Jaime Richart
Me refiero a esa clase de inteligencia
que nos hacer decir: los franceses, los ingleses, los italianos, los alemanes,
los nórdicos, etc, son esto o lo otro...
Pues bien, en relación a los españoles, hago frecuentemente
alusión a la enorme distancia que hay en España entre las inteligencias
individuales por separado y la inteligencia colectiva a distintos niveles y en
distintos ámbitos. Aunque también hay fuerte contraste entre la inteligencia
retórica (la del simple hablar) y la respuesta del sujeto retórico (político, abogado, periodista, juez,
etc) a sus problemas personales, a menudo impropia de quien se supone
discierne correctamente a juzgar por su discurso público. Ese contraste es
frecuente entre quienes, pese a su esfuerzo por mantener oculto su
comportamiento privado, se dedican a la política y además no hacen casi nunca
autocrítica. Por cierto, que a los periodistas, erigidos a sí mismos como
pontífices de la opinión mucho más allá de su labor informativa reducida casi
al titular, se les oye y se les lee a menudo denunciar eso en ellos, la
resistencia de los políticos a hacer autocrítica. Y hacen bien en resaltarlo.
Pero tampoco se oye ni se lee jamás a un periodista hacer autocrítica de sí mismo, ni crítica de los bellacos
modos de alguno de sus compañeros de oficio, lo mismo que tampoco reconocen
nunca las presiones que sufren en los medios para los que trabajan... a menos
que la razón sea que son de la misma cuerda ellos y sus jefes. Al contrario.
Si hay una profesión en la que brille con luz propia el corporativismo, ésa es
el periodismo. En todo caso alegando a menudo su obligación de informar, más allá de publicar la noticia
escueta, lo cierto es que son numerosos los programas de radio y televisión
dedicados al “espectáculo” de periodistas opinando. Y si se les acusa de que
debieran limitarse a informar, que no hacen autocrítica y que dependen del
criterio de directivos o de accionistas del medio para el que trabajan
responden, en un ejercicio casi cínico de volatinería que, como ciudadanos, tienen derecho a opinar, en el
segundo caso, que no están para eso, y en el tercero, lo niegan sin más.
Sea
como fuere, inteligencia colectiva frente a inteligencia individual, e
inteligencia individual frente a sí misma, determinan a menudo resultados
sorprendentes por la falta de encaje, de congruencia o de coherencia personal,
tanto en el político como en el periodista. Como antes ocurría con los curas.
Así es que, si las inteligencias individuales destacadas no se corresponden
necesariamente con la conducta sostenida personal más apropiada, si no es
necia, tampoco la suma de inteligencias notables es igual a comportamiento
colectivo lógico, racional y provechoso en España.
En
una Serie televisiva de tres capítulos basada en hechos reales, el actor Hugh
Grant protagoniza la figura del líder liberal Jeremy Thorpe de la Cámara de
los Comunes británica en 1976, que es juzgado por intento de asesinato de su
amante homosexual Norman Scott. Después de unos años termina su relación sentimental con
él, y Norman queda errabundo
desamparado, sin posibilidades de trabajar porque carece de la tarjeta de la
seguridad social que es lo único que le pide Scott al término de su relación.
Thorpe no hace caso de la solicitud reiterada de Norman, y tras varias
llamadas de éste insistiendo en su ruego porque no puede dar un paso sin la
tarjeta en su vida civil y laboral, en lugar de resolverle tan fácil trámite le dice a su ayudante del
partido que Scott está desequilibrado y que debe librarse de él. El sicario
pagado por el ayudante, en una carretera rural y en medio de una lluvia
torrencial, dispara al perro que Scott llevaba en el coche y le mata pero se le
encasquilla la pistola cuando va a dispararle a él... Pese a que es absuelto
Thorpe de conspiración e inducción al
asesinato, más por el resumen cómplice favorable a la absolución que hace el
propio juez al jurado que por la pericia habilidad de su abogado, Thorpe le
hacen abandonar el liderazgo del partido y pronto el mismo partido. Total, un
desastre para él, para el partido y para su ex amante. Y todo por su actitud
arrogante, maliciosa y necia negativa a su ex amante...
La
moraleja, ante este hecho real está servida: ¿es
homologable una inteligencia basada exclusivamente en la palabra, en el hablar,
mérito único del político, y su modo de proceder estrictamente personal?
Thorpe le había amado verdaderamente como atestiguaban cartas a Scott que
Thorpe destruyó a través de una rocambolesca maniobra. Scott
era un buen chico y quizá por eso mismo se había enamorado de él. De modo que
el primer error de la inteligencia del líder liberal fue menospreciarle. Los
demás errores fueron consecuencia del primero. Pese a la absolución -ya sabemos
cómo maniobra en estas cosas la justicia también- acabó apartado por su partido
y olvidado por la sociedad británica que sólo le recuerda para publicar un
libro sobre el asunto y luego para hacer esta serie de televisión.
Pues
bien, inteligencia colectiva, es decir, la suma de inteligencias individuales
en España está muy lejos de las inteligencias individuales que la conforman.
Cuando hemos extirpado del seso el prejuicio, ese obstáculo derivado del dogma
de siglos, y hemos sacudido la envidia, el defecto español por antonomasia, estamos
en condiciones de observar con neutralidad, tanto las virtudes como los rasgos
del pueblo español que le distinguen de otros pueblos europeos. Virtudes
humanísticas que quizá le sobran, pero también graves deficiencias derivadas
de su escasa capacidad para dar su brazo a torcer, para transigir, para
ponerse de acuerdo, para conciliar. Y así vemos que si abundan entre nosotros
los genios y los talentos (después del valor del genio está el valor del
talento que lo descubre), el talento “nacional”,
es decir, la “inteligencia colectiva”, es decir, las instituciones académicas,
las científicas, las artísticas, las políticas, las tecnológicas, etc, sea por
carencia de recursos, sea por envidias, o por ambas cosas, obligada a no
desperdiciar las individuales, es incapaz de reconocer su valía y retenerlas.
La fuga de cerebros viene de aquí. Cerebros
que capitalizan otros países más
“inteligentes”, pues reúnen las tres condiciones indispensables para que
fructifique una inteligencia: libertad, estabilidad y prioridad de los
recursos destinados a aprovecharla.
Por
razones varias, todos los partidos políticos en España atraviesan una crisis
aguda que provoca deserciones importantes y desorientación en el electorado.
Aunque en los tres partidos de la derecha no es grave porque por su sentido
práctico -el de los desaprensivos y el de los bellacos- están llamados a
converger antes o después, los partidos de la izquierda se deshilachan. Uno por
un alejamiento progresivo, en la práctica, de sus postulados socialistas
causado por sus líderes virtualmente jubilados: y el otro, por sucumbir los
suyos a la tentación del protagonismo, por el debilitamiento de su inicial
radicalidad y por el acoso a que es sometido metódicamente por los poderes
fácticos y por su brazo armado, el periodismo oficialista. En definitiva, fragmentos
de la ideología troncal atomizada en decenas de ideólogos y políticos con su
personal sentido teórico que no acaban de asumir esa imprescindible
inteligencia colectiva que consiste en cerrar filas. Que no terminan de
comprender, uno por uno, que en política, en España, condenada por historia,
por su no lejano pasado y por sus envidias, para librar una batalla política,
antes que con sus adversarios directos, contra los dueños del dinero, de las
finanzas, de los principales medios y de las instituciones, incluida la
Justicia, que cuentan con todo el potencial necesario para hacerles trizas, es
imprescindible un ejército de cuerpo cerrado y permanente, y evitar en lo
posible las disensiones internas que desalientan al electorado y provocan
desbandada.
De
modo que entre la “inteligencia colectiva” del partido de la alternancia
durante cuarenta años, debilitado por lo que se manifiesta ahora como falsa
inteligencia de sus viejos líderes, por un lado, y la “inteligencia colectiva”
de la formación que intentó despertar conciencias, debilitada por la
atomización de los protagonismos, por otro lado, malbaratan sus fuerzas,
fracasan constantemente en la sinergia indispensable y demuestran, una vez
más, por qué España se pasa su historia siempre en
manos de los mismos. Y todo, por falta de una clara y robusta inteligencia colectiva.
Y todo porque la inteligencia constructiva y creativa de carácter general en España, deja siempre mucho que
desear...
DdA, XV/4124
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