREZ*



Félix Población

Abro con esta fotografía de Constantino Suárez este artículo, dedicado a su memoria, porque tiene por fecha la del 26 o 27 de enero de 1937, segundo y último año de la Guerra Incivil en Asturias y en Gijón, la ciudad que será ocupada por las Brigadas Navarras el 21 de octubre de ese mismo año. Sabiendo que el autor de la instantánea será detenido y encarcelado cuando eso ocurra, por su compromiso ideológico y profesional con el socialismo,  se podría identificar la sensación ambiental desoladora y fría que transmite la imagen como un trasunto del ánimo del propio Suárez ante la amarga realidad cotidiana de la guerra que vive su ciudad desde hace cinco meses y que él ha fotografiado con un celoso y testimonial seguimiento.

Durante ese tiempo  y lo que reste de contienda, Constantino Suárez va a ser un adelantado del fotoperiodismo, como lo había sido desde que se inició en la profesión. En el punto de mira de sus dos cámaras Contax y Leica va a quedar grabada la intrahistoria más trágica sufrida por la ciudad asturiana durante los bombardeos de la aviación facciosa, reforzados por los de la Legión Condor nazi. Ese árbol seco en primer plano, la farola rota de la escalera, los baches en el pavimento mojado y el solitario y juvenil transeúnte que calcula a la carrera el alcance de las olas al romper contra el Muro de la playa de San Lorenzo, dejan en la mirada la impronta de una atmósfera urbana sumida en la crudeza gris y torva de un invierno cuyo rigor rebasa lo meramente estacional.

"Golpe de mar" se titula esa fotografía. Constantino Suárez tenía entonces treinta y ocho años, un excelente currículum iniciado en la adolescencia y toda una vida por delante para que su trabajo cuajase y se remontase hacia una madurez con toda seguridad brillante, a partir de su temprana experiencia y buen hacer profesionales. Faltaban apenas diez meses para que ese "golpe de mar" fotográfico se trocase en un hachazo invisible y homicida -en palabras de Miguel Hernández- contra su porvenir. La derrota del régimen del 14 de abril en Asturias, 18 meses antes de que tuviera lugar en toda España, apagó de expectativas el futuro de Suárez, como el de tantísimos otros republicanos que en lugar de tomar el camino del exilio sufrieron la represión, marginación y silenciamiento que conllevaba su exilio interior.
  


Hijo de una familia proletaria que luego llegó a tener una modesta tienda de ultramarinos en la calle Langreo, Súarez nació en Gijón el 24 de  febrero de 1899 y desde adolescente alternó en el Ateneo Obrero de la ciudad con los artistas asturianos de las nuevas vanguardias: Mariano Moré, Nicanor Piñole, Evaristo Valle, etc. Según Francisco Crabiffosse Cuesta, por su formación y trayectoria Suárez resume el esquema básico de artista obrero que aparece en la década de los veinte del pasado siglo y deja su huella personal hasta que en 1936 un ambiente enrarecido y cargado de malos presagios haga realidad las más oscuras predicciones. Nadie como él representa, desde el concreto mundo de la imagen fotográfica, el proceso que sintetiza ese periodo de la historia local desde la óptica privilegiada del que hace de la recreación del vivir cotidiano, de acontecimiento preciso, su razón de ser. Preservar la memoria de esta etapa sería su único objetivo, su única actividad, y esta dedicación profesional exclusiva fue el resultado de una inquietud que se había manifestado en esa institución ejemplar que fue el Ateneo Obrero". 

Por su clase social y época, no eran los tiempos de su juventud propicios a una mocedad en liviandades, por lo que Constatino Suárez  se interesó desde la adolescencia por la actividad cultural desarrollada en el citado centro socio-cultural. Allí conferenciaron desde Miguel de Unamuno hasta Margarita Nelken, pasando por Ramón Pérez de Ayala y otros escritores e intelectuales. Es allí donde se interesa por la fotografía y donde asiste y participa en cursos y concursos. De ahí pasa a ser aprendiz en los estudios fotográficos de Fernando Villanueva y Francisco del Cura, con la sugerencia por parte de este último de que se dedique al reporterismo. Pronto llega a tener su propio estudio, Foto Suárez, en donde cultiva la llamada nueva objetividad alemana, con álbumes en los que integra distintas facetas de la actualidad. No falta en ese primer periodo de su trabajo una tendencia muy marcada por resaltar el culto al cuerpo, antes de que el fotógrafo alemán Leni Riefennsthal diera a conocer ese estilo durante los juegos olímpicos de Berlín en 1936. 

Será en el transcurso de la dictadura de Primo de Rivera, posiblemente por causa y a pesar de la represión ejercida bajo ese régimen contra el movimiento obrero anarquista, cuando Suárez se implique en el mundo proletario, en correspondencia con sus orígenes e ideología política. Se entiende por esta razón que cuando se le presenta nada menos que un conflicto de la entidad histórica del que tuvo la huelga revolucionaria convocada en Asturias en octubre de 1934 (la última revolución proletaria en Europa), sus instantáneas adelanten las que no va a dejar de hacer a partir de julio de 1936 durante la guerra en aquella región. De todo ello quedará uno de los legados gráficos más sobresalientes, comparables a los de los grandes fotógrafos que dieron constancia del conflicto armado. 




Los tres diarios gijoneses contaron en principio con  la colaboración de Constantino (El ComercioEl Noroeste y La Prensa), así como el periódico CNT, publicado entre enero y octubre de 1937. También varios medios de Madrid como ABC y Blanco y Negro publicaron sus fotografías. Suárez formó parte  de la agencia Keustone y de la editorial Estampa -que publicaba el semanario gráfico del mismo nombre-, así como de la Sociedad de Fotógrafos de Prensa, fundada y presidida por José Campúa. También durante la guerra incivil fue reportero del diario socialista Avance, cuando se editaba en Gijón entre enero y octubre de 1937.  Recorre entonces varios de los frentes de Asturias en compañía del periodista Juan Antonio Cabezas, hasta la fecha del cierre del periódico dirigido por Javier Bueno Bueno, un día antes de la  entrada  en la ciudad de las tropas sublevadas el 21 de octubre

A Constante, tal como se le conocía en Gijón, la ocupación de la ciudad le va a suponer su inmediata detención y reclusión en la cárcel de El Coto hasta octubre de 1940. Será nuevamente encarcelado cuatro años después, por haber tenido vínculos con los maquis o los fugaos en Pola de Laviana. Pasa entonces por las prisiones de Oviedo y El Dueso, en Santander, para volver a la de El Coto en Gijón en 1947. Será nuevamente detenido en 1950 y 1951, con reclusión esta vez en las cárceles de Yeserías, Burgos y San Marcos de León. Durante todo este tiempo, se ve obligado a cambiar la cámara por el dibujo y la acuarela, dejando un impactante testimonio de las condiciones de hacinamiento que se daban en los presidios franquistas, con todas las secuelas de torturas y enfermedades vividas en su interior en aquella miserable posguerra.

Una vez en la calle, sin posibilidad de ejercer su profesión libremente porque se le privó de la correspondiente licencia (se tuvo en cuenta para ello su condición de socio del Ateneo Obrero), Constantino Suárez se dedicará a la fotografía ambulante por ferias, parques y romerías hasta el año de su jubilación como autónomo en 1969, con una pensión mínima. Por esos años, Suárez se dedicaba a una fotografía costumbrista y familiar, preocupado por los efectos luminosos y los reflejos marinos, lejos de lo que Crabiffosse Cuesta (editor de un excelente libro sobre el fotógrafo) llama su potencia creadora y espíritu de renovación. "La derrota y la depresión -escribe Cuesta- le secarían el alma, esfumándose su potencia creadora en lo que tenía de sólido espíritu de renovación. Su obra nunca volverá a tener esa fuerza, esa consistencia y frescura que revelaba una mirada auténticamente nueva".

Tras su jubilación, Constante luchó por reivindicar su nombre y sus derechos: "He pasado y sufrido mucho, y ahora en la vejez me duele ver como publican mis fotografías sin contar para nada con el que las hizo. No es por vanidad, pues me importa muy poco, pero es el amor propio y mi bolsillo lo que está en juego", dejó escrito en su diario en 1970. No consiguió ese propósito, ni siquiera llegó a lograr -lamentablemente- la restitución de su carné en vida. Falleció en 1983 y su archivo fotográfico (casi 9.000 negativos) no fue descubierto por sus familiares hasta que se hicieron obras en su piso de la calle Instituto. El anticuario Simón Albuerne lo ofreció primero al Museo de Bellas Artes de Asturias y después a la Consejería de Cultura del Principado, sin ni uno ni otra mostrasen mayor interés por ese valioso patrimonio documental, albergado y olvidado durante años en un local de la calle Garcilaso de la Vega, hasta que la Fundación Municipal de Cultura del Ayuntamiento de Gijón decidió adquirirlo en 1992 para catalogarlo, digitalizarlo y depositarlo finalmente en el Museo del Pueblo de Asturias.

En 1993 la Fundación Alvargonzález, en colaboración con el Ayuntamiento, ofreció una primera exposición, de la que se hizo un catálogo (Gijón 1920-1935 en las fotografías de Suárez). Es en agosto de 2.002 -casi veinte años después de fallecido-  cuando la ciudad reconoció a uno de sus más sobresalientes fotógrafos, verdadero cronista en imágenes del Gijón de nuestros padres y abuelos, con  una exposición monumental en la que se ofreció -esta vez sí- una amplia selección del periodo completo comprendido entre 1920 y 1937, todo un auténtico y muy valioso retablo de la intrahistoria gijonesa, con imágenes en verdad singulares de las etapas correspondientes a la Revolución de Asturias y a los quince meses de guerra que soportó la ciudad.




Una tercera exposición con una treintena de fotografías de Constantino Suárez se expuso el año pasado en la biblioteca pública Jovellanos de Gijon, con la guerra como tema principal. Sin embargo,   ni en la segunda de las mencionadas ni en esta encontramos las que sin duda son más impactantes, correspondientes a las víctimas del atroz bombardeo del viernes negro, publicadas en su día en el diario El Noroeste. Tampoco las incluye el historiador Héctor Blanco en el libro Gijón bajo las bombas, con motivo de la muestra de 2002, ni tampoco figura entre esos casi nueve millares de negativos que conforman el legado de Suárez en la fototeca del Museo del Pueblo de Asturias, a la que solicité la información correspondiente.

Sorprende la ausencia de esos negativos en el depósito que guarda el valioso legado del fotógrafo gijonés. Sobre todo si se tiene en cuenta que buena parte de ellos han de corresponder al llamado "viernes negro" de 1936, un 14 de agosto, cuando la ciudad sufrió uno de los más atroces bombardeos por parte de la aviación facciosa. Suárez fue consciente del valor histórico que su testimonio gráfico cobraba ante esa tragedia. Por eso día realizó un total de 27 fotografías, según el historiador Héctor Blanco, desde que  aparecieron en el cielo de la villa los aviones procedentes del aeródromo de La Virgen del Camino, en León. No fue un bombardeo muy intenso, pero afectó al centro de la villa, resultando dañadas la estación del Ferrocarril de Langreo, en El Humedal; edificios de la calle Pi y Margall (hoy calle de los Moros), la calle Fernández Vallín en la Cuesta de Begoña, la calle de Jovellanos (frente al Real Instituto, entonces cuartel de la Guardia de Asalto) y en las proximidades del hospital de  Caridad, que estaba ubicado en la actual plaza del Náutico. Se  registraron, según la prensa gijonesa, 54 muertos y 78 heridos, muchos de ellos graves.




Ante la ausencia de negativos de las instantáneas publicadas en El Noroeste tras el bombardeo del 14 de agosto, podría pensarse que fueron requisadas posteriormente, a la caída de la ciudad en poder de los sublevados, en evitación quizá de que pudieran servir como propaganda en su contra, tal como ocurrió después en los bombardeos facciosos contra otras ciudades, como Madrid en noviembre de 1936 y Guernica al año siguiente. Gijón fue la primera ciudad bombardeada en una guerra, sin reparar en la población civil. El propio fotógrafo dejó constancia de esa nefasta fecha en sus anotaciones personales: "Las fiestas de agosto de 1937 en Gijón. Días hermosos, todo tranquilo, hasta que las sirenas con su limpio y temible sonido, avisan la presencia de los famosos “Junkers” metiendo el pánico en la ciudad, dejando caer la metralla, que va regando, matando e inundando de sangre inocente las calles de Gijón. A falta de agua nos traen para las Fiestas de Begoña, Cabezas, Brazos y Piernas separados de sus cuerpos. Aquello es un río de roja sangre en la calle Jovellanos, donde estos miembros humanos se iban recogiendo antes que las alcantarillas los tragaran".


La única instantánea que se conoce en la que aparecen algunas víctimas del bombardeo del viernes negro, y que en principio fue atribuida a Suárez,  fue sacada desde su domicilio por el cirujano-dentista Amenak Cheriguian,  y esa sí forma parte de la fototeca del Museo del Pueblo de Asturias con la signatura C-116-82. El lugar, en este caso, es la calle Instituto, al lado del Cuartel de la Guardia de Asalto, ubicado en lo que luego fue Instituto Jovellanos. La fotografía se hizo desde la ventana de la clínica del odontólogo turco, situada en un piso en la esquina de la calle La Merced con Instituto, según se puede apreciar por el rótulo correspondiente. Además de varias personas andando, se pueden observar los charcos de sangre y los cuerpos de las víctimas en la calzada, al lado de dos camiones.  Hay, en la misma fototeca, una fotografía de Suárez en la que aparecen cuatro cadáveres en una morgue, pero está fechada el 20 de julio de 1936, cuando todavía no se había producido los terribles bombardeos sobre la ciudad. 


Rótulo de la clínica desde la que se hizo la foto

Para tener una idea del pánico que ese ataque de la aviación infundió en los gijoneses, que sufrieron bombardeos constantes en los primeros meses de la guerra y hasta semanas antes de caer la ciudad en manos de los sublevados, este editorial del diario El Comercio, correspondiente al 15 de agosto de 1936, es de una resuelta elocuencia bajo un titular con una única palabra, ¡Cobardes!: "Ni una sola palabra se ha escapado de nuestros labios ni de nuestra pluma para condenar el criminal procedimiento de quienes utilizan balas explosivas para reducir la rebeldía y el entusiasmo popular. Tampoco protestamos de las “hazañas” del “Almirante Cervera” [el crucero que cañoneaba la ciudad desde la costa], ni de la “bravura” de los pilotos sublevados contra las libertades de la República. Sobre nuestras trincheras y frentes de combate cayó la metralla a toneladas. Los mejores combatientes de la libertad, fueron barridos. El buque pirata y la aviación enemiga, destrozaron mucha carne joven, muchas vidas que eran una promesa social y una garantía económica. Centenares de familias visten hoy de negro. Miles de niños y de mujeres perdieron el apoyo, el cariño del compañero y del padre. Por todos los sitios y en todos los hogares, en todos los tonos y en todos los colores, se ha sembrado la muerte y la desesperación. Y sin embargo, no hemos lanzado un grito de protesta. Desde los primeros momentos, nos dimos cuenta de cuál era nuestra verdadera situación. Vivíamos y seguíamos viviendo en plena guerra, en una guerra que por sus trazas, lleva camino de registrar las mayores monstruosidades, las mayores cobardías y los más repugnantes atentados. Esa convicción, firmísima en nosotros, contribuyó a que no perdiésemos la serenidad ni un solo momento, manteniéndonos siempre a tono con las circunstancias, conteniendo la ira ante la mutilada carne de nuestros hermanos. Todo eso, repetimos, era la guerra. Algo fatal, que aceptábamos de la única manera que pueden aceptarse estas cosas: mordiéndose los puños, ahogando en el corazón el coraje, la rabia. Pero el crimen cometido ayer por la aviación es algo horrible. Rebasa todas las lindes y todas las leyes. Ya no se trata de bombardear una posición enemiga, defendida con cañones y fusiles (...) Lo de ayer es peor, infinitamente peor, con ser todo ello demasiado horrible. Se ha matado por el placer de matar". (Gijón bajo las bombas, Héctor Blanco).



Cuando se volvieron a intensificar los bombardeos semanas antes de la ocupación de la ciudad, el redactor Juan Vega Pico firmó el diario Avance del 23 de agosto de 1937 un artículo titulado La guerra y las distancias: "La guerra ya no tiene límites: ninguna distancia es capa de evadirse hoy de su violencia. Antes se encerraba entre líneas de trincheras y se perdía definitivamente allí donde terminaba el alcance de la artillería. Los cañones ensancharon sus calibres, aumentaron la longitud de sus pasos, pero sus posibilidades quedaron al fin sujetas en extensiones detrás de las cuales aún podían existir. Antes había zonas, dentro del propio terreno beligerante, que ponían el punto final a la violencia de la guerra para acoger en ellas todo lo que era preciso separar del torbellino. Antes la barbarie se encontraba detenida por la distancia y era ésta únicamente la que salvaguardaba la vida de los destinados a ser los últimos que conociesen –o que no conociesen nunca- el horror que sólo los hombres podían afrontar".

"Ahora, no -prosigue el autor-. Ahora la barbarie ha encontrado solución a su impotencia y las distancias han sido vencidas por poderosos motores que transportan en sus velocidades la tragedia para volcarla donde se les antoja. Ya no son los veinte, los treinta, los cuarenta kilómetros entre los que se debatía la barbarie de von Krupp. Para eso nació von Junker: para que la barbarie no pudiera debatirse entre las distancias ni ser vencida por ellas. El fabricante de piezas de artillería tuvo que inclinarse ante el fabricante de aviones de combate. Antes había retaguardia. Bastaban unos kilómetros para comer el terreno a la guerra. Los niños, las mujeres, los ancianos –todos los destinados a no conocer nunca el horror que sólo los hombres podían afrontar-, tenían siempre la esperanza de la distancia. La esperanza y la seguridad. Más allá del horizonte azotado por los obuses, había otro donde no alcanzaba ninguna salpicadura. Las carreteras y los caminos llegaban a un sitio en el que ya podían circular por rutas de tranquilidad. A las caravanas de gentes arrojadas por la guerra de su vida cotidiana, les era permitido un pequeño respiro a su amargura. Había retaguardia, porque no era posible borrarla con metralla. Ya no la hay. (...)Y el cerebro no tiene dentro más que eso: ruidos de motores, sobresaltos de hélices en movimiento que perdurarán como una pesadilla constante".

Con relación a estos brutales bombardeos, no quiero dejar sin referencia una curiosa noticia publicada tras el "viernes negro" en el diario El Noroeste, en la que buscando personalizar al culpable de aquella masacre se señala a un tal Arcadio Rubio, del que se ofrece una fotografía con este titular. "Pueblo de Gijón -leemos entre admiraciones, en el número del periódico del 18 de agosto-: He aquí autor moral, y se supone que material, del cobarde bombardeo aéreo". Se trata de un sargento de Asalto Arcadio Rubio que, según el redactor de la noticia, estuvo ocho años en Gijón, prestando servicio primero como cabo en la plantilla de Seguridad y después como sargento en Asalto. "El jueves volaron sobre Gijón varios aviones, quizá los mismos del viernes, arrojando unas octavillas dirigidas a los guardias de Asalto, destinados en esta ciudad, invitándoles a secundar el movimiento faccioso y advirtiéndoles que si en el plazo de 24 horas no lo hacía, serían bombardeados. Se ha observado que este criminal tuvo especial interés en agredir el edificio que ocupa la Guardia municipal, sin duda buscando como víctima al jefe de dicho Cuerpo, Miguel Cienfuegos, quien por haber pertenecido a Asalto, cerca del odiado sargento Rubio, parece que nunca se pusieron de acuerdo en sus respectivas apreciaciones. ¡Hasta el terreno particular llevo este repugnante individuo su agresión, sin tener en cuenta que podía ocasionar víctimas inocentes! ¡Ah canalla!".



Para terminar este trabajo en memoria de Constantino Suárez, me parece idóneo hacerlo con otra de sus últimas fotografías como reportero de guerra: la del viejo Teatro Dindurra, situado en el Paseo de Begoña, hoy conocido como Teatro Jovellanos. Solo el café paredaño, no hace mucho restaurado, se sigue llamando como el antiguo teatro. La ficha de la fotografía da como fecha de la misma el 23 de octubre de 1937 y su destrucción es achacada obviamente a los rojos  por el burócrata del régimen que redactó la falaz indicación correspondiente. Lo cierto es, como escribió en su día mi estimado y recordado Francisco Prendes Quirós, que la ejecutoria correspondió por entero y verdadero a la aviación facciosa y a sus continuados bombardeos sobre la villa por mar y aire, en este caso una semana antes de que Gijón fuera ocupada por las tropas sublevadas y cuando acabar con el edificio de un teatro quizá no tuviese más sentido para sus destructores que acallar para siempre el escenario de los grandes mítines políticos que tuvieron lugar en el Dindurra.

Prendes nos recordó en el artículo correspondiente que hasta dos años después de la muerte del dictador, el 21 de octubre, fecha de la "liberación" de Gijón, fue fiesta local recuperable, lo que da idea del celo democrático puesto en marcha para  hacer posible la idolatrada Transición, la misma que postergó el reconocimiento al autor de la fotografía, Constantino Suárez. El antiguo Teatro Dindura fue inaugurado el 28 de julio de 1899, y se reinauguró bajo el nombre de Jovellanos el 7 de agosto de 1942 con una representación más que mediocre de Rigoletto. ¿Qué se podía esperar de una posguerra marcada por la represión, el miedo, la miseria y un exilio que se había llevado consigo lo mejor de nuestra cultura? 

Nunca pude imaginar, a la hora de documentarme y escribir este artículo sobre aquel oscuro fotógrafo ambulante que durante mi niñez y adolescencia se ganaba la vida casi clandestinamente,  haciendo rutinarias y amables instantáneas familiares en parques y ferias, que pudiese guardar en el fondo de sus ojos y también en el foco de su cámaras la documentación gráfica más impresionante y atroz  de la historia de Gijón. Eso mismos episodios los habían vivido nuestros padres y abuelos, aquellos que nos llevaban de la mano hasta el parque Isabel la Católica y silenciaban lo que aquel fotógrafo de trato afable que frecuentaba las rosaledas había mostrado en las páginas de un periódico local. 

Hay algo más que no quiero dejar sin consignación, por corresponder a la memoria remota de mi niñez y tener acaso relación con Suárez. En la foto que conservo de mi primera escuela y que por los años cincuenta y sesenta se nos hacía a todos, aparezco ante un viejo pupitre con unas flores de plástico, un libro abierto y la imagen del sagrado Corazón de Jesús. Mi aspecto es el de un niño cándido y disciplinado en extremo que mira a la cámara con mansa aquiescencia, según recomendación de un fotógrafo modestamente trajeado, que previamente había peinado toscamente mi flequillo y dado la orientación más fotogénica a mi rostro. Estoy convencido que quien me enfocó con su cámara -la misma Leica acaso que fotografió tanta barbarie- fue Constantino Suárez. La foto no tiene firma y podía deberse al tiempo en que el fotógrafo trabajaba por los colegios de tapadillo, tal como se consigna en su biografía.

*Artículo publicado en el número de julio de 2020 de El Viejo topo

      DdA, XVI/4533     

2 comentarios:

Idus_druida dijo...

Gracias.
Un saludo.

Félix Población dijo...

A ti por tu lectura. Saludos cordiales.

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