Fernando de Silva
Si
fuese un catalán independentista y demócrata, que aún conservase la
sensatez, y dedicase unos minutos a leer la Ley de desconexión,
comenzaría a preocuparme muy seriamente del futuro de Cataluña de entrar
en vigor, porque es una norma impuesta por una mayoría minoritaria
abiertamente en contra de una minoría que obtuvo más votos en las urnas,
en la que solo tienen cabida quienes piensen como sus promotores, y
dejan en el limbo de la indefensión al resto de los catalanes, que se ha
convertido en una mayoría silenciosa que no se atreve a pronunciarse en
libertad. Y a eso se llama cargarse un sistema democrático para
convertir Cataluña en un país con un sistema totalitario, en el que el
poder judicial, uno de los tres pilares de la división de poderes de
Montesquieu, pasaría descaradamente al control absoluto de los poderes
ejecutivo y legislativo.
La
Ley de desconexión es manifiestamente ilegal y prevaricadora por su
contenido y por las formas en las que fue aprobada, y conculca
descaradamente, y a sabiendas de sus promotores, la Constitución
Española, el propio Estatuto catalán, las normas de funcionamiento del
Parlamento de Cataluña, y un ingente número de normas legales del Estado
español, empezando por el Código Civil, y continuando por todas las
Leyes Orgánicas que hemos aprobado durante los más de 40 años de
democracia. Y a eso se llama golpe de estado del sistema establecido.
Lo
curioso es que quienes pretenden romper con el resto de España, deciden
unilateralmente y a su antojo, y sin contar con los demás, qué leyes
estatales se mantienen en vigor y cuales son derogadas parcialmente, lo
que supone una transgresión legal más propia de repúblicas banareras, y
les sitúa en el ridículo camino a ninguna parte. Porque a ningún lugar
llegarán así, y lo saben, pero con ello pretenden retar al Estado
español para convertirse en víctimas del cumplimiento de la Ley, que
ahora llaman represiva, con el exclusivo objetivo de conseguir más
adhesiones a su causa; aunque si el desastre se consuma, muchos
independentistas, que solo lo son de prestado y por las circunstancias
del momento, muy pronto se unirán al grupo de los arrepentidos, como
ocurre con los votantes del Brexit en el Reino Unido o de Trump en EEUU.
Las decisiones de transcendencia se piensan y meditan antes, y no
después; votar que sí en las actuales circuntancias, sin analizar las
consecuencias, es toda una frivolidad, impropia de quienes parecen ahora
sentirse "superiores" a los demás.
Curioso
es el tratamiento que se da en la Ley de desconexión al tema
económico: todos los ingresos para mí, y las deudas por el momento no
las asumimos y ya las pactaremos con el resto de España. Curiosa y
egoísta manera de organizarse su futuro a costa de los demás. Como
llamativo es el tratamiento de la doble nacionalidad, sin darse cuenta
que para seguir siendo español es preciso contar con España. Me marcho
de casa a la brava pero quiero seguir usando la nevara para lo que se
tercie. De chiste de la Codorniz, si no fuese porque insinúan que están
dispuestos a llevarlo a cabo, y están creando un cisma con la otra mitad
de los catalanes y con el resto de España. Por cierto, de solidaridad
ni palabra; ¿saben lo que es?.
Hoy
se celebra la Diada, y me congratulo con que tenga lugar una gran
manifestación en Cataluña, como gesto multitudinario de la libertad de
expresión, aunque no sea una fiesta de todos los catalanes, ya que no
tienen cabida los que no sean independentistas. Pero mañana martes es
otro día, volveremos a la realidad, y espero sea el momento de comenzar a
recuperar la sensatez. Yo no quiero un divorcio así, con estos
políticos, y a la brava, me decía la pasada semana un amigo catalán
independentista; la locura no puede ser el camino para que se cumplan
los deseos.
SinlaVenia DdA, XIV/3632
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