Igual que me pasa con el vino, el cine y los seres humanos, en
cuestión de literatura me parecen buenos los libros que me gustan,
mayormente porque no tengo ni idea de literatura, de vinos, de cine ni
de nada, y, además, soy compulsivo en casi todo. (Últimamente lo soy en
casi nada porque los años no perdonan). No suelo coincidir en mis gustos
con las opiniones de los expertos en libros, cine, vinos y seres
humanos, pero me importa poco. Por eso me alegra mucho que Eduardo
Mendoza se haya llevado el Premio Cervantes. Recuerdo haber llorado de
risa leyendo “El laberinto de las aceitunas” mientras iba y venía de
clase con las piernas plegadas y casi gangrenadas disfrutando de las
comodidades de un lujoso Alsa. Luego llegaron a mis manos monumentos
literarios como “La verdad sobre el caso Savolta”, “Una comedia ligera”,
“La ciudad de los prodigios”, “Riña de gatos”, “Tres vidas de santos”,
“El misterio de la cripta embrujada”…
Mendoza es seguramente una de las lecturas que más me ha influido a
la hora de escribir mis billetitos de cuarta. Decir esto es una
pedantería y una sobrada (como se dice ahora), ya lo sé, pero los seres
menores tenemos que buscar grandes referentes en la vida si pretendemos
mejorar un poco. No voy a decir que estoy muy influido por la literatura
de Belén Esteban ¿no? Así que Mendoza, con quien no he tenido el gusto
de hablar en mi vida, es como si fuera un conocido de envidiable cabeza y
prestancia personal; un tipo circunspecto capaz de hacerte llorar de
risa; un personaje culto y ponderado que ha hecho del humor la mejor
defensa de la literatura y de la vida en general. Porque alguien que ha
diseñado personajes como el siniestro y fascistoide doctor Sugrañes,
Isabelita Peraplana, el obispo Cachimba, el cardenal Vida, el
historiador Pajarito de Soto, o un detective sin nombre que sale de un
frenopático a resolver crímenes y que recurre a la ayuda de una hermana
lerda y prostituta, alguien que puede hacer que la salida de uno de sus
libros te ponga nervioso de impaciencia es un señor al que hay que
admirar, imitar y premiar todos los días, máxime cuando el nivel de la
ralea de famoseo que ocupa a diario la actualidad española es de una
calidad despreciable.
Mendoza es aire fresco, humor, talento y el mejor ejemplo de que la
literatura es lo que tan magníficamente describió Miguel de Cervantes:
“El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho”. Que sea por
muchos años, don Eduardo.
DdA, XIV/3514
No hay comentarios:
Publicar un comentario