lunes, 14 de agosto de 2017

SER DE IZQUIERDAS ES SER TAMBIÉN CONSERVADOR DE LOS VALORES HUMANOS

Jaime Richart

Para ser de izquierdas no hay que abrazar necesariamente una ideología. Basta tener conciencia social. Ser de izquierdas es ser profundamente, no superficialmente, crítico con el poder establecido, instituido o no, manifiesto, solapado u oculto. Ser de izquierdas es no ser conformista  porque la vida nos va bien y hemos tenido la suerte de poder asegurarla. Ser de izquierdas es no ser de derechas;  principalmente no ser de derechas porque el poder nos arropa, nos consiente o nos privilegia.  Ser de izquierdas, en fin, es ser un ser cabal que piensa en los demás y es beligerante ante el hecho de que alguien sufra penuria y calamidades porque no alcanza a costearse las necesidades básicas dentro del marco del tiempo que vivimos.

Pues bien, aunque la realidad es que en occidente siempre ha dominado el talante conservador, ese de los que se concertaban para ejercer el poder que habían conquistado de modo cuanto menos sospechoso, fuese teocrático, absolutista, dictatorial o democrático, en los tiempos actuales la derecha adquiere forma de hidra neoliberal. Me refiero a esa teoría que apoya una amplia liberalización de la economía, el libre comercio en general, una drástica reducción del gasto público y de la intervención del Estado en la economía en favor del sector privado, que pasa a desempeñar las competencias tradicionalmente asumidas por el Estado hasta convertir a países como el nuestro, en España, Sociedad Anónima. Un modo de actuar, si se mira bien, sin pensamiento racional. A menos que consideremos pensamiento empobrecer lo que es de todos pasando lo público a manos privadas; a menos que tenga justificación  maniobrar para aplicar la ley del más fuerte, del más astuto, del más tramposo y también del más ladrón. En eso consiste el neoliberalismo, una ideología llevada tan lejos en la mayoría de países y desde luego en España, que la fuerza devastadora de lo público ha arrastrado a la propia izquierda institucional que se ve incapaz frente a semejante despropósito. Eso, cuando no participa activamente del desmán, privatizando ella misma también cuando le toca.

Y el caso es que los lacayos de este tipo de mentalidad encapsulada en una teoría económica son muchos. Muchos, respaldados siempre por su riqueza o por la ambición sin límites de poseerla. Pero ninguno destacado precisamente por una notable inteligencia humanística, pues la inteligencia que trata de potenciar a los individuos aislados a costa de la robustez de la manada es una inteligencia depravada. No de otra manera puede considerarse a todo aquel o todo aquello que alentando el individualismo, atenta contra la especie, en este caso la especie humana, enriqueciéndose al tiempo que esquilma la Naturaleza con los efectos universales espantosos a que estamos asistiendo.
Lo cierto es que, parafraseando a Robert Pirsig, el recientemente fallecido autor de “Zen y el arte del mantenimiento de la motocicleta”, el cual decía que cuando una persona sufre delirios, lo llamamos locura, cuando muchas personas sufren un delirio, lo llamamos religión”, cuando el delirio economicista es individual lo llamamos egoísmo, pero cuando es grupuscular lo llamamos neoliberalismo. Pues las consecuencias que produce el neoliberalismo en el individuo, en la colectividad y en el planeta son tan severos y sus contradicciones tan flagrantes, que mueven a sublevación. Por ejemplo, dicen los neoliberales que quieren librarnos del Leviathan, del Estado opresor mientras lo saquean, y que debilitando al Estado nos brindan más libertad. Sin embargo, en aras de una libertad que sólo disfrutan a manos llenas unos puñados de desalmados, nos echan en brazos de la tortuosidad y nos hacen presos de la ansiedad, de la incertidumbre, de las enfermedades nerviosas y de la enajenación, aparte de promover una cada vez más odiosa desigualdad en lugar de contribuir a aminorarla. Fabrican proclamas ampulosas sobre derechos y libertades individuales en las constituciones, que luego no cumplen; promulgan leyes que contienen mecanismos deliberados para abrir rendijas a las clases superiores y facilitar con ello el permanente incumplimiento de las leyes restrictivas sobre el medio ambiente y las penales que les afectan, en la misma medida que hacen estrictas otras que oprimen al débil. Debilitan la personalidad hasta el extremo de autoinculparse el individuo por un fracaso que casi siempre eslo imputable al sistema, y la entumecen con la publicidad y otras prácticas de mentalismo. Desde las variopintas manipulaciones de la voluntad del individuo que va y viene allá donde le llevan los intereses creados por grupos societarios, monipolios y oligopolios, hasta la merma del criterio propio promovida por las corrientes de opinión de los medios impresos y audiovisuales, hacen desaparecer de la vida pública a los intelectuales, suplidos por periodistas que por su persistencia en la vida pública y proyección de su imagen (en España al menos) secuestran  el criterio particular acerca de la política, como sobre la moral antaño lo secuestraban los sacerdotes y antes los chamanes.

El ser de izquierdas ha de asumir que rara vez no es perdedor en un clima profundamente aburguesado, pero contesta a la injusticia y reacciona frente a ella, frente al abuso, frente a la prepotencia... aunque el autor de esas lacras sea también de izquierdas. El ser de izquierdas es ser también conservador; conservador fiel de los valores humanos.

Convengamos, en fin, que es posible que el liberalismo nos libre de la indolencia y de la pasividad que presuntamente generan los totalitarismos y los socialismos agudos. Pero esa supuesta liberación tampoco sería gratuita, pues a cambio de la ilusión de libertad y de una inexistente expansión de la riqueza para todos, en los países donde no gobiernan las izquierdas se enseñorean de la población cada vez más reductos de miseria, de embrutecimiento, de infantilismo,  de materialismo y de contracultura.

DdA, XIV/3610

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