jueves, 17 de mayo de 2018

EMILIO LLEDÓ, DON FRANCISCO, LOS EMIGRANTES Y EL FÚTBOL

 Lledó y Marchamalo ayer, ante la librería Rafael Alberti

Félix Población

La librería Rafael Alberti de Madrid suele hacer a lo largo del curso interesantes presentaciones de libros interesantes. La de ayer lo era en sumo grado, pues se trataba del ensayo Sobre la educación (Ed. Taurus), firmado por quien desde mi punto de vista es una de las personalidades intelectuales más notables entre las muy pocas con las que seguimos contando. Emilio Lledó avala su currículum,  además de con sus libros siempre recomendables, con medio siglo de dedicación apasionada a la enseñanza, en España y Alemania, tanto desde la cátedra de los institutos como desde la de las universidades.

La charla que Lledó dedicó ayer a quienes concurrieron al acto, magníficamente conducida por el periodista Jesús Marchamalo, se nos hizo a todos muy corta porque el nonagenario profesor estuvo desbordante y muy a gusto haciendo memoria de su vida y de los principios fundamentales que sustentan su obra, entre los que no puden faltar los de Humbolt acerca del carácter que ha de presidir la labor universitaria: soledad y libertad. Es cuando se refiere al fundador de la Universidad de Berlín y critica el utilitarismo que guía ahora el proceder de muchas universidades cuando Lledó grita en voz baja, tal como recordó Marchamalo.

Siempre que don Emilio hace memoria, no puede faltar en sus alocuciones o entrevistas la figura de don Francisco, aquel maestro republicano que cuando Lledó tenía diez u once años les leía todos los días una página del Quijote a fin de que escribieran después las sugerencias y reflexiones que el texto provocaba en los jóvenes alumnos. Puede que ahí empezara el pequeño Emilio a pensar en las palabras como herramienta del conocimiento y la comunicación. Aquel maestro fue decisivo en su vida y en su quehacer reflexivo, y la obra de Cervantes la más querida de entre las muchas que integran su gran biblioteca.

Tampoco suelen faltar en la recordación de Lledó, cuando habla de su tarea como profesor, aquellos dos años que dedicó en Alemania a un grupo de emigrantes españoles, a los que enseñaba alemán en una cafetería de un emigrante italiano llamada Fontanella, acaso porque el propietario procedía de esa localidad. Nunca vio Lledó miradas más ansiosas por aprender que la de aquellos jóvenes emigrantes

Llama la atención, en una presentación que se nos hizo corta a todos los oyentes por la lucidez y vitalidad de su protagonista, que lo fuera sobre todo porque ayer se televisaba un importante partido de fútbol, tal como indicó Marchamalo, y entre los presentes hubiera ganas de verlo. Tal circunstancia obliga a una última reflexión nada reconfortante: si contando con la palabra y la personalidad de Lledó de modo tan cercano y presencial, quienes se interesan por su obra también están abducidos por el negocio/espectáculo futbolero, ¿podemos aspirar a algo serio como país?

DdA, XIV/3851

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