Jaime Richart
El destino nos alcanza...
Este artículo es largo. Pero se trata de un
asunto que si por la deriva que está tomando el clima planetario no se presta a hacer de ello literatura, tampoco me
parece para esto ya apropiado el tratamiento científico que en tantas ocasiones
ha equivocado a la sociedad humana. Esto es un avatar humano, y en todo avatar,
en toda vicisitud, suele ser más atinado el parecer y el instinto del explorador,
del pastor de ovejas o del anciano que el diagnóstico del físico o, en este caso,
que el del estudioso de la atmósfera. Más bien al contrario. Contamos con
casos clamorosos de errores en la Historia, cometidos por los saberes
oficiales...
Yo opino que no estamos viviendo un cambio
climático. Estamos empezando a vivir las segundas señales del desastre. Las primeras, hace un par de
décadas, fueron aquellas detectadas por muchos en el mundo a las que
respondieron cínicamente los negacionistas.
Digo que no hay un cambio climático, porque la
palabra cambio en este sentido sugiere régimen, secuencia, compás, ritmo,
orden distinto pero orden al fin y al cabo, y sobre todo regularidad. Y lo que
venimos observando no es precisamente orden, ni regularidad en las precipitaciones
y en las temperaturas, ni graduación en las variaciones de las mismas.
Lo que está sucediendo a ojos vista es otra
cosa: una mutación, alteración de las células de un tumor. Ya no hay clima, ni
climas ni microclimas. Hay desbarajuste. Lluvias torrenciales, o meses y meses
sin lluvia en los que hasta hace una década la hubo regularmente, por un lado,
y cambios bruscos del termómetro en cuestión de días o de horas. Como dice Le Monde: "el planeta ha entrado en un
territorio desconocido". Y a una noticia como ésta no es de ley atribuirle
sensacionalismo. Esto es un hecho de alcance telúrico que hará
"época", como la de cada glaciación; en este nuestro caso un cambio climático antropogénico no por azar
o por causas "naturales" directas, sino por la intervención
irresponsable del ser humano: lo sabemos ya.
Pues no es preciso ser científico, ni siquiera
experto en la materia para saber que si se arroja durante más de un siglo trillones de toneladas de partículas a un espacio cerrado
limitado y aun relativamente ventilado como es la biosfera, ha de llegar la
saturación y el enrarecimiento de la "estancia", con las
correspondientes efectos en el clima y en las corrientes de aire hasta
bloquearlas alterando profundamente las condiciones existentes hasta entonces.
Según otro diario digital español, un informe del
Ministerio de Medio Ambiente advierte de que, a este ritmo, tres millones de
hectáreas de las zonas húmedas pasarán
a áridas al llegar a 2100. Y decía que hará época,
porque esto parece tener mucho que ver con el fin de los tiempos; tiempos entendidos como una forma de vida
que previsiblemente no volverán en el espacio que dura una vida humana por
longeva que sea. Además, estos informes tienden a ser optimistas en lo que
cabe. De manera que, si según éste, los tres millones de hectáreas serán áridas
en 2100, ya podemos ir pensando que la aridez está a la vuelta de la esquina,
y antes de lo que suponemos los graves problemas derivados de ella harán acto
de presencia.
El documento admite que "la desertificación es ya un problema real" en más de dos tercios del territorio, agravado por la
falta de lluvias y las más
altas temperaturas.
El informe se refiere naturalmente a la
península ibérica. Pero sabemos que eso mismo está sucediendo, más o menos, en
las demás latitudes del planeta, y que tanto el Ártico como el Antártico como
los glaciares se derriten con celeridad. La causa de la causa en todas partes
es la misma: el calentamiento global y la desertización acelerada.
Los problemas de guerras y movimientos
migratorios consecuencia de ellas y de la desertificación que hace mucho empezó
en el norte de Africa y en otras zonas del mundo, y la misma mutación climática
empiezan a empequeñecer al resto de problemas de la sociedad humana y a situar
a la humanidad a la altura de vulnerabilidad que cualquier otra especie
viviente.
Vale que al principio la industrialización y
las expectativas que generó ofuscaran a aquellos que la manejaban a finales
del siglo XIX. Pero pronto, muy pronto, asomaron las señales de la
"previsible" catástrofe. Y entonces y a partir de entonces, la
actitud de quienes estaban y están llamados a reaccionar ha sido la de quien
mira a otra parte para no enfrentarse a un problema que choca brutalmente con
la dichosa economía a corto plazo, y sobre todo con la codicia que hace trizas
constantemente a la cordura y a la humildad. Magnates y políticos son los responsables.
Los primeros al propulsar el "progreso" sin orden ni concierto. Los
segundos consintiéndolo o atizándolo sin miramientos.
Es palmario que el asunto del clima se
"nos" ha ido de las manos. Y empleo la primera persona del plural
porque formo parte de la especie humana, pero no porque tenga yo la más mínima
responsabilidad en la hecatombe que se avecina, como no la tiene el 99 por
ciento de la población del mundo que no pinta nada, manejada a su antojo por
el 1 por ciento restante que es el que "produce" siempre la
Historia...
Pero hemos llegado a un punto en que es
indiferente poner cara a los responsables y a los negacionistas de esta
fatalidad. El hecho es que la inteligencia y la capacidad de respuesta del
"hombre" a semejante situación van a ser irrelevantes a partir de
ahora. La población del mundo se diezmará por vías antinaturales. Y los
cálculos sobre el coeficiente mental y "valía" (coeficiente
y "valía" medidos por esas universidades que tratan de saberlo todo)
de tantos a los que les ha venido situando al frente de la vida colectiva, no
van a servir de nada. Esa inteligencia supuestamente superior está ya
definitivamente en evidencia. La ínfima inteligencia y capacidades de quienes,
elegidos en muchos casos por millones de débiles mentales, han permitido desde
su posición política a la otra "inteligencia", la de los que no han
sabido o no han querido evitar el cataclismo silencioso que empezamos a
sentir, prueba en conjunto que esos seres humanos que se nos presentan como
excelentes son los más cretinos de todos los seres vivos, en los momentos
decisivos; sea en las guerras contra sus congéneres que ni quiere ni puede evitar,
sea en los excesos cometidos en todo, como los que han provocado la mutación
climática cuyas consecuencias debidas
precisamente a su locura les ha impedido prever y calcular.
Pues sólo eso, cretinos y además ciegos del cuerpo, de la mente y de la espíritu podían, y pueden ser incapaces de imaginar lo que ahora
vemos se nos viene encima: una
atmósfera, una troposfera y una biosfera descompuesta. Ahora esos
irresponsables ignorantes, codiciosos y necios dirán que van a hacer lo que debían haber hecho desde el
principio. Pero ya es tarde. No es posible imaginar que unas condiciones de
vida existentes en un tiempo incalculable sobre la tierra alteradas a lo largo
de un siglo, puedan revertirse si no con el paso de otro tiempo incalculable.
Quizá los que vivimos en esta generación
salgamos adelante aunque sea a trancas y barrancas, pero a nuestros
descendientes, a las siguientes generaciones, les habremos legado un planeta
muerto o moribundo. Se necesita ser imbéciles...
DdA, XIV/3496
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