Del interesante artículo que firma hoy el profesor Juan Carlos Monedero en el diario Público.es, ¿Acaso está buscando el PP una guerra?, y que ya solo por su titular es merecedor de lectura, me quedo con la segunda parte del mismo, sin que sea de desechar la primera, por suspuesto. El conflicto de Cataluña se solventa votando, escribe Monedero. Convendría que los catalanes votaran
también con todos los españoles. En un proceso constituyente que tendrá
que reconocer la condición plurinacional de España y el encaje que los
catalanes decidan.
Es evidente que lo que le está haciendo y lo que le haga el PP a los
independentistas luego se lo hará al conjunto de los españoles. Defendiendo
que no hagan desde el gobierno determinadas cosas nos estamos
defendiendo a nosotros mismos. ¿Tiene que significar eso que los
independentistas han ganado? No. La independencia no es ninguna
solución luminosa para el conjunto del Estado, incluida Catalunya. Los
fines de época marcan una desmesura que nos impide entender con
claridad. ¿Van a contribuir a la soberanía catalana los que durante
decenios han entregado el bienestar de Catalunya a la globalización
neoliberal, a los recortes, a las privatizaciones y a la represión?
Terminarán negociando con el poder. Por eso necesitamos otra solución que no permita atajos cuando, una vez más, la promesa independentista fracase.
La independencia ha crecido desde que está gobernando Rajoy.
De manera que para frenar la independencia lo más eficaz es salir de
quien la está alimentando. El PP, heredero de la derecha
franquista, siempre le dio a la victoria del 18 de julio la condición
legitimadora del gobierno. “Para eso ganamos una guerra”. Y por eso
siempre han tenido tantas dificultades para aceptar quedarse, por culpa
de unas elecciones, fuera del gobierno. Ganaron mandar en España en 1939
gracias a las armas y parece que aún no han salido de esas. Aceptaron
tarde la democracia, aceptaron tarde la Constitución, aceptaron tarde el
municipalismo, aceptaron tarde la igualdad, el aborto, el divorcio, el
matrimonio homosexual, aceptaron tarde Europa, aceptaron tarde la
justicia internacional, aceptaron tarde la confesionalidad del Estado y
van a aceptar tarde la plurinacionalidad. Pero no les importa una higa.
Viven en la doble vara de medir. Ellos son España y España es lo que
ellos dicen que es, el espacio que coincide con sus intereses. Aunque
tengan el dinero en Suiza o Panamá. Pueden odiar a los marroquíes y al
mismo tiempo entender que Franco trajera a la Guardia Mora a matar
españoles con licencia. Pueden aceptar regalos de Gadafi y después mirar
hacia otro lado mientras lo asesinaban. Hablan de derechos humanos en
Caracas y hacen cartera en Riad o en Pekín.
El independentismo no ayuda. Y su agenda ni siquiera es el
independentismo. Quieren negociar. Y por eso no se debe entrar en ese
juego. Hay que cerrar la herida territorial de una vez por todas. El
PdeCat está luchando a la desesperada por una amnistía y su horizonte es
lograr beneficios para la élite económica catalana (con migajas para la
ciudadanía). A ERC, salvo muy honradas excepciones, sólo le interesa
sustituir a la antigua CiU, cargar el pasado sobre sus hombros como si
ella no tuviera nada que ver, y ser la que negocie nuevas condiciones
con el Estado. Están esperando, con inteligencia, que el PP
haga lo que está haciendo. A mayor represión, más legitimidad. Las CUP
viven en una égloga pastoril que desprecia cuanto ignora. Una mezcla
poco digerible.
Nunca antes de Rajoy el independentismo tuvo tanta fuerza. Pero basta
encarcelar a Alcaldes, cargos públicos, voluntarios, prohibir actos,
meter en el calabozo a impresoras (como metían en la cárcel a los burros
coceadores en los cuarteles de Franco), declarar a las papeletas armas
de destrucción masiva y usar la violencia estatal contra la voluntad de
expresarse de los catalanes para que todo llegue al borde del
precipicio. Y eso que los asuntos identitarios están en Catalunya y en
España muy detrás en las preocupaciones de los españoles. Pero
si el PP sigue rompiendo cosas de la convivencia, la marcha atrás se
complica. ¿A quién le interesa una psicosis de guerra? Porque guerra no
va a haber y tampoco independencia. Las metáforas bélicas, de
trincheras, trenes son el anuncio repetido que cada cual quiere ver para
solazarse en sus sentimientos. Sólo puede haber diálogo. Diálogo al
que, como siempre, el PP llegará tarde.
Los catalanes terminarán, sin duda, votando. Ningún juez a
quien nadie ha elegido va a sustituir ese derecho. Y si Felipe VI no lo
entiende, le pasará como a su bisabuelo. Este conflicto, que en verdad es un reto, se solventa votado. Convendría que los catalanes votaran
también con todos los españoles. En un proceso constituyente que tendrá
que reconocer la condición plurinacional de España y el encaje que los
catalanes decidan. Podemos debiera recordar que nació
reclamando un proceso constituyente, aunque los gritos de la turba
mediática le hicieron olvidarlo. Dentro de ese proceso constituyente,
los catalanes podrán votar su inserción en el Estado español como un
sujeto soberano que decidirá -o no- formar parte del sujeto soberano del
Estado. Con todas nuestras peculiariedades. Pero para que
vayamos reconociéndonos, debemos ir pensando en votar. Que ya va siendo
hora. ¿O no era lo que se pedía a la izquierda abertzale? Para que de
una vez por todas podamos dedicarnos a luchar contra nuestros verdaderos
caminantes blancos –cambio climático, empleo, envejecimiento,
guerras y migraciones- en vez de estar distraídos en cosas que, vistas
con distancia, dan bochorno y demuestran que tenemos, igual que la peor prensa de Europa, los peores gobernantes del viejo continente.
DdA, XIV/3635
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