martes, 17 de marzo de 2020

ABRAZOS EN EL AIRE CONTRA LA INJUSTICIA SOCIAL


Ana Cuevas

No hay nada más terapéutico que un buen abrazo. Uno fuerte, de esos que te estrujan y hacen que te fundas en un solo ser hasta casi hacerte daño.
En la situación actual no es posible ese gesto de afecto y de consuelo. Un bichito microscópico ha decidido mantenernos a una distancia de dos metros, embozadas las sonrisas tras  una mascarilla, confinados en nuestros domicilios y aislados de muchos de nuestros seres queridos.
Sin embargo el ser humano, capaz de lo peor y también de lo mejor, no se doblega ante la tiranía del malvado virus. En el escenario de ciencia-ficción en el que nos hemos sumergido en pocos días, nuestra imaginación hace volar la solidaridad por las ventanas para abrazar al personal que se la juega en los hospitales, en los comercios, en las gasolineras... a nuestros vecinos que, más o menos solitarios, afrontan esta crisis con angustia e incertidumbre.
Todos los días, a las ocho de la tarde, nuestros brazos se alargan desafiando las leyes de la física para acurrucar entre ellos a nuestros héroes y heroínas. Pero también a las víctimas de este giro loco que ha tomado nuestras vidas. Personas que necesitan ayuda porque la pobreza y la ansiedad les muerden con fiereza.
Esos aplausos que nos emocionan, que hacen brotar nuestras lágrimas, no pueden quedarse en un gesto. Somos una misma especie pero hemos fomentado el individualismo, el sálvese quien pueda, la frivolidad insolidaria que mata con más eficiencia que el Covid19.
La sanidad pública lleva décadas siendo vapuleada, privatizada y sunsida por tecnócratas que decidieron hacer de ella un botín sangriento. Ahora se le exige un esfuerzo sobrehumano que las clínicas privadas, que reciben dinero público, no van a ejercer por las buenas.
Están muy bien los aplausos. Pero estaría mejor tomar conciencia de que nuestra ejemplar sanidad debe ser defendida a capa y espada por una mera cuestión de supervivencia. Que los medios humanos y materiales escasean y que, pese a ello, sus trabajadores pelean como gladiadores contra un monstruo que intenta devorarnos a todos: conservadores, progresistas, azulones, verdes o rojos.
Necesitan nuestro apoyo, no solo ahora. También cuando la enfermedad se logre controlar y los efectos sociales y económicos nos sitúen ante un panorama aún más dantesco.
Otra vez será a los trabajadores, a los más pobres, a quienes se nos requerirá un ejercicio de patriotismo para pagar la sangría. ¿Y por qué no a los bancos? Ya los rescatamos una vez de su propia impericia. ¿No ha llegado el momento de que devuelvan lo robado a la ciudadanía?
O a los grandes ejecutivos, multinacionales y millonarias fortunas que se engordaron aún más con la anterior crisis y ahora solicitan medidas de empobrecimiento global de la población para mantener sus montañas de dinero.
¡Es la guerra!- Repiten los líderes mundiales. Y nosotros, la gente corriente, soldaditos desechables que debemos estar prestos a sacrificarnos por eso que llaman patria, cuando quieren decir pasta.
Seguiremos aplaudiendo cada noche, enviando abrazos voladores a nuestros compatriotas que sufren y pelean acatando con sensatez y valor la estresante situación que nos toca vivir. Pero de esos aplausos debe quedar memoria. Debe quedar ese poso de solidaridad que brota ahora y que no debiera apagarse nunca. Entender que juntos somos invencibles frente a un virus y que también debemos serlo ante la injusticia social y los depredadores habituales.
Venceremos a la pandemia. Pero después, no olvidemos abrazar a los más débiles con todas nuestras fuerzas. No olvidemos estos días en los que una puñetera enfermedad nos volvió seres humanos. De los buenos.

       DdA, XVI/4437     

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