jueves, 13 de septiembre de 2018

EL OLIMPO DE LAS ARTES INÚTILES EN EL BERLÍN DE ENTREGUERRAS*


Félix Población

Nadie hubiera pensado en Europa quizá que después de la terrible masacre de la Gran Guerra (veinte millones de muertos), apenas pasarían dos decenios para que se declarara un segund conflicto armado mundial con mucho mayores y devastadoras consecuencias (cuadriplicó casi el número de víctimas mortales). Entre uno y otro, decir Berlín equivale a identificar esa ciudad con uno de los focos  más luminosos y reconocidos de arte, ideas y cultura del viejo continente. 

La capital alemana tenía además un lugar que fue calificado como el olimpo de las artes inútiles y la sede de la bohemia berlinesa: el Romanisches Café. Por la importancia que como gran hervidero intelectual tuvo este local, situado en el barrio de Charlotteburg, en la Auguste-Vitoria-Platz, extraña que hasta ahora no se haya escrito y publicado en castellano un libro con la densidad documental del que ha editado hace unos meses Libros del K.O., gracias al excelente trabajo de su autor, Francisco Uzcanga Meinecke (1966).

Para conocer el café y quienes los frecuentaron (hay cinco páginas en el índice onomástico que nos proporcionan la identidad de los clientes), Uzcanga nos presenta antes la sombría situación que se vivía en Alemania en los años veinte, después del asesinato de ministro de Asuntos Exteriores de la República de Weimar (Walther Rathenau), episodio sobre el que el gran escritor Stefan Zweig hace un vaticinio por desgracia acertado en El mundo de ayer: será el inicio del desastre de Alemania y Europa. En 1922, Alemania vivía en un estado latente de guerra civil después del annus horribilis de la inflación, escribe el autor. La prensa liberal se alarmaba ante el surgimiento de un terror rojo y un terror blanco. 

El ascenso al poder del nacionalsocialismo hitleriano en 1933 acabará con la muerte o el exilio de muchos de los que hasta entonces habían ocupado las mesas del café, aquellos judíos bolcheviques que urdían allí –según Goebbels- sus siniestros planes revolucionarios. El 10 de mayo de ese año ardieron los libros en veintidós ciudades alemanas. El dirigente nazi de la voz aflautada, que había frecuentado el Romanisches, se alegra en su diario porque el fuego queme esas obras inmundas y mugrientas. Muchos de sus autores frecuentaron durante años ese café. La premonición del poeta Heine en su obra Almasor se iba a cumplir en breve: Allí donde se queman libros se acabará quemando a las personas. 

Fueron muchos los clientes del Romanisches que huyeron de Alemania y se esparcieron por el mundo a partir de aquel año. De algunos e ellos nos habla Francisco Uzcanga en su excelente libro: George Grosz, Valeska Gert, Thomas y Heinrich Mann, Alfred Döblin, Erich Maria Remarque, Alfred Polgar, Friedich Holländer, Bert Brecht, Albert Einstein, Elisabet Hauptmann, Marlene Dietrich, Billy Wilder, Elias Canetti, Else Läsker-Schüller, Max Reinhardt. Otros fueron encarcelados y asesinados como Erich Mühsen, o se suicidaron como Ernst Toller, Stefan Zweig o Walter Benjamin. Triste final en todos los casos para quienes habitaron de vida y proyectos, inteligencia y sensibilidad un café al que la historia ubicó sobre un volcán que acabaría en una gran erupción de barbarie.

*El café sobre el volcán. Una crónica del Berlín de entreguerras (1922-1933), Francisco Uzcanga Meinecke. Ed. Libros del K.O., Madrid, 2018

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