Lidia Falcón
Leo este artículo de mi querida amiga Lidia Falcón, habitual colaborada del diario Público.es, en Crónica Popular. Como está firmado el pasado 17 de septiembre y Lidia es una de las firmantes del Manifiesto 1-O Estafa antidemocrática, publicado ese mismo día en el diario El País, deduzco que no ha podido publicarlo en el medio donde habitualmente expresa su opinión en los últimos años, por diferir manifiestamente de la línea editorial que ese periódico tiene con respecto al referendo de Cataluña. Si fuera así, lo probable es que Lidia Falcón dejara de colaborar con sus artículos en Público.es. Lo veremos. Se podrá estar o no de acuerdo con lo que expone Lidia en este y otros artículos, pero para este Lazarillo siempre será su criterio digno de atención y respeto.
Los alcaldes que se han declarado independentistas en Cataluña, y que
hacen gala de ello, con manifestaciones públicas en la Plaza Sant Jaume
de Barcelona, amparados por la alcaldesa Ada Colau y el President de la
Generalitat, afirman que no tienen miedo. No me extraña puesto que están tan bien arropados.
Tienen el apoyo, el dinero, la aceptación y la propaganda del
gobierno de Cataluña, que se muestra generoso con sus fieles. Y si el
miedo han de sentirlo de la represión que pudieran ejercer las fuerzas
del Estado, es evidente que ha de ser muy débil, dado el resultado de la
prohibición del mitin en Tarragona que se realizó con toda clase de
publicidad y bendiciones de Puigdemont, mientras los Mossos, la policía
autonómica responsable de cumplir las órdenes de los jueces y de la
Fiscalía, organizaban el tráfico y protegían a los oradores.
Pero, nosotras, las personas abajo firmantes que hemos suscrito el manifiesto 1-O- Estafa Antidemocrática, publicado el domingo 17 de septiembre en El País, sí tenemos miedo.
Tenemos miedo de que los independentistas logren su propósito de
separar a Cataluña del resto de España y gobiernen indefinidamente,
estableciendo las normas con que nos han amenazado en ese infame
documento que aprobaron por su cuenta en el Parlament de Cataluña. Porque
vivimos en una Comunidad cuyo poder detentan sin límites los que han
impuesto la ideología única: o eres independentista o al menos aceptas
esa falsedad del derecho de autodeterminación de Cataluña, o eres mi
enemigo. Y el enemigo se merece toda clase de insultos, desprecios, humillaciones, marginaciones.
Apenas se había publicado el manifiesto en El País un periodista, que
no me ha escrito nunca a pesar de tratarlo durante años en términos
profesionales, ni siquiera para darme el pésame cuando murió mi marido
Carlos París, me envía un mensaje regañándome porque he tenido el
atrevimiento de firmarlo. Según él la situación de Cataluña –así,
entera, constituida en una entidad con personalidad propia que no tiene
clases, ni individuos ni ciudadanos ni personas- es de opresión cada vez
mayor y es imprescindible que se separe de España – otra entidad única-
para disfrutar de libertad. Y me reprocha amargamente que yo haya
tenido el atrevimiento de negarme a reconocer ninguna legitimidad al
referéndum del 1 de octubre.
Una catedrática de Literatura Española en la Universidad de Barcelona
tiene que soportar que sus “compañeros” le espeten en un pasillo “Y tú, ¿cómo estás enseñando el idioma del enemigo?”
A Encarna Roca, catedrática de Derecho Civil, un grupo de profesores y
otros aliados, pretendió que le quitaran el doctorado honoris causa que
le había concedido la Universidad de Gerona, porque cuando estaba en el
Tribunal Constitucional firmó la sentencia que modificaba el Estatut.
Las compañeras del Partido Feminista en Cataluña han recibido ya los
calificativos habituales: botiflers, traidores, chaqueteros,
españolistas, vendidas al oro de Madrid –ya no es el de Moscú-, y
partidarias del PP, si no apoyan el famoso referéndum.
Los que estamos contra la celebración del referéndum tenemos
miedo de manifestarnos en la calle para no ser tachados de provocadores, y recibir insultos y hasta pedradas.
Por este miedo, que atenaza incluso a los partidos que defienden la
legalidad, se ha desconvocado la manifestación prevista el 30 de
septiembre. Ya que además el Ayuntamiento iba a poner grandes trabas a
facilitar su recorrido, porque la democracia para Ada Colau sirve para
unos pero no para otros.
Cuando Joan Tardá, ese defensor a ultranza de la separación de
Cataluña y España, afirma que el proceso ha sido pacífico y ejemplar, ya
que en las manifestaciones multitudinarias no se ha roto ni una
papelera, está ocultando la violencia encubierta que estamos soportando
cotidianamente los contrarios a sus tesis. Siete años de vociferante
propaganda independentista y de la presión de las instituciones, los
medios de comunicación y las redes sociales contra todo aquel que no
acepta que haya que separar Cataluña de España, en el ejercicio de
insolidaridad más grave que puede darse entre los pueblos. Ahora son los
alcaldes socialistas que se niegan a facilitar el referéndum los que
reciben insultos y amenazas de sus vecinos y a través de esos medios de
destrucción masiva que son el twiter, el washap y el Facebook. Incluso
hubo quien deseó que Inés Arrimadas fuera violada en grupo.
Un tal Antoni Castellá, diputado de Junts pel Sí, líder de Demócratas –y ya ven cómo ejerce la democracia-, ha declarado que “constatamos que el manifiesto de los 900 intelectuales responde a una actitud mercenaria a las órdenes de quienes les pagan”.
El tal Castellá oculta que los intelectuales que firmamos somos minoría
frente a los trabajadores, los autónomos, los profesores, los
sanitarios, los pensionistas, los ciudadanos, que también lo suscriben.
Pero así se calumnia a los disidentes de su doctrina, situándolos al
servicio del poder. Que en este caso es del PSOE.
Y eso lo dice el que pertenece a la casta que ha creado la
Asamblea Nacional de Cataluña, pagada por la Generalitat; en una
Comunidad donde 4 canales de televisión públicos repiten machaconamente
desde hace una década las consignas de la independencia; donde todos los
periódicos, revistas, libros, conferencias, congresos, en catalán,
están subvencionados por el gobierno; donde no hay funcionario, maestro,
profesor, juez, fiscal o empresario que pueda prosperar sin ponerse a
las órdenes de las consignas independentistas.
Para desprestigiar a los intelectuales que hemos firmado el manifiesto, Castellá ha afirmado que “Es un manifiesto injusto y lleno de falsedades encabezado por el eslogan del PP sobre el referéndum”. Y añade, “Mirando
quien firma el manifiesto nada más puede responder a tres motivos: que
los firmantes han perdido la condición de intelectuales, poco probable;
dos, proceso de conversión al ultranacionalismo español; o tercero y más
probable, que la mayoría de los firmantes han desarrollado sus carreras
profesionales gracias al apadrinamiento de los diferentes gobiernos del
PSOE.”
Y esto lo dice, con total desfachatez, quien medra al abrigo de ese partido de nombre cambiante, que fue Convergencia y ahora Demócratas, que
ha gobernado Cataluña durante 37 años, otorgando concesiones de obras,
comisiones, subvenciones, recomendaciones, empleos, diputaciones,
concejalías, escaños, secretarías, institutos, observatorios,
financiando televisiones, revistas, libros, periódicos, conferencias,
jornadas, congresos, programas, escuelas, cursos y toda clase de medios
para difundir la ideología del victimismo catalán y acusar a España,
es decir a todos los demás, de ladrones, vagos, aprovechados,
derechistas, españolistas y hasta fascistas.
Desde hace diez años 14.000 profesores se han ido de Cataluña, por
ser castellano hablantes. Se les ha marginado, imposibilitado de
ascender o de escoger destino, despreciados por los directores afectos
al régimen y humillados por los compañeros fieles al ideario
convergente. También se han ido notarios, abogados, jueces, fiscales,
funcionarios de la administración, escritores, dramaturgos, periodistas.
Todos deben de ser “intelectuales apadrinados por el PSOE”, según los califica Castellá.
Que Joan Coscubiela, suficientemente conocido comunista, que lleva 40
años en las duras trincheras de las luchas sociales, se decidiera, ¡al
fin! a rechazar un referéndum falsario, propio únicamente de un Estado
fallido, no le inmuta a ese defensor de la Democracia. También será un paniguado del PSOE.
Y yo, y Antonina Rodrigo y Jiménez Villarejo y todos los políticos y
activistas sociales, y las profesoras de universidad, los maestros, los
estudiantes, los profesionales de la sanidad, los trabajadores y los
pensionistas y los ciudadanos de a pie, que han suscrito el documento.
Porque todo aquel que no esté de acuerdo con los principios fundamentales del movimiento independentista está
condenado al ostracismo, falto de todo apoyo institucional ni aún
cuando sus méritos profesionales son reconocidos en muchos países. Aquel
que se atreva a contradecir el falso eslogan de que el 80% de los catalanes quiere votar, nunca contrastado con una investigación seria, o que recuerde que ninguna Constitución tiene el derecho de secesión de un territorio entre sus principios, o que recuerde que la solidaridad entre todos los españoles es un principio indiscutible de la izquierda, es anatemizado por los dirigentes e ideólogos de la nueva Cataluña que está a punto de nacer.
Una Cataluña libre, porque al parecer debe de estar ocupada por el
Ejército español, y rica porque dejará de estar robada por el Estado
español; una Cataluña que sólo hablará en catalán, porque todos sus
habitantes son de habla catalana y han sido obligados a hablar y
escribir en castellano en estos últimos cuarenta años. Una Cataluña que
será gobernada y dirigida ideológicamente por la casta de los Pujol, los
Montull, los Millet, los Mas, los Prenafeta, los Maciá Alavedra, la
mafia más compacta que ha expoliado los bienes, el PIB y las rentas de
los trabajadores y las trabajadoras con mayor eficacia y avaricia.
Por eso nosotras, las personas firmantes del Manifiesto 1-O- Estafa Antidemocrática,
tenemos miedo de que la amenaza de llevar a cabo la separación de
Cataluña de España se cumpla y nos veamos gobernados y dirigidos por
quienes enfrentan a los trabajadores y a las mujeres que viven en
Cataluña con las que viven en el resto de España; por los que quieren
quedarse con la riqueza del país sin tener que repartir con los demás
ciudadanos españoles; con los que imponen su ideario, su idioma y su
supremacía, con una ferocidad ignorada por los que no sufren su
imposición.
Sí, tenemos miedo de que todos los que no compartimos ni la ideología
ni las mentiras que derrochan los gobernantes, y sus adláteres, en
Cataluña, seamos segregados, marginados, insultados y
humillados, como estamos siéndolo desde hace una década, cuando la
amenaza de la secesión se cumpla.
Madrid, 17 septiembre 2017.
DdA, XIV/3641
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