Félix Población
Abro con esta fotografía de Constantino
Suárez este artículo, dedicado a su memoria, porque tiene por fecha la del 26 o
27 de enero de 1937, segundo y último año de la Guerra Incivil en Asturias y en
Gijón, la ciudad que será ocupada por las Brigadas Navarras el 21 de octubre de
ese mismo año. Sabiendo que el autor de la instantánea será detenido y
encarcelado cuando eso ocurra, por su compromiso ideológico y profesional con
el socialismo, se podría identificar la sensación ambiental desoladora y
fría que transmite la imagen como un trasunto del ánimo del propio Suárez ante
la amarga realidad cotidiana de la guerra que vive su ciudad desde hace
cinco meses y que él ha fotografiado con un celoso y testimonial seguimiento.
Durante ese tiempo y lo que reste
de contienda, Constantino Suárez va a ser un adelantado del fotoperiodismo,
como lo había sido desde que se inició en la profesión. En el punto de mira de
sus dos cámaras Contax y Leica va a quedar grabada la intrahistoria más trágica
sufrida por la ciudad asturiana durante los bombardeos de la aviación facciosa,
reforzados por los de la Legión Condor nazi. Ese árbol seco en primer plano, la
farola rota de la escalera, los baches en el pavimento mojado y el solitario y
juvenil transeúnte que calcula a la carrera el alcance de las olas al romper
contra el Muro de la playa de San Lorenzo, dejan en la mirada la impronta de
una atmósfera urbana sumida en la crudeza gris y torva de un invierno cuyo
rigor rebasa lo meramente estacional.
"Golpe de mar" se titula esa
fotografía. Constantino Suárez tenía entonces treinta y ocho años, un excelente
currículum iniciado en la adolescencia y toda una vida por delante para que su
trabajo cuajase y se remontase hacia una madurez con toda seguridad brillante,
a partir de su temprana experiencia y buen hacer profesionales. Faltaban apenas
diez meses para que ese "golpe de mar" fotográfico se trocase en un
hachazo invisible y homicida -en palabras de Miguel Hernández- contra su
porvenir. La derrota del régimen del 14 de abril en Asturias, 18 meses antes de
que tuviera lugar en toda España, apagó de expectativas el futuro de Suárez,
como el de tantísimos otros republicanos que en lugar de tomar el camino del
exilio sufrieron la represión, marginación y silenciamiento que conllevaba su
exilio interior.
Hijo de una familia
proletaria que luego llegó a tener una modesta tienda de ultramarinos en la
calle Langreo, Súarez nació en Gijón el 24 de febrero de 1899 y desde
adolescente alternó en el Ateneo Obrero de la ciudad con los artistas
asturianos de las nuevas vanguardias: Mariano Moré, Nicanor Piñole, Evaristo
Valle, etc. Según Francisco Crabiffosse Cuesta, por su formación y trayectoria
Suárez resume el esquema básico de artista obrero que aparece en la década de
los veinte del pasado siglo y deja su huella personal hasta que en 1936 un
ambiente enrarecido y cargado de malos presagios haga realidad las más oscuras
predicciones. Nadie como él representa, desde el concreto mundo de la imagen
fotográfica, el proceso que sintetiza ese periodo de la historia local desde la
óptica privilegiada del que hace de la recreación del vivir cotidiano, de
acontecimiento preciso, su razón de ser. Preservar la memoria de esta etapa
sería su único objetivo, su única actividad, y esta dedicación profesional
exclusiva fue el resultado de una inquietud que se había manifestado en esa
institución ejemplar que fue el Ateneo Obrero".
Por su clase social y época, no eran los
tiempos de su juventud propicios a una mocedad en liviandades, por lo que
Constatino Suárez se interesó desde la adolescencia por la actividad
cultural desarrollada en el citado centro socio-cultural. Allí conferenciaron
desde Miguel de Unamuno hasta Margarita Nelken, pasando por Ramón Pérez de
Ayala y otros escritores e intelectuales. Es allí donde se interesa por la
fotografía y donde asiste y participa en cursos y concursos. De ahí pasa a ser
aprendiz en los estudios fotográficos de Fernando Villanueva y Francisco del
Cura, con la sugerencia por parte de este último de que se dedique al reporterismo.
Pronto llega a tener su propio estudio, Foto Suárez, en donde cultiva la
llamada nueva objetividad alemana, con álbumes en los que integra distintas
facetas de la actualidad. No falta en ese primer periodo de su trabajo una
tendencia muy marcada por resaltar el culto al cuerpo, antes de que el
fotógrafo alemán Leni Riefennsthal diera a conocer ese estilo durante los
juegos olímpicos de Berlín en 1936.
Será en el transcurso de la dictadura de Primo de Rivera, posiblemente por causa y a pesar de la represión ejercida bajo ese régimen contra el movimiento obrero anarquista, cuando Suárez se implique en el mundo proletario, en correspondencia con sus orígenes e ideología política. Se entiende por esta razón que cuando se le presenta nada menos que un conflicto de la entidad histórica del que tuvo la huelga revolucionaria convocada en Asturias en octubre de 1934 (la última revolución proletaria en Europa), sus instantáneas adelanten las que no va a dejar de hacer a partir de julio de 1936 durante la guerra en aquella región. De todo ello quedará uno de los legados gráficos más sobresalientes, comparables a los de los grandes fotógrafos que dieron constancia del conflicto armado.
Los tres diarios gijoneses contaron en
principio con la colaboración de Constantino (El Comercio, El
Noroeste y La Prensa), así como el periódico CNT,
publicado entre enero y octubre de 1937. También varios medios de Madrid
como ABC y Blanco y Negro publicaron sus
fotografías. Suárez formó parte de la agencia Keustone y de la
editorial Estampa -que publicaba el semanario gráfico del mismo
nombre-, así como de la Sociedad de Fotógrafos de Prensa, fundada y
presidida por José Campúa. También durante la guerra incivil fue reportero del
diario socialista Avance, cuando se editaba en Gijón entre enero y
octubre de 1937. Recorre entonces varios de los frentes de Asturias en
compañía del periodista Juan Antonio Cabezas, hasta la fecha del cierre del
periódico dirigido por Javier Bueno Bueno, un día antes de la entrada
en la ciudad de las tropas sublevadas el 21 de octubre
A Constante, tal como se le conocía en
Gijón, la ocupación de la ciudad le va a suponer su inmediata detención y
reclusión en la cárcel de El Coto hasta octubre de 1940. Será nuevamente
encarcelado cuatro años después, por haber tenido vínculos con los maquis o los
fugaos en Pola de Laviana. Pasa entonces por las prisiones de Oviedo y El
Dueso, en Santander, para volver a la de El Coto en Gijón en 1947. Será
nuevamente detenido en 1950 y 1951, con reclusión esta vez en las cárceles de
Yeserías, Burgos y San Marcos de León. Durante todo este tiempo, se ve obligado
a cambiar la cámara por el dibujo y la acuarela, dejando un impactante
testimonio de las condiciones de hacinamiento que se daban en los presidios franquistas,
con todas las secuelas de torturas y enfermedades vividas en su interior en
aquella miserable posguerra.
Una vez en la calle, sin posibilidad de
ejercer su profesión libremente porque se le privó de la correspondiente
licencia (se tuvo en cuenta para ello su condición de socio del Ateneo Obrero),
Constantino Suárez se dedicará a la fotografía ambulante por ferias, parques y
romerías hasta el año de su jubilación como autónomo en 1969, con una pensión
mínima. Por esos años, Suárez se dedicaba a una fotografía costumbrista y
familiar, preocupado por los efectos luminosos y los reflejos marinos, lejos de
lo que Crabiffosse Cuesta (editor de un excelente libro sobre el fotógrafo)
llama su potencia creadora y espíritu de renovación. "La derrota y la depresión
-escribe Cuesta- le secarían el alma, esfumándose su potencia creadora en lo
que tenía de sólido espíritu de renovación. Su obra nunca volverá a tener esa
fuerza, esa consistencia y frescura que revelaba una mirada auténticamente
nueva".
Tras su jubilación, Constante luchó por
reivindicar su nombre y sus derechos: "He pasado y sufrido mucho, y ahora
en la vejez me duele ver como publican mis fotografías sin contar para nada con
el que las hizo. No es por vanidad, pues me importa muy poco, pero es el amor
propio y mi bolsillo lo que está en juego", dejó escrito en su diario en
1970. No consiguió ese propósito, ni siquiera llegó a lograr -lamentablemente-
la restitución de su carné en vida. Falleció en 1983 y su archivo fotográfico
(casi 9.000 negativos) no fue descubierto por sus familiares hasta que se
hicieron obras en su piso de la calle Instituto. El anticuario Simón Albuerne
lo ofreció primero al Museo de Bellas Artes de Asturias y después a la
Consejería de Cultura del Principado, sin ni uno ni otra mostrasen mayor
interés por ese valioso patrimonio documental, albergado y olvidado durante
años en un local de la calle Garcilaso de la Vega, hasta que la Fundación
Municipal de Cultura del Ayuntamiento de Gijón decidió adquirirlo en 1992 para
catalogarlo, digitalizarlo y depositarlo finalmente en el Museo del Pueblo de
Asturias.
En 1993 la Fundación Alvargonzález, en
colaboración con el Ayuntamiento, ofreció una primera exposición, de la que se
hizo un catálogo (Gijón 1920-1935 en las fotografías de Suárez). Es en
agosto de 2.002 -casi veinte años después de fallecido- cuando la ciudad
reconoció a uno de sus más sobresalientes fotógrafos, verdadero cronista en
imágenes del Gijón de nuestros padres y abuelos, con una exposición
monumental en la que se ofreció -esta vez sí- una amplia selección del periodo
completo comprendido entre 1920 y 1937, todo un auténtico y muy valioso retablo
de la intrahistoria gijonesa, con imágenes en verdad singulares de las etapas
correspondientes a la Revolución de Asturias y a los quince meses de
guerra que soportó la ciudad.
Una tercera exposición con una treintena
de fotografías de Constantino Suárez se expuso el año pasado en la biblioteca
pública Jovellanos de Gijon, con la guerra como tema principal. Sin embargo,
ni en la segunda de las mencionadas ni en esta encontramos las que sin duda son
más impactantes, correspondientes a las víctimas del atroz bombardeo del viernes
negro, publicadas en su día en el diario El Noroeste. Tampoco
las incluye el historiador Héctor Blanco en el libro Gijón bajo las
bombas, con motivo de la muestra de 2002, ni tampoco figura entre esos casi
nueve millares de negativos que conforman el legado de Suárez en la fototeca
del Museo del Pueblo de Asturias, a la que solicité la información
correspondiente.
Sorprende la ausencia de esos negativos
en el depósito que guarda el valioso legado del fotógrafo gijonés. Sobre todo
si se tiene en cuenta que buena parte de ellos han de corresponder al llamado
"viernes negro" de 1936, un 14 de agosto, cuando la ciudad sufrió uno
de los más atroces bombardeos por parte de la aviación facciosa. Suárez fue
consciente del valor histórico que su testimonio gráfico cobraba ante esa
tragedia. Por eso día realizó un total de 27 fotografías, según el historiador
Héctor Blanco, desde que aparecieron en el cielo de la villa los aviones
procedentes del aeródromo de La Virgen del Camino, en León. No fue un
bombardeo muy intenso, pero afectó al centro de la villa, resultando dañadas la
estación del Ferrocarril de Langreo, en El Humedal; edificios de la calle Pi y
Margall (hoy calle de los Moros), la calle Fernández Vallín en la Cuesta de
Begoña, la calle de Jovellanos (frente al Real Instituto, entonces cuartel
de la Guardia de Asalto) y en las proximidades del hospital
de Caridad, que estaba ubicado en la actual plaza del Náutico.
Se registraron, según la prensa gijonesa, 54 muertos y 78 heridos,
muchos de ellos graves.
Ante la ausencia de negativos de las
instantáneas publicadas en El Noroeste tras el bombardeo del
14 de agosto, podría pensarse que fueron requisadas posteriormente, a la caída
de la ciudad en poder de los sublevados, en evitación quizá de que pudieran
servir como propaganda en su contra, tal como ocurrió después en los bombardeos
facciosos contra otras ciudades, como Madrid en noviembre de 1936 y Guernica al
año siguiente. Gijón fue la primera ciudad bombardeada en una guerra, sin
reparar en la población civil. El propio fotógrafo dejó constancia de esa
nefasta fecha en sus anotaciones personales: "Las fiestas de agosto
de 1937 en Gijón. Días hermosos, todo tranquilo, hasta que las sirenas con
su limpio y temible sonido, avisan la presencia de los famosos “Junkers”
metiendo el pánico en la ciudad, dejando caer la metralla, que va regando,
matando e inundando de sangre inocente las calles de Gijón. A falta de
agua nos traen para las Fiestas de Begoña, Cabezas, Brazos y Piernas separados
de sus cuerpos. Aquello es un río de roja sangre en la calle Jovellanos,
donde estos miembros humanos se iban recogiendo antes que las alcantarillas
los tragaran".
La única instantánea que se conoce en la
que aparecen algunas víctimas del bombardeo del viernes negro, y que en
principio fue atribuida a Suárez, fue sacada desde su domicilio por el
cirujano-dentista Amenak Cheriguian, y esa sí forma parte de la fototeca
del Museo del Pueblo de Asturias con la signatura C-116-82. El lugar, en este
caso, es la calle Instituto, al lado del Cuartel de la Guardia de Asalto,
ubicado en lo que luego fue Instituto Jovellanos. La fotografía se hizo desde
la ventana de la clínica del odontólogo turco, situada en un piso en la esquina
de la calle La Merced con Instituto, según se puede apreciar por el rótulo
correspondiente. Además de varias personas andando, se pueden observar los
charcos de sangre y los cuerpos de las víctimas en la calzada, al lado de dos
camiones. Hay, en la misma fototeca, una fotografía de Suárez en la
que aparecen cuatro cadáveres en una morgue, pero está fechada el 20 de julio
de 1936, cuando todavía no se había producido los terribles bombardeos sobre la
ciudad.
Rótulo de la clínica desde la que se hizo la foto
Para tener una idea del pánico que ese
ataque de la aviación infundió en los gijoneses, que sufrieron bombardeos
constantes en los primeros meses de la guerra y hasta semanas antes de caer la
ciudad en manos de los sublevados, este editorial del diario El
Comercio, correspondiente al 15 de agosto de 1936, es de una resuelta
elocuencia bajo un titular con una única palabra, ¡Cobardes!: "Ni
una sola palabra se ha escapado de nuestros labios ni de nuestra pluma para
condenar el criminal procedimiento de quienes utilizan balas explosivas
para reducir la rebeldía y el entusiasmo popular. Tampoco protestamos de las
“hazañas” del “Almirante Cervera” [el crucero que cañoneaba la ciudad desde la
costa], ni de la “bravura” de los pilotos sublevados contra las libertades
de la República. Sobre nuestras trincheras y frentes de combate cayó la
metralla a toneladas. Los mejores combatientes de la libertad, fueron
barridos. El buque pirata y la aviación enemiga, destrozaron mucha
carne joven, muchas vidas que eran una promesa social y una garantía
económica. Centenares de familias visten hoy de negro. Miles de niños y de
mujeres perdieron el apoyo, el cariño del compañero y del padre. Por todos los
sitios y en todos los hogares, en todos los tonos y en todos los colores,
se ha sembrado la muerte y la desesperación. Y sin embargo, no hemos lanzado un
grito de protesta. Desde los primeros momentos, nos dimos cuenta de cuál
era nuestra verdadera situación. Vivíamos y seguíamos viviendo en plena
guerra, en una guerra que por sus trazas, lleva camino de registrar las
mayores monstruosidades, las mayores cobardías y los más
repugnantes atentados. Esa convicción, firmísima en nosotros, contribuyó a
que no perdiésemos la serenidad ni un solo momento, manteniéndonos siempre
a tono con las circunstancias, conteniendo la ira ante la mutilada carne de
nuestros hermanos. Todo eso, repetimos, era la guerra. Algo fatal, que
aceptábamos de la única manera que pueden aceptarse estas cosas: mordiéndose
los puños, ahogando en el corazón el coraje, la rabia. Pero el crimen
cometido ayer por la aviación es algo horrible. Rebasa todas las lindes y todas
las leyes. Ya no se trata de bombardear una posición enemiga, defendida
con cañones y fusiles (...) Lo de ayer es peor, infinitamente peor, con ser
todo ello demasiado horrible. Se ha matado por el placer de matar". (Gijón
bajo las bombas, Héctor Blanco).
Cuando se volvieron a intensificar los
bombardeos semanas antes de la ocupación de la ciudad, el redactor Juan Vega
Pico firmó el diario Avance del 23 de agosto de 1937 un
artículo titulado La guerra y las distancias: "La guerra
ya no tiene límites: ninguna distancia es capa de evadirse hoy de su
violencia. Antes se encerraba entre líneas de trincheras y se perdía
definitivamente allí donde terminaba el alcance de la artillería. Los cañones ensancharon sus calibres,
aumentaron la longitud de sus pasos, pero sus posibilidades quedaron al fin
sujetas en extensiones detrás de las cuales aún podían existir. Antes
había zonas, dentro del propio terreno beligerante, que ponían el punto final a
la violencia de la guerra para acoger en ellas todo lo que era preciso
separar del torbellino. Antes la barbarie se encontraba detenida por la distancia
y era ésta únicamente la que salvaguardaba la vida de los destinados a ser los
últimos que conociesen –o que no conociesen nunca- el horror que sólo los
hombres podían afrontar".
"Ahora, no -prosigue el autor-.
Ahora la barbarie ha encontrado solución a su impotencia y las distancias han
sido vencidas por poderosos motores que transportan en sus velocidades la
tragedia para volcarla donde se les antoja. Ya no son los veinte, los treinta,
los cuarenta kilómetros entre los que se debatía la barbarie de von Krupp. Para
eso nació von Junker: para que la barbarie no pudiera debatirse entre las
distancias ni ser vencida por ellas. El fabricante de piezas de artillería tuvo
que inclinarse ante el fabricante de aviones de combate. Antes había
retaguardia. Bastaban unos kilómetros para comer el terreno a la guerra. Los
niños, las mujeres, los ancianos –todos los destinados a no conocer nunca
el horror que sólo los hombres podían afrontar-, tenían siempre la esperanza de
la distancia. La esperanza y la seguridad. Más allá del horizonte azotado
por los obuses, había otro donde no alcanzaba ninguna salpicadura. Las
carreteras y los caminos llegaban a un sitio en el que ya podían circular
por rutas de tranquilidad. A las caravanas de gentes arrojadas por la guerra de
su vida cotidiana, les era permitido un pequeño respiro a su amargura.
Había retaguardia, porque no era posible borrarla con metralla. Ya no la hay.
(...)Y el cerebro no tiene dentro más que eso: ruidos de motores, sobresaltos
de hélices en movimiento que perdurarán como una
pesadilla constante".
Con relación a estos brutales bombardeos,
no quiero dejar sin referencia una curiosa noticia publicada tras el
"viernes negro" en el diario El Noroeste, en la que
buscando personalizar al culpable de aquella masacre se señala a un tal Arcadio
Rubio, del que se ofrece una fotografía con este titular. "Pueblo de Gijón
-leemos entre admiraciones, en el número del periódico del 18 de agosto-: He
aquí autor moral, y se supone que material, del cobarde bombardeo aéreo".
Se trata de un sargento de Asalto Arcadio Rubio que, según el redactor de la
noticia, estuvo ocho años en Gijón, prestando servicio primero como cabo en la
plantilla de Seguridad y después como sargento en Asalto. "El jueves
volaron sobre Gijón varios aviones, quizá los mismos del viernes, arrojando
unas octavillas dirigidas a los guardias de Asalto, destinados en esta ciudad,
invitándoles a secundar el movimiento faccioso y advirtiéndoles que si en el
plazo de 24 horas no lo hacía, serían bombardeados. Se ha observado que este
criminal tuvo especial interés en agredir el edificio que ocupa la Guardia
municipal, sin duda buscando como víctima al jefe de dicho Cuerpo, Miguel
Cienfuegos, quien por haber pertenecido a Asalto, cerca del odiado sargento
Rubio, parece que nunca se pusieron de acuerdo en sus respectivas
apreciaciones. ¡Hasta el terreno particular llevo este repugnante individuo su
agresión, sin tener en cuenta que podía ocasionar víctimas inocentes! ¡Ah
canalla!".
Para terminar este trabajo en
memoria de Constantino Suárez, me parece idóneo hacerlo con otra de sus últimas
fotografías como reportero de guerra: la del viejo Teatro Dindurra, situado en
el Paseo de Begoña, hoy conocido como Teatro Jovellanos. Solo el café paredaño,
no hace mucho restaurado, se sigue llamando como el antiguo teatro. La ficha de
la fotografía da como fecha de la misma el 23 de octubre de 1937 y su
destrucción es achacada obviamente a los rojos por el burócrata del
régimen que redactó la falaz indicación correspondiente. Lo cierto es, como
escribió en su día mi estimado y recordado Francisco Prendes Quirós, que la
ejecutoria correspondió por entero y verdadero a la aviación facciosa y a sus
continuados bombardeos sobre la villa por mar y aire, en este caso una semana
antes de que Gijón fuera ocupada por las tropas sublevadas y cuando acabar con
el edificio de un teatro quizá no tuviese más sentido para sus destructores que
acallar para siempre el escenario de los grandes mítines políticos que tuvieron
lugar en el Dindurra.
Prendes nos recordó en el
artículo correspondiente que hasta dos años después de la muerte del dictador,
el 21 de octubre, fecha de la "liberación" de Gijón, fue fiesta local
recuperable, lo que da idea del celo democrático puesto en marcha para
hacer posible la idolatrada Transición, la misma que postergó el reconocimiento
al autor de la fotografía, Constantino Suárez. El antiguo Teatro Dindura fue
inaugurado el 28 de julio de 1899, y se reinauguró bajo el nombre de Jovellanos
el 7 de agosto de 1942 con una representación más que mediocre de Rigoletto.
¿Qué se podía esperar de una posguerra marcada por la represión, el miedo, la
miseria y un exilio que se había llevado consigo lo mejor de nuestra
cultura?
Nunca pude imaginar, a la
hora de documentarme y escribir este artículo sobre aquel oscuro fotógrafo
ambulante que durante mi niñez y adolescencia se ganaba la vida casi
clandestinamente, haciendo rutinarias y amables instantáneas familiares
en parques y ferias, que pudiese guardar en el fondo de sus ojos y también en
el foco de su cámaras la documentación gráfica más impresionante y atroz de la historia de Gijón.
Eso mismos episodios los habían vivido nuestros padres y abuelos, aquellos que
nos llevaban de la mano hasta el parque Isabel la Católica y silenciaban lo que
aquel fotógrafo de trato afable que frecuentaba las rosaledas había mostrado en
las páginas de un periódico local.
Hay algo más que no quiero
dejar sin consignación, por corresponder a la memoria remota de mi niñez y
tener acaso relación con Suárez. En la foto que conservo de mi primera escuela
y que por los años cincuenta y sesenta se nos hacía a todos, aparezco ante un
viejo pupitre con unas flores de plástico, un libro abierto y la imagen del
sagrado Corazón de Jesús. Mi aspecto es el de un niño cándido y disciplinado en
extremo que mira a la cámara con mansa aquiescencia, según recomendación de un fotógrafo
modestamente trajeado, que previamente había peinado toscamente mi flequillo y
dado la orientación más fotogénica a mi rostro. Estoy convencido que quien me
enfocó con su cámara -la misma Leica acaso que fotografió tanta barbarie- fue
Constantino Suárez. La foto no tiene firma y podía deberse al tiempo en que el
fotógrafo trabajaba por los colegios de tapadillo, tal como se consigna en su
biografía.
*Artículo publicado en el número de julio de 2020 de El Viejo topo
DdA, XVI/4533
2 comentarios:
Gracias.
Un saludo.
A ti por tu lectura. Saludos cordiales.
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