Félix Población
Desde muy joven he
dedicado muchas horas de lectura a Miguel de Unamuno y a lo que sobre el
escritor vasco se ha escrito, sobre todo a propósito de sus últimos meses de
vida en la ciudad de Salamanca, en la que residió largos años y de cuya
universidad fue rector, antes de la República, con la República y fugazmente
durante la ocupación de la ciudad por las tropas golpistas del general Franco.
Se considera ese último
tránsito de la existencia de don Miguel, desde que el 12 de octubre de 1936 se
enfrentó al general felón Millán-Astray en el paraninfo de la institución
académica que ahora cumple 800 años, un periodo extremadamente amargo y
triste de su biografía, cuando la realidad trágica que vivía el país le abrió
los ojos y supo criticar con lucidez y valentía el torbellino de odio que se
había desatado sobre España, del que fue adelantado el ejército golpista, al
que Unamuno había respaldado en un
principio, hasta que vio caer víctima de su vesania a algunos de sus
más queridos amigos.
Acerca del papel
jugado por don Miguel en aquel acto de la apertura del curso universitario el
Día de la Raza no hay ninguna duda. Al menos, los hechos discurrieron tal y
como se han venido conociendo. Un reciente libro de Colette y Jean Claude
Rabaté* analiza concienzudamente las cuarenta palabras que se conservan en la
casa-museo del escritor vasco y que a modo de esbozo sustentaron su discurso de
réplica a las intervenciones de los ponentes que intervinieron en ese evento,
así como sus alusiones al general golpista.
Una investigación
reciente de Severiano Delgado**, sin embargo, ha pretendido desmitificar la
versión histórica de esa alocución, literariamente recreada por Luis
Portillo Pérez, para hacer más ostensible –a juicio del autor- el
enfrentamiento entre la Republica y el alzamiento militar del general Franco.
El estudio ha sido interpretado por algunos periódicos conservadores con
titulares que casi pretenden hacernos creer que entre Millán-Astray y Miguel Unamuno
no hubo nada ese día, más o menos airado. "Venceréis pero no convenceréis
-titulaba ABC-: Desvelan la mentira del enfrentamiento entre Unamuno y
Millán-Astray”. En dicho periódico leímos que la investigación de Delgado Cruz “desmonta
el mítico duelo de discursos entre el entonces rector y el fundador de la
Legión española, un episodio que se califica de exagerado para adecuarlo al
relato republicano”.
La recreación
literaria hecha por Luis Portillo Pérez y publicada en la revista Horizon
en 1941 bajo el título Unamuno's Last Lecture,
alcanzó gran difusión gracias a su utilización años después por el historiador
Hugh Thomas en su archiconocida historia de la Guerra Civil, publicada por
Ruedo Ibérico en los primeros sesenta del pasado siglo. “El relato de Portillo
tiene una clara intención literaria, no historiográfica”, según Delgado. “El autor no intenta describir objetivamente
el acto del paraninfo, al que no asistió, sino hacer una recreación literaria destinada a subrayar la brutalidad de Millán-Astray. Lo que se pretende mediante la exageración de este
episodio es alzar a Unamuno en el papel de valiente que se atreve a enfrentarse
al infame militar”.
DESPOSESIÓN Y
ARRESTO
Nadie parece
reparar, al “desmitificar” ese relato, que sin ese enfrentamiento entre el
militar felón y don Miguel –fuera del carácter fuera, más o menos airado- ,
sería difícil entender por qué se le desposeyó después a Unamuno del título de
rector honorífico por parte de las autoridades militares golpistas, por qué se
le privó también de su nombramiento como concejal en el nuevo Ayuntamiento
rebelde, y por qué sufrió un arresto domiciliario que lo mantuvo en su
domicilio hasta el día de su repentina y un tanto extraña muerte, el 31 de
diciembre de 1936, seguida de un precipitado enterramiento con ceremonial
falangista que a no dudar el difunto hubiera más que repudiado.
Es muy
significativo, para advertir la situación personal en que quedó don Miguel
después de aquel 12 de octubre, que el líder falangista Francisco Bravo Martínez,
desde Burgos, escribiera a Fernando de Unamuno, residente en Palencia,
para que fuera a Salamanca a fin de que su padre evitara actuaciones "que
indignen o alarmen a gentes que andamos metidas en la guerra, entre los cuales
habrá mezquinos y ruines, incapaces de separar sus egoísmos personales del
ideal que guía al pueblo, pero cuya mayoría somos los que pensamos y trabajamos
por España”. Bravo es bastante explícito al añadir a continuación lo que
sigue, según leemos en el libro del matrimonio Rabaté “Sería doloroso que a tu padre, cuya contribución al
movimiento nacional es tan significativa y magnífica, sobre todo para el
Extranjero, pudiera sucederle algún incidente desagradable".
Que Delgado haya
privado de literatura el texto elaborado por Luis Portillo en el exilio
londinense, no quiere decir que la base del discurso no sea la que con tanto
rigor desmenuzan los dos más prestigiosos biógrafos de Unamuno, profundos
conocedores de la vida y obra del escritor vasco, sobre quien ahora están dando
a conocer una gran selección de su copioso epistolario. "No hay que exagerar
el episodio -ha dicho Jean-Claude-, pero tampoco minimizarlo. La realidad es
que nunca podremos saber qué dijo Unamuno exactamente, sólo tenemos las 40 palabras que escribió en un sobre mientras los demás intervenían. Sí, la
versión es un relato más o menos ficticio y podemos pasarnos la vida
discutiendo sobre lo que dijo o no dijo, pero el espíritu, la idea, permanece,
y el mito creado es muy importante, porque escenifica el enfrentamiento
histórico entre una memoria republicana y otra franquista".
En parecidos
términos se manifiestó Andrés Trapiello, autor de Las armas y las letras, que además de afirmar que el mito sigue
vigente, coincide con los Rabaté en que hay pruebas que acreditan que aquel no
fue un enfrentamiento menor o vulgar: “Fue enormemente grave, y tal vez la
mayor evidencia sea que el franquismo nunca intentó desmentirlo, como sí hizo
con Lorca. Cuando el río suena, agua lleva. También hay un discurso de Millán-Astray,
el 18 de octubre, en el que vuelve a hacer una arenga violenta contra los
intelectuales, cartas de Unamuno que recogen los Rabaté… Vamos, no niego que se
haya hecho literatura con el episodio, pero el mito sigue siendo válido, aunque
no se dijeran textualmente las palabras que conocemos”.
El historiador
Santos Juliá tiene en cuenta un detalle estilístico clave para entender el
texto de Portillo, dado que las licencias poéticas y los relatos exagerados
eran vicios habituales del periodismo de esa época, tal como ocurre con los
reportajes sobre el fusilamiento de García Lorca, que califica de una novelería
absoluta. Entiende Juliá que un contexto
tan politizado, es lógico que se escribieran relatos que refuerzan la
convicción de la maldad del otro y de la santidad del propio. “Unamuno murió
como mártir y santo, y no tiene nada de extraño que triunfase esa versión,
porque era lo que se esperaba de él, no se entendía que no se hubiese unido a
la defensa de la República”.
Quien sí estuvo
presente en aquel evento, y parece que nadie lo ha tenido en cuenta a la hora
de valorar los hechos con motivo de la investigación de Severiano Delgado, es
el diplomático Francisco Serrat, sobre quien el historiador Ángel Viñas publicó
un interesante estudio a modo de complemento de sus memorias***, en las que se
alude a ese acto en el paraninfo tal como se conoce. Quien fuera primer
ministro de Asuntos Exteriores de Franco estuvo en la corte del dictador en
Burgos y Salamanca en 1936, aunque luego sería perseguido y exiliado por el
régimen, y describe la “deletérea atmósfera” de los cuarteles generales
golpistas en esas dos ciudades al inicio de la guerra, “con unos tribunales
dispuestos a encausar a la humanidad entera”.
Juzga Francisco
Serrat al general Millán-Astray como “encarnación suprema de patriotismo
irreflexivo”, motivo por el cual cedió a sus ímpetus, y “sin respeto a la
solemnidad del acto ni a la representación del orador [Unamuno], le interrumpió
bruscamente para largar una arenga de las suyas, estilo Tercio, con todo el
chinchín del patrioterismo y los lugares comunes de “condenación de los
traidores a la patria, y demás mojigangas tan gratas a un público simplista.
Recibió una magna ovación. Y así terminó aquella reunión, modelo acabado del
espíritu de la raza que se trataba de encomiar. El epílogo que vino después
–prosigue Serrat- no fue una medida
disciplinaria contra un general que perdió
la corrección. No. Un decreto lacónico destituyendo a Unamuno del cargo de
rector. Tardó pocos días en morirse [poco más de dos meses, el 31 de diciembre]
y tengo para mí que debió irse satisfecho de dejar este loquero”.
AMENÁBAR Y UNAMUNO
Próximamente
iniciará Alejandro Amenábar en Salamanca el rodaje de un film en el que Miguel
de Unamuno será protagonista y en el que no faltará, entre los episodios con
más calado dramático, el de aquella histórica fecha en el paraninfo de la
universidad. No he podido resistirme a participar en el casting que con objeto
de elegir figurantes convocó el cineasta español, sin que nunca en mi vida haya
sentido la más mínima curiosidad por una participación de ese tipo.
Si lo hice fue por
tres razones: por considerar, en primer lugar, que en el paraninfo de Salamanca
se vivió una de las escenas más significativas y cruciales de ruptura entre la
España republicana, con su innegable y breve impronta cultural, intelectual y
educadora, y la España franquista, cuyo régimen dictatorial, represor y
oscurantista se mantuvo durante casi
cuarenta años. Considero, en segundo término, que como cineasta me parece Alejandro
Amenábar uno de los profesionales más indicados para dejar lúcida constancia fílmica
de ese hecho y sus circunstancias en una ciudad bien acomodada a una
ambientación y escenarios de época, aunque desconozca las interioridades y
desarrollo del guión de “Mientras dure la guerra”, título al parecer del film.
Rodaje de Mientras dure la guerra
La tercera razón
es estrictamente personal y tiene relación con las muchas horas de lectura
dispensadas desde mi adolescencia a la obra de don Miguel, así como a esos
últimos cuatro meses de su vida en una ciudad en la que resido desde hace más
de veinte años y en la que recordar su personalidad forma parte aún de la
intrahistoria urbana. Añado, entre esa documentación sobre la obra y vida, uno
de los recuerdos que quizá más influyeron en mí para que le dedicara al rector
de Salamanca atención y estudio. Se trata de una producción, emitida por TVE
quizá a mediados o finales de los sesenta y de la que no recuerdo ni título ni
contenido, pero sí la magistral actuación del olvidado actor José Orjas interpretando
a Unamuno.
Siempre, desde
entonces, tuve el anhelo de que Venceréis pero no convenceréis y el
último trecho de la vida de don Miguel en Salamanca llegara a la pantalla según
me lo sugirió la imagen que del rector vasco hizo Orjas y lo que luego contó el
escritor González Egido en Agonizar en
Salamanca****. Puede que la base de todo esté en el relato literario de un desconocido poeta
exiliado, escritor y profesor. Se llamaba Luis Gabriel Portillo Pérez
(1907-1993), y es autor de un solo libro, Ruiseñor
del destierro, al que pertenecen estos versos, muy unamunianos:
Cuando
en su propia sangre redimida/ España otra vez libre resucite, / no encontrará a
su alcance otro desquite/ que ahogar odio en piedad, y muerte en vida.
*Artículo publicado en el número de julio/agosto, 2018, de El viejo topo
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**En el torbellino. Unamuno en la Guerra Civil, Colette y Jean Claude Rabaté.
Marcial Pons ediciones, Madrid, 2017.
***Arqueología de un mito: el acto del 12 de
octubre de 1936 en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca, Severiano
Delgado Cruz.
**** Salamanca, 1936. Memorias del primer
“ministro” de Asuntos Exteriores de Franco. Francisco Serrat
Bonastre. Edición y Estudio de Ángel Viñas. Crítica. Ed.
Planeta, noviembre, 2014.
*****Agonizar
en Salamanca. Unamuno (julio- diciembre, 1936). Alianza editorial, 1986.
DdA, IV/3898
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