Anteayer, en el Humedal de Gijón, donde quienes nos precedieron en la vida asistieron al mercado de ganado y al Rastro en el tiempo de los tranvías amarillos, el grupo de Artistas Extremófilos al que pertenecía el profesor y pintor Alejandro Mieres asistió al acto de inauguración de un monolito en memoria del artista palentino, afincado desde su juventud en aquella ciudad. De aquellos años, cuando Mieres se estrenaba como profesor de Dibujo en la última planta del viejo Instituto Jovellanos, algunos de sus alumnos guardamos grata memoria. En el caso de este Lazarillo, esa memoria se resolvió en un breve obituario, publicado en este mismo DdA y otros medios el día en que supe que Mieres se nos había ido. Siempre lamentaré no haber tenido la oportunidad de haber compartido con él, ya nonagenario, lo que he tratado de glosar en este texto:
ALEJANDRO MIERES: AQUEL PROFESOR QUE ME ENSEÑÓ LA LUZ
Félix Población
Tenía yo por entonces un primer y tierno amor de pubertad en la tercera planta del viejo instituto Jovellanos de Gijón, la más modesta de las habilitadas para la docencia, ocupada en aquellos años por las chicas.
La clase de dibujo de Alejandro Mieres estaba en esa
planta y había que subir por la ancha escalera e internarse por un largo
pasillo que comunicaba las aulas de las alumnas, menos ventiladas y
espaciosas que las nuestras.
Tengo de esas internadas un borroso
recuerdo de sofoco y confusión, porque la separación de sexos era
entonces dogma, y don Félix, nuestro jefe de estudios, solía advertirnos
del peligro de las faldas en sus admoniciones, por detrás de aquellas
gafas oscuras.
Las clases de dibujo de aquel joven profesor de
lentes claros y palabra templada, que pocos años antes había ingresado
en el centro, eran por eso mucho más atrayentes, aunque fuera tanta mi
torpeza en el trazado de luces y sombras.
Hoy se nos ha ido a los
noventa años don Alejandro, a quien algunos de mis amigos han tenido
luego por amigo muy querido y admirado como persona y pintor de una muy
personal y admirable obra: artista de la geometría sin límites lo llamó
el poeta Antonio Gamoneda. Siento que con su ausencia se pone fin al
capítulo de mis profesores de bachillerato fallecidos, y por eso quizá
me apena más que ninguna otra.
Claro que en esto tiene también su
incidencia la memoria de aquellos breves minutos de coexistencia
pasajera y fugaz con el género prohibido, que tan dulces y confusos
acaloramientos me provocaba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario