Félix Población
Nadie hubiera pensado en Europa quizá que después de la terrible
masacre de la Gran Guerra (veinte millones de muertos), apenas pasarían dos decenios para que se declarara
un segund conflicto armado mundial con mucho mayores y devastadoras consecuencias (cuadriplicó casi el número de víctimas mortales). Entre uno y otro,
decir Berlín equivale a identificar esa ciudad con uno de los focos más luminosos y reconocidos de arte, ideas y
cultura del viejo continente.
La capital alemana tenía además un lugar que fue calificado
como el olimpo de las artes inútiles y la sede de la bohemia berlinesa: el
Romanisches Café. Por la importancia que como gran hervidero intelectual tuvo
este local, situado en el barrio de Charlotteburg, en la Auguste-Vitoria-Platz,
extraña que hasta ahora no se haya escrito y publicado en castellano un libro
con la densidad documental del que ha editado hace unos meses Libros del K.O.,
gracias al excelente trabajo de su autor, Francisco Uzcanga Meinecke (1966).
Para conocer el café y quienes los frecuentaron (hay cinco
páginas en el índice onomástico que nos proporcionan la identidad de los
clientes), Uzcanga nos presenta antes la sombría situación que se vivía en
Alemania en los años veinte, después del asesinato de ministro de Asuntos
Exteriores de la República de Weimar (Walther Rathenau), episodio sobre el que el gran escritor Stefan Zweig hace un vaticinio por desgracia acertado en El mundo de
ayer: será el inicio del desastre de Alemania y Europa. En 1922, Alemania
vivía en un estado latente de guerra civil después del annus horribilis de la
inflación, escribe el autor. La prensa liberal se alarmaba ante el surgimiento
de un terror rojo y un terror blanco.
El ascenso al poder del nacionalsocialismo hitleriano en 1933
acabará con la muerte o el exilio de muchos de los que hasta entonces habían
ocupado las mesas del café, aquellos judíos bolcheviques que urdían allí –según
Goebbels- sus siniestros planes revolucionarios. El 10 de mayo de ese año
ardieron los libros en veintidós ciudades alemanas. El dirigente nazi de la voz
aflautada, que había frecuentado el Romanisches, se alegra en su diario porque
el fuego queme esas obras inmundas y mugrientas. Muchos de sus autores
frecuentaron durante años ese café. La premonición del poeta Heine en su obra
Almasor se iba a cumplir en breve: Allí donde se queman libros se acabará
quemando a las personas.
Fueron muchos los clientes del Romanisches que huyeron de
Alemania y se esparcieron por el mundo a partir de aquel año. De algunos e ellos nos habla Francisco Uzcanga en su excelente libro:
George Grosz, Valeska Gert, Thomas y Heinrich Mann, Alfred Döblin, Erich Maria
Remarque, Alfred Polgar, Friedich Holländer, Bert Brecht,
Albert Einstein, Elisabet Hauptmann, Marlene Dietrich, Billy Wilder, Elias
Canetti, Else Läsker-Schüller, Max Reinhardt. Otros fueron encarcelados y asesinados como Erich
Mühsen, o se suicidaron como Ernst Toller, Stefan Zweig o Walter Benjamin.
Triste final en todos los casos para quienes habitaron de vida y proyectos,
inteligencia y sensibilidad un café al que la historia ubicó sobre un volcán
que acabaría en una gran erupción de barbarie.
*El café sobre el volcán. Una crónica del Berlín de
entreguerras (1922-1933), Francisco Uzcanga Meinecke. Ed. Libros del K.O.,
Madrid, 2018
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