viernes, 1 de septiembre de 2017

DEBEMOS DEFENDERNOS DE LA CORRUPCIÓN PERIODÍSTICA ESTRUCTURAL




Jaime Richart
Nadie negará que la ciudadanía debe reaccionar de diver­sas maneras frente a los abusos, las mentiras, los enga­ños, la incompetencia y los delitos de sus dirigentes co­nocidos por las vías policiaca y periodística, con indepen­dencia de lo que dictamine luego la justicia ordina­ria. De momento, para retirarles su confianza y ne­garles su voto.

Pero también vemos que lo mismo que la banca, el comer­cio, la política, la justicia y la religión rápidamente pierden crédito aunque tengamos que soportarles, cada día que pasa el periodismo es menos digno de confianza.  Pero es lo que hay.  Por eso creo que la ciudadanía debe re­accio­nar también frente a los abusos del periodismo, pues en ge­neral el periodismo español no está libre de  contamina­ción. El mismo propósito de contarnos con todo lujo de de­talles cada noticia -a menudo sospechosa de es­tar mani­pulada- es una variedad de corrupción. Y lo es, es corrup­ción, primero porque con frecuencia el periodismo predo­minante es hostil a quienes llegan de la nada para im­pedir que al frente de la nación sigan gobiernos indesea­bles, haciéndose de ese modo cómplice de quienes debieran es­tar en la pi­cota o postergados; y segundo, por­que la sobre­carga de detalles aportados sensacionalmente a la noticia si­gue la senda de la obscenidad televisiva de los progra­mas mal llamados “del corazón” al estar mucho más cerca del culo... Todos los cule­brones de cualquier clase, sean no­velísticos o de corrupción política, más que interesar al ciudadano sano, le estragan y le entontecen. El otro argu­mento, el que afirma que los brinda porque al lec­tor y al te­levidente les interesa, es demagogia pura. Pues si el perio­dismo tiene responsabilidad en lo que es su oficio, la información veraz, no la tiene menos en la confor­mación psicoló­gica y mental de la ciudadanía. Sin embargo, su protagonismo desmesurado y su nulo recato al fabricar no­ticias de consumo, a duras penas está fre­nado por una de­ontología cada vez más permisiva. Además, a diferencia de la co­rrupción política que se reme­dia más fácilmente le­gis­lando para impedir la reelec­ción (es preciso que recor­dar que el grueso de la corrup­ción en España se debe a déca­das de políticos invariables e inevitables en las institu­cio­nes, que están ahí no por su competencia sino por su des­caro y sus intereses soterra­dos), la co­rrupción pe­riodística es mucho más difícil de erradicar, pues es es­tructural.

¿Que hubo un atentado en Barcelona? Bástenos con la noti­cia. Esperemos luego para ver a quién atribuyen los jue­ces ese otro atentado ignominioso. Pero despreciemos los pormenores, como debiera sernos indiferentes los deta­lles de una trifulca de pareja...

Lo que nos incumbe es limitarnos a “saber” los titulares. Abstenernos de la escabrosidad de pormenores general­mente trufados por una especie de ingeniería periodística asociada a otra de carácter comercial y no dejarnos arras­trar por el placer morboso, enfermizo, patológico que hay tras cada noticia, es lo saludable: lo que hay que hacer. Es impropio tanto de una sociedad como de una persona ma­dura buscar un pasa­tiempo en el relato extenso de una in­famia o de una trucu­lencia, sean del orden que sean. En el fondo poco varían unas de otras. Lo que viene después del titular siempre es más o menos lo mismo.

Así es que si queremos pensar por cuenta propia y no por el sensacionalismo y por la mediación del mal perio­dista,  ése falto de rigor, que maneja fuentes sospecho­sas, que carece de voluntad de neutralidad, empeñado en hacer cir­cular libelos e ideas, las suyas o la de gru­pos más o menos concertados, para impedir la progresión política y asegurarse que todo siga más o menos igual, creo que es cada vez más ne­cesario limitarnos a leer los titulares..

Cultivemos la tranquilidad y evitemos la intoxicación per­manente. No se puede uno imaginar a ciudadanos con crite­rio, que siguen los pasos que les marcan otros. Otros que además no sobresalen precisamente por su modera­ción y por su prudencia, sino por su enfermiza provoca­ción, por su intolerancia, por su bravuconería, por sus inter­eses bastardos y por creer que tienen razón porque de­fienden verdades que suponen de granito: dogmas, in­transigencia, imposibilidad de diálogo, imposiciones: lo de siempre...

DdA, XIV/3622

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