Pablo Iglesias, secretario general de Podemos. FOTO: Dani Gago
Pablo Iglesias
La Marea
El sábado en los Goya hubo dos
momentos emocionantes para mí. El primero sucedió cuando vi en la
pantalla el rostro de Jordi Abusada encabezando el elenco de
profesionales del cine desaparecidos en el último año. Jordi fue el ojo
de Fernando León de Aranoa en el rodaje de su documental sobre nosotros,
testigo mudo de buena parte de nuestra historia. No fue sólo el ojo de
Fernando, Jordi era un compañero honesto, comprometido, que hoy sufriría al vernos.
Y sin embargo, su película, la de Fernando, la de Jaume y todo el
equipo, nuestra película, el manual de instrucciones para asaltar el
cielo de las instituciones, no debe ser la película de Podemos.
El segundo momento que me emocionó fue cuando vi a Ken Loach. No sé
si el viejo llegó a entender lo que le dijo Dani Rovira; algo sobre lo
necesario del cine comprometido (lo que siempre se les dice a los
directores rojos). Y recordé su último filme Yo, Daniel Blake.
Cuenta una historia de pobreza y precariedad, de injusticia social, de
amistad, de solidaridad y de dignidad. De ella saqué la idea de
explicarle al ministro de energía Álvaro Nadal, en el Congreso, cómo se
calienta una habitación con unas velas y una maceta. Fui a ver aquella
película con varios compañeros de mi equipo. Recuerdo a Elena, una mujer
fuerte y dura, llorando a lágrima viva. Recuerdo cómo a Nuria
le temblaba la voz de rabia recordando que ella misma, que es madre,
había tenido que calentar una habitación con velas y macetas después de
encontrar en Internet un vídeo que explicaba cómo hacerlo. Esa debe ser la película de Podemos, porque es la película de nuestra gente y de nuestra patria.
Nuestro ensimismamiento, nuestras impúdicas luchas internas televisadas, son el peor insulto a la gente que ha confiado en nosotros,
la peor torpeza frente a las razones que nos hicieron nacer y la peor
política. La política no sólo está en los pasillos del Congreso, en
nuestros grupos de telegram o en los medios de comunicación. La política
sigue estando donde la gente sufre, donde una madre de familia no puede
comprar los libros de texto a sus hijos, donde un autónomo no llega a
pagar una cuota injusta, donde se produce un desahucio, donde una
licenciada tiene que emigrar, donde un anciano tiene que calentarse con
velas como en la película de Ken Loach o donde una familia tiene que
cerrar su negocio porque el banco les asfixia. Y eso no se nos debe
olvidar nunca.
Se atribuye a Bismarck (aunque al parecer es de un tal John Godfrey
Saxe) aquello de que con las leyes pasa como con las salchichas: es
mejor no ver cómo se hacen. No sé si la frase define las leyes, pero
desde luego define bien una parte de la política. La política,
también cuando la hacemos nosotros, tiene lógicas y procedimientos que
están lejos de la épica y de la belleza y que, sin embargo, son
condiciones de posibilidad de la épica y de la belleza. No hace
falta haber leído a Maquiavelo, conocer la Revolución francesa o haber
leído a Max Weber para saberlo. Cualquiera que la haya practicado lo
sabe. Pero una cosa es conocer las reglas de la política y otra
abandonarse al cinismo. Vuelvo a pensar en la gala de los Goya. Tuvo sus
momentos previsibles y protocolarios, pero también tuvo momentos dignos
y mágicos, como cuando Silvia Pérez Cruz paró los aplausos para
terminar de decir cantando “es indecente, gente sin casas, casas sin
gente”. Para eso nos empujó la gente, para decir las cosas como son
aunque haya que parar los aplausos.
En Podemos se elige en estos días entre diferentes ideas de afrontar
el futuro, entre diferentes equipos y diferentes liderazgos y,
lógicamente, eso implica no sólo debates sino también tensiones, pero
debemos ser responsables y no perder de vista por qué hacemos esto.
Quiero que mis ideas y mi equipo obtengan la mayoría de apoyos, entre
otras cosas para que la película que sigamos rodando, no tenga como
protagonistas a nuestros egos, nuestras aspiraciones, nuestros rencores o
nuestras habilidades tácticas, sino a la gente para la que somos
necesarios. Lo dije ya y lo repito: sin mi equipo no soy nada; como mucho una imagen de cartón.
Por eso si mi equipo no obtiene la mayoría de los apoyos no seré
secretario general y apoyaré al nuevo líder y a su equipo aunque no
comparta todas sus ideas.
Habrá quien diga que la unidad y la disciplina no debe imponerlas un secretario general a toque de corneta. Y tendrá razón.
El problema es que la corneta la está haciendo sonar la gente que nos
necesita y, ante ellos y ellas, defenderé siempre que nos pongamos
firmes. Esa gente es mucho más importante que nuestros cargos.
La Marea DdA, XIV/3461
No hay comentarios:
Publicar un comentario