ESPAÑA COMO ANOMALÍA INTERNACIONAL
Jaime Richart
Prescindiendo de la fenomenología del desvalijamiento por
los políticos, de las arcas públicas desde que se instauró una pretendida
democracia, y dejando a un lado también la especifidad de que España debe ser,
aunque no hay estadísticas al respecto, el país del mundo y de Europa donde
más leyes se promulgan, más se cambian y más se incumplen, España es, sin
duda, una anomalía sociológica de Occidente. En realidad siempre lo ha sido...
Lo de que Europa termina en los Pirineos y otras perlas
acerca del papel de España en el concierto de las naciones europeas tiene su
fundamento. Aunque más o menos consciente
o subconscientemente España ha mirado y admirado a algunos países europeos y
sus dirigentes más civilizados han deseado ponerse a la altura de los países
de la Europa Vieja, hay demasiada distancia en sensibilidad y en inteligencia
colectiva frenadas por el protagonismo religioso y por su influencia en la
política desde siempre como para compararse con cualquiera de aquellos...
Es cierto que quizá como en ningún otro, brillan en España
las inteligencias individuales. Pero la suma de inteligencias resultante de su
historia es ordinariamente corta, pacata, absurda y lamentable. La envidia,
el pecado capital del español, complementa las causas del cuadro que marca la
enorme diferencia en tolerancia y en capacidad organizativa de la sociedad
española comparadas con las demás sociedades europeas, aparte la problemática más o menos larvada en los recovecos de este país considerado como un
conjunto de territorios adosados más o menos a la fuerza.
Por otra parte, hay un hecho constante que se hace ley.
Los individuos no contaminados por la religión han de ceder por lo general
ante los amigables de la religión que, por cierto, en la mayoría de casos ni
practican. El caso es que España nunca
deja de vivir una sucesión de luchas intestinas; unas abiertas y
armadas y otras más o menos soterradas por la causa religiosa y la
territorial.
En España todo es cuanto menos curioso. Por ejemplo, la
prudencia, la paciencia, la discreción y la moderación de las clases media y
trabajadora, viviendo siempre con la precariedad que no viven las clases
altas, la realeza, etc, no son consideradas por las clases dominantes, por
el empresariado, por la banca, por el
poder financiero y por el poder religioso como un deseo y una oferta de
convivencia en armonía sino
como debilidades propicias para engrosar sus beneficios. Es más, esas clases, que muchos ya identifican con la
ideología franquista y fascista revividas, actúan de ordinario como el
depredador que no devora de una vez la presa, sino que la esconde para ir
consumiéndola poco a poco...
Entiendo que todos los pueblos y todos los países tienen
sus características, sus rasgos, su carácter y su idiosincrasia, que es el
conjunto de ideas, comportamientos, actitudes, etc., propios de un individuo,
de un grupo o de un colectivo humano, generalmente para con otro grupo humano.
Entiendo también que todas las naciones tienen su talón de Aquiles, sus rarezas,
sus particularidades derivadas de costumbres, cultura, orografía y clima. Y
entiendo también, que si hay mucha similitud de un territorio con otro y ambos
son fronterizos, la tendencia es fusionarse, pero que si no sólo no hay
similitud suficiente sino además media envidia y hostilidad, la tendencia es
separarse: lo que sucede con territorios del norte de España cuya población
tiene rasgos más en común con los países de la Europa Vieja que afinidades con
el resto de los pueblos de España.
En todo caso, desde que España es lo que es, es decir, un
conjunto de territorios colindantes unidos en general por la fuerza del poder
político respaldado por las armas de policías y ejército, los pensadores de
habla castellana que empezaron a despertar al pensamiento libre detectaron
enseguida a España como una anomalía... Los ilustrados, salvo cuando
evolucionaron hacia el liberalismo a finales del siglo XVIII, no aspiraban a
modificar sustancialmente el orden político y social. Lo que pretendían era introducir
reformas que fomentasen lo que denominaron pública felicidad, y para ello
deseaban involucrar a los grupos privilegiados en su materialización. Pero los
ilustrados de más adelante cambiaron. Jovellanos, Pio Baroja, Unamuno, Valle
Inclán, Ortega y Gasset, etc “empezaron” a localizar el foco de los problemas
internos en una excesiva y tensa diversidad de sensibilidades que el poder
político, como en los Balcanes de Tito, se ha empeñado siempre en ensamblar o
aglutinar manu militari...
Hasta 1978 todo podría explicarse, aunque haya otros
factores, por el peso específico de la Iglesia católica llevada a los
cuarteles prácticamente hasta hoy. Pero sus cadenas, convertidas ahora en un
invisible y sutil hilo de acero, siguen atenazando en este país idiodincrasias
y sensibilidades heterogéneas tan inmixtificables como el agua y el aceite.
Pues las ideas, las nacionalcatolicistas, que siguen en el mismo epicentro, no
sólo no se han ido debilitando en el decurso de esto que algunos llaman democracia,
es que sus valedores tanto políticos como religiosos, que las vinieron
salvaguardando desde el comienzo de la farsa, al verlas peligrar redoblan
escandalosamente ahora sus esfuerzos, las exaltan y las refuerzan frente a los
nacionalismos de la periferia, hartos de sus abusos. Así ocurre que desde el
Senado, delegaciones de gobierno y diputaciones, hasta la Justicia nuclear
situada en el Tribunal Constitucional, Audiencia Nacional y Tribunales
Superiores de las Autonomías, pese al desmarcado o enemiga de numerosos jueces
disconformes, se desparrama la virulencia del nacionalcatolicismo y de la
unidad patria sin concesiones a ninguna otra fórmula política, y es remachada
por los ideólogos ultraconservadores con la amenaza de las palabras, de la
bandera y de los hechos consumados. Así es cómo mantienen
tanta fuerza viva aunque no esté toda representada en el Parlamento. Por eso es prácticamente
imposible pensar por ahora en una España sana y resurgida de tanta podredumbre,
de tantos delitos expoliadores y de atentados a los principios democráticos...
Hay otra anomalía en España, en fin, que debemos destacar
porque tampoco es frecuente en los países avanzados europeos: el modo de
tratar e interpretar el patriotismo. La prueba de fuego concluyente del
patriotismo es la fiscalidad. Pues bien, en España, precisamente los que más
alardean de patriotismo y lo emplean
como arma arrojadiza en todas partes, son los que se enriquecen burlando al
Fisco y evadiendo capitales. Y por su parte los magistrados que les juzgan
suelen ser malos patriotas que lo hacen ordinariamente con benevolencia
vergonzosa y manifiesta...
DdA, XV/3994
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