lunes, 28 de octubre de 2019

EL CAMBIO EN EL PSOE: EL ORDEN Y LA SEGURIDAD


Alejandro Álvarez

Históricamente la derecha siempre quiso garantizar el orden, la seguridad, la convivencia y la familia, mientras la izquierda centraba sus aspiraciones políticas en valores de justicia social, reparto de riqueza, igualdad, libertad y democracia. Era lo habitual y lo esperable en el campo de los espacios políticos, con grados en cada una de las dos posiciones, grados que llevaban a veces a ciertas “intersecciones” de los dos ámbitos.
Quienes tenían (y tienen) el poder y la riqueza (o quienes los representaban) eran (y son) de derechas y aspiraban (y aspiran) a mantener el status quo, una situación que garantizaba (y garantiza) la pervivencia de sus privilegios. Los cambios no son buenos pues hacen peligrar las ventajas exclusivas de las que goza una minoría frente a la mayoría social. Por eso es esperable que pongan el acento en elementos que les convienen y que, bien usados, actúan como señuelo para una parte de la sociedad al conectar con algunos de sus deseos ocultos (el orden y la seguridad) y servir como pócima que disipaba los miedos asociados a sus contrarios (desorden, inseguridad,…). El orden y la seguridad siempre fueron, en el imaginario de las mentes de derechas, algo inmutable, casi eterno, como el orden del universo. Introducir alteraciones en esa “armonía”, vienen a decir los de derechas, es someterse al riesgo de lo ignoto, al vaivén de lo desconocido. Apelar a orden, seguridad, convivencia y familia supone invocar valores muy ligados a la tradición, valores fuertes muy instalados en la conciencia de la mayoría por la ideología de las clases dominantes, que, como bien explicó Marx, es la ideología dominante.
Por el contrario, quienes carecían (y carecen) del poder y la riqueza (o quienes los representan políticamente) deben aspirar (y aspiraban) a introducir cambios, con grados diversos, en la sociedad para un mejor reparto de la riqueza, para la eliminación de la explotación, para una mayor justicia social, para la extensión de la libertad a todos los estamentos sociales, para la consecución de la igualdad, para la democratización de las decisiones que estaban en manos de unos pocos, etc. Para la izquierda, subvertir el orden establecido, alterarlo era (y debe ser) conditio sine qua non de su acción política, algo indispensable e ineludible si quieres seguir siendo de izquierdas, pues el “mantenimiento del orden” es un lastre cuando no un impedimento para la consecución de sus objetivos políticos y sociales. Ciertamente podían plantearse grados y ritmos en la ruptura de ese orden, revolución o reforma, pero se daba (y debe darse) por sentado que ser de izquierdas implica cambiar el orden, modificarlo, transformarlo, ya fuera lentamente o de forma abrupta.
Por eso, en el discurso de la derecha era (y es) muy frecuente la alusión a la necesidad del mantenimiento del orden y de la seguridad (de la sociedad o de las personas) y la acusación de desorden, algarabía o caos ante los cambios propuestos por la izquierda, sobre todo si afectaban a los intereses de los poderosos. Y por eso en el mensaje de la izquierda estaban permanentemente presentes vocablos como transformación, reforma, revolución, etc. El sentido de inmutabilidad y de recurrencia a la autoridad que denota y connota la palabra “orden” se dejaba para la derecha “inmovilista”, pues la izquierda presumía de caminar en busca de cambios, que solían estar asociados a mejoras sociales.
Hoy, sin embargo, cuando la ideología neoliberal ha invadido buena parte del espacio de la antigua izquierda y las alternativas a las política neoliberales han sido abandonadas por la antigua socialdemocracia y están cada vez más ausentes de la escena política, parte de lo que antaño fue la izquierda asume “sin complejos” los mensajes (y las propuestas políticas y sus prácticas, lo cual es todavía peor), o “los relatos” de la derecha porque ha renunciado a pelear en su espacio propio, el del cambio social, y se ha metido a competir en el espacio que siempre ha sido seña de identidad de la derecha, el del “orden, la seguridad y la convivencia”. Por eso Adriana Lastra, nada menos que vicesecretaria y portavoz parlamentaria del PSOE, presentándolo como prioridad política de su partido, ha asegurado que “Vamos a asegurar el orden, la seguridad y la convivencia en Cataluña” (sin otra propuesta o salida política). Lo peor, sin embargo, es que este no es un hecho aislado de la derechización del PSOE, sino uno más entre otros muchos, aún más significativos: su participación en la construcción de una Europa netamente neoliberal, su obediencia a los deseos de la patronal (“no les gustáis a la CEOE” le dijo C. Calvo a Unidas Podemos como justificación de su negativa a entregarles la cartera de trabajo), su negativa a cuestionar los privilegios de la banca, su búsqueda del acuerdos con PP y C,s, su ligazón directa (vía puertas giratorias) con los grandes poderes económicos, su sometimiento a los deseos del imperialismo americano (armas a Arabia Saudí, reconocimiento estúpido de Guaidó, et.), … y otros muchos que se pueden ver casi cada día.
Y, entre tanto, el PSOE sigue apelando al voto de izquierdas. Y gente de izquierdas sigue creyéndolo.

                     DdA, XV/4321                   

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