sábado, 25 de mayo de 2019

EL TRANVÍA DEL MUSEL 1


Félix Población

La imagen puede corresponder, aunque quizá me equivoque, a los primeros años sesenta del pasado siglo, con muy poco porvenir ya para los tranvías gijoneses, cuyo decrépito estado asocio con la cotidianidad ciudadana de aquel tiempo y con el chirriante sonido metálico de las ruedas al girar el vehículo en las curvas.

Según se advierte en las camisas blancas y las corbatas de tres de los  viajeros que se acaban de bajar del estribo, es muy probable que ese día fuera domingo, festivo o fecha de guardar porque las camisas blancas y las corbatas no eran lo habitual en ese itinerario los días de labor. No solía darse ese punto pulcro de luz en esos viajes, tan ostensible en la oscuridad de la imagen. Esa línea iba al puerto de El Musel y solía frecuentarla el proletariado de los barrios del Natahoyo y La Calzada, así como los empleados portuarios y los de los astilleros.

Junto a esa parada, al lado de la estación del norte que se ve al fondo y es hoy Museo del Ferrocarril, vivía mi amigo Luis, que de adolescente ya fumaba en pipa y tenía además el permiso de sus padres. Por eso quizá yo quise hacer lo mismo, pero mi madre me dijo que se me iban a poner negros los dientes, asi que lo dejé de inmediato. Además Luis ya tenía un barba precoz y yo no pasaba de un bozo apenas insinuado. La habitación de Luis olía a ese tabaco, mucho más grato de respirar que el de las cajetillas de Celtas que le compraba a mi padre en el quiosco del parque.  

El de Luis era un cuarto acogedor, muy cálido, con muebles antiguos y el techo muy alto, y una ventana también alta a poco más de un metro sobre la acera, muy cerca de la vía del tranvía del Musel. La imagen de la fotografía bien podría haber sido tomada desde esa ventana porque en mi memoria guardo más o menos una perspectiva similar. Estoy viendo a Luis encender con parismonia su pipa cachimba con aquel aire impostamente cauteloso con el que pretendía identificarse con  Sherlock Holmes, su personaje favorito de ficción, mientras yo le reitero,  por enésima vez, mis sueños eróticos después de haber visto juntos Desde Rusia con amor, nuestra primera peli para mayores gracias a la vista gorda del portero del cinema Avenida, al menos conmigo, que ya he dicho que Luis ya tenía barba y además era algo mayor que yo. 

La primera sensación que he tenido al observar esa imagen en esa fotografía, después de haber transcurrido toda una vida desde que la vi en la realidad, es que quizá en esos años podíamos divertirnos y pasarlo bien con nuestros amigos, como en todas las épocas,  pero posiblemente también se dejara notar en nuestro ánimo la pesadumbre de esa húmeda  atmósfera invernal, la luz plomiza de tantos días,  el viento despacible soplando desde el mar, la lluvia pertinaz y tediosa, y el estridente chirrido de aquellos tranvías amarillos, sucios y desvencijados, en los que muchas veces, a la salida de su trabajo en la estación del norte, acompañé a mi padre a pescar calamares en El Musel hasta bien entradala noche.

Nunca me lo dijo, pero el tiempo y la edad me han enseñado  a saber, cuando mi padre decía que con la pesca se le iban las preocupaciones, que aquellas horas nocturnas frente al mar, bajo la luz de las farolas de los espigones, entroncaban con sus años juveniles en la ría de Avilés, antes de la guerra que dejó colgado en la percha por mucho tiempo aquel traje blanco de lino que estrenó el mismo sábado 18 de julio en el Parque Japonés. Fue la primera vez que bailó con mi madre. Tardarían casi nueve años en casarse en el destierro porque aquella guerra no sólo costó muchas vidas sino que partió muchísimas más. Por eso quizá, imágenes como la de la fotografía plasman en cierto modo la intemperie de una memoria en la que se respiraba orfandad y pesadumbre, melancolía y desasosiego.

                         DdA, XV/4180                   

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