Félix Población
La derecha y la extrema derecha iniciaron la
campaña electoral en Asturias. Al líder del Partido Popular se le debió
ocurrir la idea el día que contempló la Cruz de los Ángeles en la catedral de
Oviedo. Lo de Abascal, que la inició con una visita a la basílica de Covadonga,
ya viene de los comicios de 2015, por aquello de sus públicas y notorias
ínfulas de caballista reconquistador, aunque esa vez de nada le valieran en las
urnas sus preces.
No deja de ser significativa esta coincidencia de
principios. Mucho más, si se tiene en cuenta que hace 85 años Gil Robles, el
líder de la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas) visitó el mismo
santuario y celebró a su vera un mítin, el 9 de septiembre de 1934, con motivo
de la asamblea de su partido Acción Popular, con cuyo discurso sin duda
sintonizará tanto la derecha hoy ciertamente airada de Pablo Casado como la
renaciente y nueva extrema derecha española.
Aquel mitin de Covadonga de José María Gil Robles
se celebró un mes antes de la Revolución de Asturias, iniciada precisamente por
la inclusión en el gobierno de Alejandro Lerroux de tres ministros de la CEDA.
Aquella revuelta de dos semanas se saldó con la muerte de 1100 personas entre
quienes la protagonizaron y de otras 300 por parte de las fuerzas de orden
público y el ejército que la reprimieron, según el historiador Julián Casanova.
Miles de revolucionarios fueron torturados y encarcelados al término del
movimiento -sobre el que Albert Camus escribió una de sus obras-, que fue
promovido por Largo Caballero y contó con la rebelión catalanista liderada por
Lluís Companys, president de la Generalitat. Aunque el nuevo gobierno de
centro-derecha salió airoso del doble asalto, al que respondió con una durísima
represión dirigida desde Madrid por el general Franco, la extraordinaria
movilización de las organizaciones de la izquierda obrera daría lugar a una
enconada resistencia dque unió (UHP) a socialistas, anarquistas y comunistas,
dando lugar a una insólita subversión del orden establecido como réplica a la
que se preveía como una política aún más conservadora durante el llamado bienio
negro.
Sobre la personalidad de Gil Robles y su
Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), es bien sabido que al modo
del Duce Mussolini se le llamaba "Jefe" y que sus simpatías con el
nazi-fascismo eran conocidas. Ese mismo mes de septiembre, don José María había
asistido como obsrvador al congreso de Núremberg para estudiar nada menos que
la propaganda nazi. Habida cuenta el clima prerrevolucionario que se vivía en
Asturias cuando el líder celebró su mítin en Covadonga, en medio de una crisis
económica notable y en auge también el nazi-fascismo en Europa, el movimiento
obrero consideró la convocatoria de Gil Robles una provocación, por lo que se
declaró una huelga general en la región aquel mismo fin de semana del 9 de septiembre.
Entre las medidas boicot es de señalar que la carretera hasta Covadonga fue
sembrada de tachuelas, salvadas por el vehículo en el que viajaba "el
Jefe" con unas escobas adosadas a las ruedas delanteras del vehículo.
Información publicada por ABC
Las palabras que pronunció Gil Robles en
Covadonga fueron, como no podía ser de otro modo, de una clara exaltación
nacional, hasta el punto de proponerse hacerla "con locura, con paroxismo,
con los que sea: prefiero un pueblo de locos -afirmó- a un pueblo de
miserables". Un año antes, en octubre de 1933, el líder de la CEDA se
había despachado de un modo manifiestamente premonitorio en otro mitin
celebrado en el teatro Monumental de Madrid: «Hay que ir a un Estado
nuevo, y para ello se imponen deberes y sacrificios. ¡Qué importa que nos
cueste hasta derramar sangre! (...) Para realizar este ideal no vamos a
detenernos en formas arcaicas. La democracia no es para nosotros un fin, sino
un medio para ir a la conquista de un Estado nuevo. Llegado el momento el
Parlamento o se somete o le hacemos desaparecer».
Acerca del discurso de José María Gil Robles y el
acto de Covadonga encontramos en la prensa de la época dos versiones que por su
carácter antagónico he querido focalizar en dos periódicos: la versión del
diario monárquico ABC, proclive al líder conservador, y la del diario
socialista de Oviedo Avance, dirigido por Javier Bueno (fusilado en 1939
por la dictadura franquista), voz a la postre del movimiento revolucionario de
Asturias.
En el largo titular de ABC leemos que más de diez
mil personas acudieron a la asamblea de Acción Popular de Covadonga, "a
pesar de las agresiones y atropellos de los elementos revolucionarios". En
el sumario subsiguiente se refiere también a otros actos de sabotaje con tiroteo de trenes
y camionetas. Respecto al discurso en sí, al redactor le merece asentimiento y
aplauso "por el análisis de la situación actual que hizo, la valentía con
la que se enfrenta a los problemas políticos y, sobre todo, la exactitud de
sentido real con que trata el de los separatismos". Según el citado
periódico, "el panorama que trazó el señor Gil Robles al referirse a la
rebeldía de la Generalidad, que, no contenta con mantenerla en su región, acude
a fomentarla en otra, es de un verismo exacto".
Más adelante asegura el editorialista que estuvo
Gil Robles resuelto y categórico al hablar de la hipótesis de aceptar
responsabilidades en el Poder, "poniendo por encima de todas las amenazas
y coacciones la idea del por la Patria y para la Patria". En
general, "todo el discurso, por su firmeza, por su tonalidad y por la
concreción de posiciones, merece aprobación. Es, acaso, el más preciso y más
decisivo que como jefe de partido ha pronunciado, sobre todo si consideramos
las circunstancias y las perspectivas inmediatas del momento en que ha
hablado".
Portada del diario socialista Avance
Javier Bueno era quien habitualmente escribía los
editoriales del diario Avance, pero en esta ocasión debió hacerlo el
redactor jefe, Ignacio Lavilla, por hallarse el director en prisión como
consecuencia de una de las muchas multas y condenas que el periódico socialista
y su director recibían por sus artículos. Dos editoriales analizan de muy
distinto modo al del diario monárquico la jornada de Covadonga de Gil Robles, en
la que los sindicatos habían convocado un paro "que impidió que el líder
de la CEDA tuviera otros oyentes que los veraneantes de los hoteles locales y
unas docenas de personas. Si la clase trabajadora no hubiese opuesto el paro al
propósito cedista, y se hubiesen reunido en tono del jesuita siquiera cuatro
mil persona, tendría más disimulo la intención: su significación verdadera está
en haberse celebrado en el vacío de un paro unánime de la clase
trabajadora".
Más adelante, asegura el editorialista, que allí
donde la CEDA -a la que califica como el fascismo verdadero y "no esa payasada
de Goycoechea y los Primos pone la mano, asoma, el proletariado, se pone en
pie. No hay equívoco ni interpretación posible; el fenómeno ocurre con un
automatismo superior a todo lo conocido en las luchas sociales de España".
Frente a eso, prosigue el artículo, Gil Robles pide el poder, "sabiendo
que la clase trabajadora no quiere que gobierne, persuadido de que tendrá que
luchar desde el primer instante -y es de suponer que sospecha también en qué
terreno tendría que luchar- contra el proletariado español". Presenta por
lo tanto batalla, a juicio del editorialista, después de haber tratado de
disimular para organizar más a salvo el asalto.
El redactor sostiene a continuación -a modo de
advertencia- que nadie puede alegar ignorancia, ni el que pide el poder,
ni quien ha de dárselo. "A la provocación local de unos preparativos
-afirma-, la clase obrera responde con reacciones locales de preparativo y
advertencia también; a la provocación general del hecho definitivo, la
respuesta será asimismo general y definitiva. Y bueno es significar que hablar
de este trance no es referirse a lejanas posibilidades sino a circunstancias
que pueden darse en breves días o en breves horas; días y horas en sentido
literal".
Ese primer editorial en primera plana concluye
con este significativo párrafo, muy revelador de lo que ocurriría un mes
después: "La República se apresta a consumar la ofensiva contra los
trabajadores; lleva un año madurándola. Pero no es menos verdad que los paros
de Madrid y de Asturias revelan disposición resuelta de atajarla en el primer
paso".
El segundo editorial glosa la magnífica jornada
del proletariado asturiano en la tarde del sábado y domingo. La Alianza Obrera
quiso significar su protesta contra la concentración fascista de
Covadonga. El redactor asegura que la clase obrera está dispuesta y decidida
para empresas mayores. A continuación se refiere a la cobertura de protección
prestada, con el dinero del Estado, "a los pocos centenares de peregrinos
reunidos en Covadonga. Tras de cada coche de peregrinos desfilaba un camión de
guardias civiles y de asalto, con todo el equipo de armamento cual si estuviese
en pie de guerra. Y aún acusa al gobernadorcillo la prensa cavernaria de falta
de vigilancia".
"Al felicitar al proletariado -concluye el
artículo- lo hacemos también al Comité de Alianza Obrera y les alentamos a que
continúen estrechando los lazos de unión de las clases explotadas para borrar
las diferencias de matices y táctica que no son de los momentos actuales por la
necesidad de que todos loa explotados constituyan un frente de ataque y
ofensiva contra las fuerzas burguesas y reaccionarias "representativas de
un régimen y un sistema de gobierno que, por injusto, no deba perdurar
más".
Para terminar este artículo, y una vez hechas
esas referencias hemerográficas, me parece oportuno concluirlo con una
necesaria alusión a la visita que le partido de la extrema derecha española
realizó a Covadonga como inicio de su campaña electoral. El abad de esa
basílica, Adolfo Mariño, hizo al respecto unas declaraciones que conviene
recordar: "El santuario no es lugar para hacer política. No puedo impedir
que los partidos acudan al santuario pero la campaña electoral debe hacerse peleando
en pueblos y ciudades". Para Mariño, Covadonga “no es nada más que para
venir a rezar, para coger fuerzas para el camino, y para implorar ayuda y
protección y no para otros fines, ni políticos ni de otras realidades que
puedan utilizar, no al santuario sino a la propia Santina; pero serán
recibidos, como hacemos con todo el mundo. Bien recibidos, como hacemos
siempre".
Para valorar la sinceridad de las palabras del
señor abad a propósito de la religiosidad del lugar, no está de más
reconsiderar que dos basílicasde la iglesia católica, dos, la de la santa Cruz
del valle de los Caídos, en Madrid, y la de la Virgen de la Macarena, en
Sevilla, guardan sendos y santos sepulcros del dictador Francisco Franco y de
su general Queipo de Llano, responsable máximo en Andalucía de la muerte de más
45.000 de ciudadanos republicanos, en su mayoría enterrados todavía como
alimañas en más de 700 fosas y cunetas. Nunca en más de cuarenta años, que sepamos, hasta que el actual
pontífice se refirió a ello en la entrevista con Jordi Évole, la iglesia
católica española tuvo a bien coincidir con la voz del Papa de Roma: "Una
sociedad no puede sonreír al futuro teniendo sus muertos escondidos."
PS. Añado al artículo esta nota y fotografía difundida por mi estimado colega José Ramón Patterson, con relación a la presencia del actual líder de la extrema derecha española en Covadonga, por refrescar la memoria de quienes hayan olvidado o desconozcan lo que sigue: "Igual que ha hecho hoy Santiago Abascal en Asturias, hace 80 años Franco también se transmutó en Pelayo para realizar su particular “cruzada”. Es más, llegó a pasearse por Oviedo enarbolando la Cruz de la Victoria, cuyo armazón es, supuestamente, la cruz de madera que portó Pelayo durante la batalla de Covadonga. Y aquella ‘reconquista’ (la del gallego, no la del caudillo astur) pasará a los anales como uno de los períodos más tétricos e infames de nuestra historia. No digo más". No hace falta.
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