miércoles, 25 de septiembre de 2019

EL DUCE, EL CAUDILLO Y EL FÜHRER, POR EL GENERAL MILLÁN ASTRAY*


Félix Población

Teniendo en cuenta el film de actualidad de Alejandro Amenábar Mientras dure la guerra, en el que podremos asistir al histórico episodio en el que el el rector vitalicio de la Universidad de Salamanca, Miguel de Unamuno, se enfrenta al general faccioso Millán Astray en el paraninfo de esa institución ("Venceréis pero no convenceréis") el 12 de octubre de 1936, me parece oportuna la comparación que el militar mutilado, fundador de la Legión, establece en este triple artículo publicado en el diario El Adelanto de Salamanca el 8 de enero de 1937. 

Tal como se podía esperar de un ejército golpista que para vencer en la guerra de España hubo de contar con la colaboración substancial de sus aliados nazi-fascistas, la comparación es pertinente y obedece a la necesidad de documentar -siempre que sea menester-  las buenas relaciones que hicieron posible esa colaboración armada. Dos de los dictadores no tuvieron larga vida, pero el tercero se mantuvo en el poder casi cuatro décadas, siendo honrado al término de sus días con un solemne enterramiento en el santo sepulcro de una basílica bendecida por el papa. A esas cuatro décadas de poder absoluto en vida, se le añadieron otras cuatro largas  en su mausoleo mortuorio, una vez terminada la dictadura, a las que parece que se va a poner fin ahora.

El artículo del general Millán Astray en el periódico salmantino se publicó cuando solo habían pasado ocho días desde el fallecimiento de don Miguel, destituido de su cargo de rector vitalicio y arrestado en su domicilio desde que se resintió su inicial apoyo a los sublevados con su alocución en el paraninfo el Día de la Raza. El artículo de Millán seguro que le habría sido muy esclarecedor del futuro que le aguardaba a su país, por si ya no lo tenía bastante claro. Leemos, en el texto del general africanista, que los tres dictadores mencionados "son los pilares del actual triunvirato salvador de la paz y del espíritu de Occidente".

De Mussolini dice que "con la ayuda de Dios está salvando al mundo de todos los pecados de la carne mortal, de todas las asechanzas luciferixas, de todas las Galacias que el marxismo satánico y el demoníaco Lenin tendieron a la pobre humanidad extraviada y doliente con la fórmula falsa y mirífica de la justicia social". Esa humanidad, según el general, "vive ahora elevando sus ojos hacia el Duce, que cada día se va convirtiendo en símbolo, en puro mito; y asciende su mirada hacia Hitler, que como un vikingo rubio sostiene férreamente la bóveda del orden nuevo y contempla ilusionada al caudillo Franco, porque los tres caudillos juntos representan la voluntad y la verdad de Dios".

Sobre Adolf Hitler, de quien Millán hace un encomiástica glosa de su biografía política, asegura que "es un corazón encaminado hacia el bien, un espíritu místico, hasta ofrecer toda su vida y sus goces por la Patria. Un hombre -afirma- que llegó a la castidad por no sufrir influencias extrañas ni repartir su amor por la Patria y por la idea".  Para el general legionario el Führer es algo más que una figura alemana, "es toda la voz de una raza que vibrando recia y virilmente, que sintiéndose salvadora de sus esencias culturales y de sus tradiciones, le dice al mundo que ella está alerta y dispuesta a complir con su lema "sangre y honor".


El que ocupa el espacio tipográfico central de los tres artículos, como no podía ser menos, es el dedicado al caudillo Franco, donde leemos: "España, cual Italia, cual Alemania, por ser un pueblo con hombres con todas las condiciones de los pobres, con cuerpo duro y alma pura, busca su Führer y su Duce, y encuentra aquel joven gallego que nació al pie de las montañas, desafiando a las furiosas olas del Atlántico. Y al contemplar su historia. Al ver su fortaleza. Al mirar a sus ojos claros y límpidos, le dice en clamor unánime: "Tú eres el Caudillo. Nosotros, detrás, y tú nos alíneas. ¡Llévanos a la batalla, conducidos por tu genio guerrero, por tu energía, por tu acierto, por tu fortuna! ¡Echemos de nuestro suelo al enemigo! ¡Formemos también nuestro Ejército español, y tú, puesto al frente, levantarás tu espada victoriosa, mirando a Oriente, y saludarás al Duce, al Führer, ya que tú eres el Caudillo". 

A Millán Astray  se le reconoce en los libros de historia por su grito ¡Viva la muerte! Aunque su idolatrado caudillo haya muerto hace más de cuarenta años y su régimen haya sido condenado en todos los organismos internacionales, el franquismo sigue vivo en un sector importante de la derecha española y en alguno también del poder judicial. Hace más de treinta años, en 1986, el gobierno de Felipe González publicó en el BOE una declaración institucional, con motivo del cincuentenario del inicio de la guerra incivil, en la que leímos que "esa guerra era definitivamente historia, parte de la memoria de los españoles y de su experiencia colectiva. Pero no tiene ya -ni debe tenerla- presencia viva en la realidad de un país cuya conciencia moral última se basa en los principios de la libertad y la tolerancia". Fue así como el Estado, que González representó en calidad de jefe del gobierno durante catorce años, mantuvo durante más de cuatro décadas el homenaje al dictador que ha supuesto el enterramiento que ocupa.

Fue así, tambíen, como han permanecido y permanecen repartidos por fosas y cunetas sin nombre las miles de víctimas del franquismo enterradas como alimañas por enfrentarse a la dictadura. ¡Viva la muerte!, gritó Millán, y para dejar constancia  de quienes la hicieron vivir como socios en una España y Europa en guerra escribió esos tres artículos ditirámbicos apenas dos meses después de que Unamuno gritara en el paraninfo de la Universidad de Salamanca: "Venceréis pero no convenceréis".

*Artículo publicado hoy también en elsaltodiario.com

                     DdA, XV/4287                 

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