Jaime Richart
Tenemos que cambiar, es la frase favorita de
las gentes
reflexivas de cada época. Es la que repiten mis amigos gnósticos y los patriarcas de otras religiones. El
mundo debe cambiar, dicen los bienintencionados y las almas puras que ven,
escuchan y leen las terribles noticias sobre la aberrante desigualdad que padece
hoy día la aldea global a pesar del avance inaudito de la
inteligencia útil de los últimos
cincuenta años. Es más, parece que ésta la hubiera favorecido.
El problema
está en que si los cambios en las personas comunes y sensibles se produjeron
hacen mucho tiempo, los hombres y mujeres que tienen en sus manos nuestro
destino no
cambian ni desean cambiar. Al contrario, las
especiales condiciones financieras reinantes desde hace décadas les empujan a apretar el paso para el cambio, sí, pero es para reforzar más su ansia de dinero en la misma medida que la tendencia de la impunidad avanza. Pues, ciñéndonos
a España, el tiempo innecesariamente transcurrido en la sustanciación de los
procesos penales contra los defraudadores y corruptos en general lo atestigua,
y lo corroroba el nulo impacto de dichos procesos en la recuperación del dinero
defraudado y saqueado.
El caso es que Intermón Oxfam denuncia en su último informe que en España el patrimonio de las
tres personas más ricas (Amancio Ortega y su hija, Sandra Ortega
Mera, y Juan Roig) es mayor que el de la suma de los 14 millones de habitantes
más pobres del país. Tres
individuos poseen tanto como catorce millones. Y, por otro
lado, los ocho más ricos del mundo poseen lo poseído por la mitad de la humanidad. El uno por
ciento, tanto como el restante noventa y nueve. Saquemos conclusiones...
Circula por las redes un análisis que dice al respecto: "Y es que, sin
necesidad de ponernos apocalípticos por
conocer lo que vienen advirtiendo cada vez más
economistas, sociólogos, científicos y analistas de prestigio, no parece que exista conciencia de lo
que va a suponer en un medio plazo mucho más corto de lo que se percibe, el nuevo modelo de relaciones socioeconómicas y de clase que está gestándose pero del que aún no se está
sintiendo más que la calma que precede a la tempestad".
En definitiva, el informe y tantos y
tantos consternados por esa cruda realidad
hacemos un llamamiento a los gobiernos de las naciones para que eviten la elusión fiscal, el fraude y los paraísos fiscales, por
el bien de los desposeìdos y antes de que sea demasiado tarde y la sociedad se
colapse.
Bien, sigamos denunciando esta barbarie postmoderna, y hagamos
llamamientos a diestro y siniestro hasta hartarnos. Sin embargo, todos sabemos
bien que la vida de las sociedades seguirá su curso y que los dueños de las naciones y del mundo harán caso omiso de cualquier denuncia y llamamiento a
sus conciencias. Pues sabemos también, que la suerte del mundo y de las sociedades la dictan ellos, no la
dictan la buena voluntad, la inteligencia racional, los corazones blandos, la
compasión, la caridad o el altruísmo. Estas sensibilidades son propias de nosotros,
los que formamos parte de ese 99 por ciento, no de ellos. Siempre fue así y siempre será. De ahí la causa revolucionaria. El revolucionario sabe que
los cambios sociales son imperceptibles; que se precisa un siglo para notarse. Y que, mientras los
poderes de toda clase han cedido de su suerte y de sus privilegios si acaso una
décima parte de lo que poseen y nuestra sociedad se ha
movido apenas un palmo en esa materia, el sufrimiento, la desolación, la desesperación y los cadáveres que van quedando en el camino son imposibles
de contar... Pero sabe también, que quienes
hacen las leyes serán de uno u otro modo sus principales beneficiarios;
que, como decía Anatale France, es la misma ley la que condena al rico y al pobre que roba un
panecillo. Ellos siempre habrán de tener
buen cuidado de no perjudicarse a sí mismos, ni a quienes tienen las llaves de la riqueza y del poder económico a su vez dueño del poder político y de todo cuanto abarca. Y tendrán buen cuidado, porque aunque no se les vea en los
centros donde se preparan los proyectos de ley, están en la sombra meciendo
la cuna.
En estas condiciones, cuando los enriquecidos
súbitamente en la mayoría de los casos por golpes financieros, por la rapiña o por el fraude
legal o ilegal son los mismos que, o están en el poder o lo apoyan o son apoyados por el poder, poco podemos
hacer. Mejor dicho, nada podemos hacer el 99 por ciento de la humanidad cuyas
vidas están diseñadas por el
uno por ciento restante. Y poco o nada van a importar esos esfuerzos que Intermón Oxfam, moralistas, altruistas y bien pensantes
pedimos como quien clama en el desierto, a gentes de nuestro país y del mundo que desfilan por las pasarelas del
poder visible, para luego escabullirse en la nebulosa del poder invisible, sin
responsabilidades públicas, que es a la postre el que decide el destino de las
sociedades y del mundo en complicidad con las fortunas.
En consecuencia, en los momentos que escribo
esto represento tanto a mi propio espíritu como al espíritu de los millones de seres humanos que no han
sobrevivido a la pobreza ni conocido las mieles del progreso y de la comodidad.
Y como tal, hago un llamamiento a los ciudadanos libres y al tiempo nuevos esclavos, a hacer la
revolución sin esperar a que el despertar o la repentina
bondad de los perversos les corrijan. La piedad no es su fuerte y la cárcel no les amilana, pues fortunas enteras bien
valen unos pocos años de cárcel en el
caso raro de que la justicia ordinaria les condene…
El sistema no propicia cambios. Los cambios solo son
posibles por la fuerza, raras veces por la persuasión. Pues bien, todo cambio
estructural empieza por
la supresión de los paraísos fiscales. Pero ¿cree alguien que los poseedores de la mayor parte
del dinero y la riqueza de la Tierra van a consentir al poder político de la Europa comunitaria y de USA (en el
supuesto de que lo intentasen) dicha supresión, sin dar limosna con una mano y sobornos y extorsión con la otra
para evitarlo? Es magnífico tratar de concienciar al poder para que dé un paso
adelante. Es colosal promover la evolución social. Es recomendable la paciencia y la estabilidad social. Pero
mientras especulan los bien intencionados,
millones de víctimas en cada país y en un mundo cautivo de la voracidad de unos cuantos, sufren o
mueren y no pueden esperar. Y mientras al dinero se le asigne el miserable
valor que se le da y la posibilidad de manejarlo como en la selva manejan sus
fauces los depredadores, nada cambiará... Perdón, podremos cambiar, pero a peor, y para cualquier cambio
significativo, pese a que hoy en lo accesorio son vertiginosos, como decía
antes, habrá que esperar por lo menos otro siglo.
El fundamento -o uno de los fundamentos
principales de la injusticia social en el mundo de hoy dominado por el pensamiento
único- está en los paraísos fiscales. Y por otra parte no es posible
transformar la índole de los ladrones y patológicamente ambiciosos. En el fondo la
desigualdad en estos tiempos estriba en estos dos pequeños y al tiempo colosales
detalles de un sistema per se injusto y propiciador de la injusticia. Por consiguiente;
para
nosotros, ambiciosos también pero de humanismo, no hay aquietamiento posible por
oír simples apariencias de solución. Mientras persistan los
mecanismos que hacen posible y propician tan fácilmente la injusticia de
diseño, la atracción que ejerce el dinero público seguirá siendo una grave
amenaza contra el cambio.
Éstas son las razones por las que, no viendo otra
salida a corto y ni siquiera a medio plazo, yo propugno la Revolución pacífica en nombre de la Humanidad. Y, como es propio de
tiempos en que la civilización, màs bien la cultura, nos
han hecho razonables, la pena que corresponde a los causantes de una desigualdad
artificiosa que nada tiene que ver con la inteligencia creativa -la única que puede justificar la diferencia-, que se resisten al cambio, es barrer calles y
limpiar retretes de por vida...
DdA, XIV/3444
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