Aquel insólito tránsito a la democracia, después de una guerra civil
y de una tiranía de cuarenta años, no fue si no una variante de pacto social,
más bien "una concesión" a la española, de los poderes
de facto.
Jaime Richart
El último rasgo de la mentalidad restringida a un grupo,
a un pueblo o a una comunidad es ser una condensación interiorizada de la vida social. Difícilmente destructible desde fuera y difícil de empañar desde dentro...El caso es
que, así las cosas, en la actualidad
podemos distinguir en España las siguientes
mentalidades yuxtapuestas:
La primera es
la de los "viejos conservadores" que profesan a ojos vista el
residual del ideario dictatorial (léase autoritarismo,
militarismo, fanfarronería, confrontación, ventajismo),
eso sí, actualizado, que quedó larvado entre altas
dosis de pensamiento católico genuino hispano, adusto
e intolerante. La otra mentalidad es la que irrumpe a caballo de ese
socialismo gradualmente rebajado que colaboró con ellos para
"fabricar" la transición. La tercera
es la que hace acto de presencia, dificultosamente, a lomos del comunismo
democrático que, desde los comienzos y por su exigua
representación parlamentaria, vino desempeñando un papel
testimonial de la conciencia humanista hasta ayer.
La mentalidad
de los "conservadores" es la de todos
cuantos permaneciendo al final de la dictadura en el poder provisional,
elaboraron la Constitución y prepararon otras leyes encubiertamente protectoras
de sus intereses, tanto de los ya adquiridos históricamente como los usurpados durante el
franquismo, y cocinaron así el modelo político. De ese modo
y luego a través del partido político en torno al que se organizaron, se aseguraban a
sí mismos y a los de su clase social su estatuto privilegiado de siempre; lo
que significaba que no perderían nunca demasiado poder político ni
de facto. Aquel insólito tránsito a la democracia, después de una guerra civil
y de una tiranía de cuarenta años, no fue si no una variante de pacto social,
más bien "una concesión" a la española, de los poderes
de facto. Un pacto que, a diferencia del habido en otros países europeos en
otro tiempo entre el pueblo, la nobleza y el rey en el que estaban presentes
las clases más o menos populares, en el caso español fue vertical. Pues un ministro del dictador y seis acomodados
que se prestaron a ello (los padres de la Constitución) elegidos por él mismo, los
albaceas del franquismo, fueron quienes prepararon una Constitución para que
el pueblo, que sentía en su nuca la amenaza de un ejército más franquista que
Franco y el riesgo de un nuevo golpe militar, la refrendase cuanto antes, y
así, de prisa y corriendo, se pasase página a la dictadura y tuviese lugar el
cambio del marco político. Y así
sucedió. Lo que en cierto modo explicaría posteriormente (de no haber estado
reiteradamente amañados) el alto número de sus
fieles en los procesos electorales subsiguientes, más por los tics autoritarios y de blandengue
religiosidad que encierran los principios de esa mentalidad que les resultaba
familiares, que por una ideología difusa,
desprovista de otro contenido que no fuesen aspavientos catolicistas y
patrióticos para mejor encubrir a lo largo de los años sus artes en el saqueo
de los caudales públicos.
En cuanto a la
mentalidad de una parte de los recién llegados, los socialdemócratas
españoles, podemos decir que la base de su mentalidad estaba en la adhesión incondicional
a la república. Sin embargo, pronto renunciaron a promover un referéndum sobre
la forma de Estado y renegaron de la forma republicana de gobierno. Hasta tal
el extremo eso es así, que han terminado siendo más fervorosos de la monarquía que los mismísimos conservadores postfranquistas que habían
propiciado la ley de sucesión.
Y por lo que
se refiere a la mentalidad de los otros recién llegados, los eurocomunistas,
hemos decir que su protagonismo siempre estuvo en sus llamadas a la conciencia
social y a los derechos humanos. Pero el miserable argumento de su menor
representación númerica en las urnas y por consiguiente
en las instituciones, ha bastado para ser ninguneada por un bipartidismo
virtual al que convenía eliminar a un adversario. Y eso hicieron las dos
mentalidades preponderantes. Nunca la escucharon ni plasmaron iniciativa suya
legislativa alguna. Ni la del franquismo disfrazado, ni la de los
socialdemócratas que ayudaron a abrir las puertas a lo que luego, poco a poco,
se ha ido revelando como farsa democrática en buena
medida por todas estas maniobras y por haber cerrado en falso la honda herida
dejada por la guerra civil.
Es por todo
ello por lo que, con un aggiornamiento del lenguaje de los valores
universales y de la justicia social de siempre, reaccionan los espíritus de la nueva mentalidad, la
"joven"; mentalidad dotada del ímpetu de
quienes se saben poseedores de razones poderosas para empujar los cambios
imprescindibles por todos los motivos expuestos, fundiéndose en lo esencial con la eurocomunista que había estado
prácticamente silenciada.
Pero la
distancia entre esas mentalidades (aparte las coincidencias bipartidistas
apuntadas) no sólo se detecta en el
parlamento y entre las distintas generaciones. También entre individuos de la
última generación, que dudan.
Que dudan entre adherirse a quienes exhiben inclinación hacia los viejos
valores aun desfigurados de la dictadura, o abrazar los nuevos;
"nuevos", pero realmente muchos más viejos que
los otros al estar fundamentados en el humanismo y en los ideales de igualdad y
de justicia social republicanos. Dos opciones igualmente reaccionarias, pero
respondiendo la primera a la nostalgia de la vida, pública y privada, tutelada por la religión y por la disciplina cuartelera del autoritarismo, con el añadido ahora de ribetes pseudo democráticos, y la segunda, atendiendo a la vieja aspiración de hacer de la igualdad, de la justicia
social y del humanismo el eje de la vida política y pública que, salvo brevísimos períodos en España, por unas
causas o por otras nunca ha acabado de cuajar.
La cosa es
que, no ya la ideología difusa de un partido político sino la mentalidad ultraconservadora, vuelve a
imponerse. Vuelve a imponerse, más
allá del recuento
de los votos y del juego de las mayorías electorales,
que es otro cantar. La consecuencia, pues, no puede ser otra que el inmovilismo,
y recientemente una involución; un inmovilismo fustigado sólo por la lucidez de la joven mentalidad que intenta
abrirse paso como savia nueva, y que denuncia una y otra vez la sentina al
descubierto en cualquier rincón de la
sociedad española.
Por eso la
sociedad española hierve, pues aunque la entusiasta mentalidad del nuevo partido no se ha
asentado todavía, aunque dificultosamente va reflejándose su espíritu en una gobernanza aún secuestrada por las usuales maniobras
reaccionarias de un poder eclesiástico español que hurta las nuevas orientaciones del papa, y de quienes
retienen el poder político hasta donde éste
alcanza, en ambos casos reforzado con argucias legales de burdo o fino encaje a cargo
de las instancias judiciales.
DdA, XIV/3509
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