martes, 16 de julio de 2019

ADIÓS A LA MAESTRA GIJONESA TERESA MENÉNDEZ RUGARCÍA

«Era una enamorada de la enseñanza». Así describe María Teresa Mariño a su madre, la maestra María Teresa Menéndez Rugarcía que falleció ayer en Gijón, a los 104 años de edad. El vínculo de María Teresa Menéndez con la docencia surgió muy pronto. Su madre, Herminia Rugarcía era una mujer cubana «de vasta cultura» que daba clases de francés e inglés. Junto a ella, y a sus hermanas mayores, ambas licenciadas en Física y Química, María Teresa fundó en octubre del año 1934 la academia para 'señoritas y niñas' Menéndez Rugarcía.


En Asturias Republicana, de Marcelino Laruelo, podemos leer este texto de la propia María Teresa:

Yo nací en 1915, en Gijón, encima de la actual tienda de aparatos musicales que hay en Begoña, Musical Tommy, en el primer piso, que es todavía de mi hermana. El de al lado fue de Carantoña, nos lo compraron a nosotros, era de los abuelos, se le vendió a él y se trató mucho con mi hermana. Y mi hermana, como tiene un hijo paralítico y los vecinos no quisieron poner ascensor, se marchó a otro piso y ése lo alquiló a la academia de inglés de Trevor.
Mis primeros recuerdos de la infancia están relacionados con los soldados que marchaban para la guerra de Africa. Desfilaban por la calle Covadonga, al costado de Begoña. Nos llamaban las muchachas para ir a verlos. Esa noche, mi padre no cenaba, su único hijo era muy pequeñito, pero marchaban a la guerra los hijos mayores de sus amigos, y mi madre, lo mismo, pero a mi padre, que se fueran a la guerra, lo hundía.
Tuve una infancia feliz con unos padres y abuelos que, para mí, no tuvieron defectos. El dinero, que lo hubo, se gastó en cultura. Todos aprendimos a tocar el piano, y dibujo y pintura, con Nemesio Lavilla; él y Eulogio Llaneza entraban por casa como por la suya. Un día, en la finca de verano de los abuelos, revolvió toda la casa buscando a su alumna Juanita y la encontró en ropas menores en su habitación, vistiéndose.
A los 17 años, empecé a trabajar en la academia, una academia de bachillerato que tenía por nombre los apellidos de la familia, no ningún santo. Se abrió el día que empezó la revolución de Octubre (en 1934). Se estrenó el local, se bendijo y hubo la misa de principio de curso ese mismo día.
Mi padre era muy sociable, había tratado con muchos obreros y le habían hecho quebrar una fábrica de vidrio (¿Vidriera del Llano, Cristales del Llano?). Mi padre fue gerente de Gijón Industrial. Cuando se casó, era gerente de Gijón Fabril. Le gustaba la cosa técnica y estudió muchísimo. Cuando heredó al abuelo, metieron mucho dinero, suyo y de la familia, en montar una fábrica suya, que empezó bien y acabó en quiebra completa a consecuencia de las huelgas del 17, del 18, del 20...

Era de carácter muy liberal, de tal manera que los propios obreros de Gijón Fabril, siendo el patrón, lo nombraron presidente del Ateneo Obrero de La Calzada, y eso habla de su mentalidad abierta. Mi padre celebraba todos los años con sus amigos el aniversario de la República de Cuba, y eso le costó la única noche en su vida que durmió fuera de casa, porque la pasó en la cárcel. Estaban cenando no sé donde y dando vivas a la República (cubana), y Mauricio Morán, que era el comandante militar de la plaza en la época de Primo de Rivera, y que tenía a todo el mundo bajo sospecha, pues les cogieron a todos los de los vivas a la República y les metieron en la cárcel, y eso que mi padre no era político para nada. Al día siguiente, los soltaron; estaba Villa, el médico, y un montón de gente, toda conocida de Gijón.
Mi padre empezó a trabajar en la casa Juliana, eran íntimos amigos y don Clodomiro lo quería como un hijo. Yo seguí estudiando. Iba a la Universidad y tenía de profesor a Leopoldo Alas, el hijo de Clarín, el catedrático más pacifista que tuve. Era una chiquilla feliz. Cogía el autobús por la mañana para ir a clase, iba a la Universidad, y un día me preguntaron que por qué estudiaba tanto, y contesté que porque una mujer viene a la Universidad a estudiar o no viene. Eramos siete mujeres en la clase de Leopoldo Alas. Por la tarde, daba las clases en la academia y alguna alumna era mayor que yo. De las primeras que preparé, una entró de la primera en Telégrafos y otra en Hacienda.
Pasó la Revolución de Octubre y la represión ponía los pelos de punta, sobremanera a mi padre que conocía a muchísima gente. El local de la academia lo asaltaron y lo deshicieron a balazos, y estaba recién inaugurado.

Sigue la lectura  en ASTURIAS REPUBLICANA

                  DdA, XV/4229                  

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