Alejandro Álvarez
Históricamente la derecha siempre quiso garantizar el orden, la
seguridad, la convivencia y la familia, mientras la izquierda centraba
sus aspiraciones políticas en valores de justicia social, reparto de
riqueza, igualdad, libertad y democracia. Era lo habitual y lo esperable
en el campo de los espacios políticos, con grados en cada una de las
dos posiciones, grados que llevaban a veces a ciertas “intersecciones”
de los dos ámbitos.
Quienes tenían (y tienen) el poder y la
riqueza (o quienes los representaban) eran (y son) de derechas y
aspiraban (y aspiran) a mantener el status quo, una situación que
garantizaba (y garantiza) la pervivencia de sus privilegios. Los cambios
no son buenos pues hacen peligrar las ventajas exclusivas de las que
goza una minoría frente a la mayoría social. Por eso es esperable que
pongan el acento en elementos que les convienen y que, bien usados,
actúan como señuelo para una parte de la sociedad al conectar con
algunos de sus deseos ocultos (el orden y la seguridad) y servir como
pócima que disipaba los miedos asociados a sus contrarios (desorden,
inseguridad,…). El orden y la seguridad siempre fueron, en el imaginario
de las mentes de derechas, algo inmutable, casi eterno, como el orden
del universo. Introducir alteraciones en esa “armonía”, vienen a decir
los de derechas, es someterse al riesgo de lo ignoto, al vaivén de lo
desconocido. Apelar a orden, seguridad, convivencia y familia supone
invocar valores muy ligados a la tradición, valores fuertes muy
instalados en la conciencia de la mayoría por la ideología de las clases
dominantes, que, como bien explicó Marx, es la ideología dominante.
Por el contrario, quienes carecían (y carecen) del poder y la riqueza
(o quienes los representan políticamente) deben aspirar (y aspiraban) a
introducir cambios, con grados diversos, en la sociedad para un mejor
reparto de la riqueza, para la eliminación de la explotación, para una
mayor justicia social, para la extensión de la libertad a todos los
estamentos sociales, para la consecución de la igualdad, para la
democratización de las decisiones que estaban en manos de unos pocos,
etc. Para la izquierda, subvertir el orden establecido, alterarlo era (y
debe ser) conditio sine qua non de su acción política, algo
indispensable e ineludible si quieres seguir siendo de izquierdas, pues
el “mantenimiento del orden” es un lastre cuando no un impedimento para
la consecución de sus objetivos políticos y sociales. Ciertamente podían
plantearse grados y ritmos en la ruptura de ese orden, revolución o
reforma, pero se daba (y debe darse) por sentado que ser de izquierdas
implica cambiar el orden, modificarlo, transformarlo, ya fuera
lentamente o de forma abrupta.
Por eso, en el discurso de la
derecha era (y es) muy frecuente la alusión a la necesidad del
mantenimiento del orden y de la seguridad (de la sociedad o de las
personas) y la acusación de desorden, algarabía o caos ante los cambios
propuestos por la izquierda, sobre todo si afectaban a los intereses de
los poderosos. Y por eso en el mensaje de la izquierda estaban
permanentemente presentes vocablos como transformación, reforma,
revolución, etc. El sentido de inmutabilidad y de recurrencia a la
autoridad que denota y connota la palabra “orden” se dejaba para la
derecha “inmovilista”, pues la izquierda presumía de caminar en busca de
cambios, que solían estar asociados a mejoras sociales.
Hoy, sin
embargo, cuando la ideología neoliberal ha invadido buena parte del
espacio de la antigua izquierda y las alternativas a las política
neoliberales han sido abandonadas por la antigua socialdemocracia y
están cada vez más ausentes de la escena política, parte de lo que
antaño fue la izquierda asume “sin complejos” los mensajes (y las
propuestas políticas y sus prácticas, lo cual es todavía peor), o “los
relatos” de la derecha porque ha renunciado a pelear en su espacio
propio, el del cambio social, y se ha metido a competir en el espacio
que siempre ha sido seña de identidad de la derecha, el del “orden, la
seguridad y la convivencia”. Por eso Adriana Lastra, nada menos que
vicesecretaria y portavoz parlamentaria del PSOE, presentándolo como
prioridad política de su partido, ha asegurado que “Vamos a asegurar el
orden, la seguridad y la convivencia en Cataluña” (sin otra propuesta o
salida política). Lo peor, sin embargo, es que este no es un hecho
aislado de la derechización del PSOE, sino uno más entre otros muchos,
aún más significativos: su participación en la construcción de una
Europa netamente neoliberal, su obediencia a los deseos de la patronal
(“no les gustáis a la CEOE” le dijo C. Calvo a Unidas Podemos como
justificación de su negativa a entregarles la cartera de trabajo), su
negativa a cuestionar los privilegios de la banca, su búsqueda del
acuerdos con PP y C,s, su ligazón directa (vía puertas giratorias) con
los grandes poderes económicos, su sometimiento a los deseos del
imperialismo americano (armas a Arabia Saudí, reconocimiento estúpido de
Guaidó, et.), … y otros muchos que se pueden ver casi cada día.
Y, entre tanto, el PSOE sigue apelando al voto de izquierdas. Y gente de izquierdas sigue creyéndolo.
DdA, XV/4321
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