Lazarillo
Todos los veranos por estas fechas se viene celebrando el Festiva Aéreo de Gijón, que este año acaba de cumplir la edición décimo segunda, si este Lazarillo recuerda bien. En su día se comentó en este mismo Diario que no es la ciudad asturiana la más indicada para soportar este tipo de exhibiciones de máquinas de guerra en su cielo. Me consta lo mal que lo pasan aquellas personas de avanzada edad que sufrieron en su niñez los bombardeos que durante varias semanas soportó la población gijonesa durante el asedio por aire y por mar de las tropas franquistas, con la Legión Cóndor nazi bombardeando el núcleo urbano. En algún caso, como durante el bombardeo del 14 de agosto de 1936, la bombas se cebaron en el centro de la villa y causaron al menos más de medio centenar de muertos, según cuenta el historiador Héctor Blanco en su muy recomedable libro Gijón bajo las bombas 1936-37, documentado además con el testimonio de testigos sobrevivientes de distintas ideologías. Sería de mucho provecho para la memoria histórica de la ciudad la recuperación de los diversos refugios antiaéreos que se habilitaron entonces para preservar a los ciudadanos de unos atques que luego fueron práctica habitual durante la Segunda Guerra Mundialcontra el nazi-fascismo. El horrísono estrépito con el que los aviones sobrevuelan Gijón, durante su exhibición a lo largo de la bahía de San Lorenzo, es totalmente insportable en su recinto urbano y puede afectar a la audición de quienes padezcan problemas de oído, como he tenido ocasión de comprobar, llegando en algunos casos llega hasta el llanto. Cierto que el espectáculo congrega en torno a la playa citada a miles de personas, provistas de todo tipo de herramientas para filmar o fotografiar el evento, pero ni el ruido ni el gasto que este tipo de espectáculos comporta deberían permitirse, máxime en tiempos de crisis como los que pasamos y que al parecen no afectan a este tipo de dispendios. El respeto a quienes asocian esa ensordecedora trepidación aérea con una de las páginas más aterradoras de su niñez está claro que no cuenta para sus organizadores ni para el equipo que administra el Ayuntamiento de aquella hermosas villa, donde únicamente Xixón sí puede e Izquierda Unida se oponen a la celebración de este festival.
Jaime Poncela
Si tengo que ser sincero les diré que me parece tan infantiloide el
festival aéreo organizado para el domingo en Gijón como la perreta que
ha cogido cierta progresía local por rechazar su celebración. Me da que
están tan fuera de lugar los que piensan que estas cosas sirven para
elevar el espíritu nacional por el lado militar, como quienes creen que
corrompen a la sociedad, a la “gente” que llena por miles El Muro ajena a
que están siendo aleccionados por los poderes reaccionarios. A mi me
molesta el ruido en casi todas sus modalidades, de manera que escaparé
lo más lejos posible del estruendo de helicópteros, cazas militares y
patrullas acrobáticas que se precipitará sobre nuestras cabezas desde el
cielo gijonés, aunque no lo haré por temer a convertirme en un
belicista, sino por temor a quedar sordo. Pero es que yo soy un poco
rarito, así que no valgo como media ponderada. Lo que no se puede dejar
de reconocer es que, por lo general, a la gente siempre nos ha gustado
ver pasar los trenes y los aviones, ir a El Musel a ver de cerca el Juan
Sebastián Elcano (barco militar, oh Dios) y mirar las procesiones, los
desfiles y cualquier cosa que se salga de la aburrida rutina cotidiana,
ya sea un hidroavión, el carru de Telones, el coche de los bomberos o la
burra de Antoñico. Esto es lo que hay por mucho que a algunas personas
se les haya metido en la cabeza cierta obsesión norcoreana por reeducar a
toda una sociedad en determinados valores, todos muy loables desde
luego, pero algo sacados de quicio.
Pensar que quienes van a ver los aviones al Muro o quienes los traen a
Gijón son unos belicistas de tomo y lomo dispuestos a invadir Polonia
(o Cataluña), o que los niños allí presentes bajo el estruendo de las
aeronaves se sentirán como los pobres críos palestinos bombardeados por
la aviación israelí en Gaza, es tan grotesco como sostener que quien
vaya a ver el desfile del orgullo gay terminará por cambiar su opción
sexual o que legislar sobre el aborto lo convierte en obligatorio.
Recuerdo que hace unos años propusimos a los organizadores del Festival
de Piano de Gijón colocar en el paseo de Begoña un piano por el que
pasarían decenas de pianistas durante horas para divulgar en directo las
bondades y bellezas de este noble instrumento. Pese a las dudas sobre
las aficiones musicales de los viandantes, la idea fue un éxito y sigue
haciéndose a día de hoy. Ignoro si tal iniciativa consiguió elevar el
nivel musical de la ciudad o la nómina de pianistas. La gente se lo pasó
bien un rato y ya está.
Los integrismos puritanos son cargantes y aburridos porque no dejan margen al humor y al debate.Hace
cuarenta años estuvo en boga la teoría de que los juguetes bélicos
harían de los niños unos asesinos en serie al llegar a la edad adulta.
Les diré que durante buena parte de mi vida infantil jugué con
soldaditos y tuve un consistente arsenal de pistolas de restallos con el
que dejé a mi paso un reguero de cadáveres de palo. Pese a que la
teoría pedagógica del momento hubiera vaticinado para mí un futuro
paralelo al de Charles Manson tengo a gala haber sido objetor de
conciencia en los tiempos en los que ni siquiera había ley que regulase
tan opción. Fui amnistiado en 1989 sin haber pisado un cuartel.
Quienes creen que el festival aéreo del domingo es una reivindicación
de la patria española y un aviso militarista a los rojos, comparten en
el fondo la misma paranoia conspirativa que quienes se desgañitan para
que se prohíba la exhibición. Los extremos se tocan. Menos mal que aún
queda gente básicamente normal que solo quiere divertirse media hora
viendo pasar los aviones. Y poco más.
LOS "AVIONES DE PELÍCULA" DEL FESTIVAL AÉREO DE GIJÓN
Artículo públicado en el nº 3037 de Diario del Aire
Como
todos los veranos por estas fechas, sobre la bahía de San Lorenzo de
Gijón se hizo una vistosa exhibición aérea ayer domingo, ensayada
previamente el pasado viernes.
La exhibición de este año, en su décima edición, además de contar con
los cazas, incluyó el vuelo de "dos aparatos que participaron en la
segunda Guerra Mundial, muy populares por su presencias en numerosoas
películas". Así consta en una entradilla de la información publicada por
el diario local El Comercio.
Me
cuenta la excelente escritora Laura Castañón que hay residencias de
ancianos en Gijón donde están internadas personas muy respetables que no
están para películas. Algunas tienen memoria y otras no, pero quienes
cuentan con ella pasan unos días muy inquietos cada vez que vuelve a
celebrarse el festival aéreo. Una señora octogenaria decía el otro día
en la pescadería que cada vez que vuelan los aviones con su horrísono
estruendo sobre la playa de San Lorenzo, ella se va de la ciudad porque
se pone muy nerviosa y tiene pesadillas.
El
historiador Héctor Blanco (Mieres, 1970) se topó hace unos años con una
información de mucho valor sobre uno de los capítulos más terribles
vividos en Gijón durante la Guerra de España. Buscaba Blanco
documentación para un estudio que le había encargado la Empresa
Municipal de Aguas cuando encontró un glosario de refugios antiaéreos
ubicados en las ciudad durante los años 1936 y 1937. No había relación,
según sus palabras, entre las referencias históricas y la existencia de
tantos refugios antiaéreos.
Además
de los diez días de acoso a cañonazos del buque Almirante Cervera que
sufrió Gijón, lo padecido por la villa de Jovellanos fue todo un ataque
indiscriminado de una gran maquinaria de guerra contra la población
civil, llevado a cabo por la Legión Cóndor. Franco, según Héctor Blanco,
permitió a la aviación hitleriana un ensayo general de lo que luego
haría en la segunda Guerra Mundial:
"El
primer ataque se produjo el 22 de julio de 1936. El último, el
20 de octubre de 1937. En total, quince meses de bombardeos, no
diarios, pero sí frecuentes. La frecuencia se intensificó entre agosto y
octubre de 1937. De todas formas, hay que tener en cuenta que el
bombardeo no fue un caso puntual, sino que toda la Asturias republicana
estuvo sometida a ataques aéreos. Ahí está el caso de Cangas de Onís,
que quedó completamente destruida y que ha pasado a la historia como el
Guernica asturiano, o el pueblín de Tarna, que también fue arrasado".
Se desconoce el número real de víctimas en Gijón, según el historiador
mierense, pero sí que -según la prensa de la época- solo el 14 de agosto
murieron 54 personas. A partir de esa fecha, la información
periodística se restringe y no existe un cómputo global de
fallecimientos.
Hace unos años tuvo lugar en la ciudad asturiana una excelente y documentada exposición que, con el título Gijón bajo las bombas,
rememoraba en un centenar de fotografías -en su mayoría pertenecientes
al magnífico reportero Constantino Suárez- los quince meses de acoso
aéreo que tuvieron que sufrir los gijoneses. También se proyectó en
aquella ocasión un breve documental en el que se recreaba lo que aquel
infierno supuso para la población civil, entre la que sin duda se
encontraban niños y niñas de muy pocos años que cuando, verano tras
verano, atruenan los aviones del festival sobre la hermosa playa de San
Lorenzo reviven sin duda uno de los episodios más horrorosos de su
existencia.
Una de ellas era mi madre adolescente, que mientras bombardeaban los depósitos de Campsa buscaba el cobijo de su padre enfermo, al tiempo que se rompían los cristales de las ventanas.
Una de ellas era mi madre adolescente, que mientras bombardeaban los depósitos de Campsa buscaba el cobijo de su padre enfermo, al tiempo que se rompían los cristales de las ventanas.
Puntos de Página
"Mi primer recuerdo de la infancia en el año 1985 fue el miedo de mi
madre por los misiles libios que apuntaban a Rota, mi pueblo. En el 91
el estruendo de los preparativos de la
Guerra de Irak cocinando muerte me dejaba una noche de insomnio. Tenía
15 años y tenía que volver a casa más temprano porque había desembarcado
la VI Flota. Pero decíamos: de algo hay que comer. ¿Qué pasa cuando las
bases militares estadounidenses empiezan a no dar de comer? Pasa que la
servidumbre ya es esclavitud. Mi intervención en el Parlamento de
Andalucía sobre la ampliación de la base de Morón. (Teresa Rodríguez en el Parlamento de Andalucía).
VÍDEO:
DdA, XIV/3591
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