Ana Cuevas
A
estas alturas de la copla hay que ser muy burro, o muy cínico, para
negar el acelerón que está tomando el "asuntillo" del cambio climático.
La mitad de los informativos se dedican a mostrar sus devastadores
efectos en forma de inundaciones, sequías, tornados o huracanes en todos
los rincones del planeta. La madre tierra está perdiendo la paciencia
con estos hijos tontos, con estos monos perversos que, apenas
descendimos de los árboles, nos dedicamos a talar el susodicho árbol, el
bosque y cualquier brote de vida que se nos ponía por delante.
Nuestra
especie es así. Como un virus autófago que acaba destruyendo su propio
sustento. O al menos el de las generaciones venideras. Porque a los
psicópatas que controlan el cotarro les importan una mierda las
generaciones venideras. En realidad, les importa una mierda todo lo que
no sea ellos mismos y su insultante existencia. ¡El que venga atrás...
que arree!- como se dice en mi tierra. Lo malo es que , con lo que
tendrán que arrear nuestros hijos y nietos, es con una montaña de
estiércol que amenaza con enterrarlos vivos.
Habrán notado que
sufro de cierta inclinación escatológica en este texto. Bien, no es
casual. La inspiración me la ha dado el presidente brasileño, ese tipo
ultraderechista, criminal y absolutamente imbécil durante cuyo mandato
la desforestación de la selva amazónica se ha acelerado de forma
estratosférica.
Bolsonaro mantiene que el hecho de arrancar
de cuajo el pulmón del planeta para rendir pleitesía a intereses
pecuniarios de grandes multinacionales no tiene nada que ver con el
calentamiento global. Pero "El capitán motosierra", mote del que presume
el propio Bolsonaro, ha ido un paso más allá, o mejor dicho una
zancada, en su sinvergüenza impudicia y ha dado con la clave para acabar
con el inquietante problema.
¿La mágica receta?: Hacer caca
día sí y día no. ¿Cómo no se nos había ocurrido antes? ¡Son nuestras
heces! Las deposiciones que soltamos arbitrariamente a diario, así a lo
loco, entre todos los ciudadanos del mundo. Cagando a diario, e incluso
varias veces según dietas, guiados por nuestro salvaje egoísmo de vaciar
el vientre sin pensar en las terroríficas consecuencias de tales
desahogos.
Ni la desforestación, ni las emisiones de los
aviones y las industrias que envenenan cielo, tierra y agua, ni las
fugas radioactivas, ni los plásticos que se están haciendo dueños de los
mares y verdugos de sus criaturas...
La solución está en
nuestros esfínteres, amigos míos. O eso sostiene este siniestro
individuo. Y algo de razón no le falta. Porque es cierto que la cagamos,
la cagamos mucho y muy a menudo eligiendo payasos asesinos para regir
nuestro destino. Eligiendo a tipos como él.
Tampoco aquí
andamos escasos de talentos negacionistas que la cagaron cuando frenaron
el auge de las energías limpias para mayor gloria de las compañías
eléctricas. Hay que asegurarse una vejez de oro por alguna puerta
giratoria aunque eso suponga enmierdar las posibilidades del resto.
Al
final, como leí por ahí, ninguno de nosotros va a salir de aquí con
vida. Eso es seguro. Más tarde o más temprano, todos y cada uno nos
iremos a la mierda. Hasta Bolsonaro, Trump y todos sus primos sociópatas
tendrán su personalizado fin del mundo. Lo malo será la cantidad de
detritos que habrán dejado en su camino.
Es verdad que por
aquí nos sobran mierdas. Pero aún estamos a tiempo de tirar de la
cadena. En este caso, no se desperdiciaría el agua si los truños fueran
estos elementos. Porque como abono no acabo de verlo. De una simiente de
mierda no puede salir buena hierba.
Y recuerden: Como dice Bolsonaro: ¡Solo el Fortasec puede salvar el mundo!
DdA, XV/4246
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