Este modesto Lazarillo tiene la peor de las impresiones acerca del porvenir que se nos presenta con la recién inagurada gobernación de Dondald Trump como cuadragésimo quinto presidente de los Estados Unidos. El proyecto trumpiano es tan demoledor que apenas cabe espacio para
alguna esperanza. Excepto la lúcida descripción de Marx cuando
parafraseando a Hegel dijo que la Historia siempre se repite dos veces:
la primera como tragedia y la segunda como farsa, sostene mi estimada Lidia Falcón en el el artículo que sígue. No le parece por ello una excentricidad que millones de mujeres se hayan manifestado ayer en setenta ciudades de su país y en bastantes otros de este planeta en contra de Trump. Antes bien me parece una masiva y premonitoria resistencia contra el azaroso futuro que se nos viene encima. Nunca antes había ocurrido algo similar en la historia de aquella nación. En su día pudimos leer, tras los comicios que dieron la victoria a Trump -aunque consiguiera menos votos que su adversaria- lo siguiente: Las mujeres blancas sin título universitario apoyaron a Trump en
lugar de a Clinton por una proporción de dos sobre una; el 45% de las
mujeres blancas con título universitario votó a Trump. Por el
contrario, las mujeres afroamericanas y latinas votaron masivamente a
Clinton: las primeras le apoyaron con un 94% y las segundas con un 68%.
Lidia Falcón
Con toda evidencia la entronización de Donald Trump como 45
Presidente de los Estados Unidos no es idéntica a la elección de Hitler
el 6 de noviembre de 1932, pero si como dice Hegel todos los grandes
hechos y personajes de la historia universal se producen dos veces, más
que nunca pueden compararse tales personajes.
El triunfo de Trump se explica por la atracción que produce en
sectores populares un hombre que no procede de las familias políticas
conocidas y que recién llegado a las confrontaciones electorales, se
erige en líder. Ciertamente la diferencia con Hitler -que sus votantes
no parecen haber tenido en cuenta- es que Trump es uno de los hombres
más ricos de EEUU. Pero se muestra como aquel, sin tener en cuenta los
convencionalismos políticos y sociales y se atreve a poner en cuestión
tanto el sistema parlamentario como los resultados electorales, cuando
no le sean favorables. Con modos groseros y soeces echa en cara a los
políticos su falta de coraje, su connivencia con los poderes económicos
de los que sacan beneficios, asegura que sus propósitos son limpiar el
país de corrupción, de extranjeros, de terroristas, de la debilidad
moral que ha llevado a que tanto el crimen como las prácticas mafiosas
se hayan enseñoreado de la sociedad. El mismo discurso de Mussolini, de
Hitler, de José Antonio Primo de Rivera. El discurso del fascismo que
deslumbra a los pobres maltratados por la explotación del capital.
Esa atracción que fascina a las clases trabajadoras, siempre
golpeadas por las periódicas crisis del capitalismo, a las que los
partidos que administran el capital prometen bienestar y solo las
condenan a la pobreza y el desprecio. Por otro lado las promesas del
salvador de la patria no son diferentes de las de los partidos
burgueses: más trabajo para los parados, más inversión en la producción
industrial, más bienestar social, pero el pueblo ya conoce en lo que
quedan las promesas de la burguesía, y como saben que miente es
consolador creer en un nuevo redentor.
Además, lo que más atrae y consuela a las rencorosas almas de los
trabajadores explotados es que se identifique y señale al enemigo. Un
enemigo conocido y accesible porque puede ser su vecino o su compañero
de trabajo: el extranjero, el excluido, el negro, el latino. En el caso
de Hitler fueron principalmente los judíos, pero su delirio racista
también excluía a las razas de color y a los extranjeros. Como Trump
contra los inmigrantes. El odio y la exclusión incluye también a los
diferentes: mujeres, homosexuales, transexuales.
Este nuevo Presidente de EEUU no ha ganado las elecciones por mayoría
de votos, ya que Hillary Clinton obtuvo casi cuatro millones más. Ha
sido la extraña ley electoral estadounidense la que le ha otorgado la
presidencia, como sucedió con la de George W. Bush, con pucherazo
incluido en Florida. Al fin y al cabo el capital siempre prefiere a un
filonazi que a un progresista, como se identificaba a Al Gore y sus
tímidos propósitos de proteger el medio ambiente.
Tampoco la oligarquía estadounidense está contenta con Trump. No le
gustan los excesos desafiantes del presidente. Por eso le critican.
Querría que Hillary le hubiera administrado el capital y la industria
armamentística sin exabruptos ni excesos. Pero han permitido que lo
entronizaran. Como en Alemania el 6 de noviembre de 1932, en que la
burguesía aceptó, incómoda y desconfiada, que el canciller Hindenburg
designara presidente del gobierno a Adolf Hitler, a pesar de no haber
obtenido más que el 31% de los votos. El Partido Nacional Socialista
tenía 196 escaños, el Partido socialdemócrata 121 y el Partido
Comunista 100. Lo que hubiera significado que la izquierda hubiese
podido gobernar si se hubiesen aliado. Pero la socialdemocracia siempre
se escora a la derecha ante la amenaza del comunismo. Como ha sucedido
ahora en EEUU.
Bernard (Bernie) Sanders que se postuló como candidato frente a
Hillary llegó al atrevimiento de presentarse con un moderado programa de
beneficios a las clases trabajadoras. Había sido miembro de la Liga Socialista de la Juventud (YPSL por sus siglas en inglés), activista y organizador de protestas como parte del Movimiento por los Derechos Civiles para el Congreso de Igualdad Racial y el Comité Coordinador Estudiantil No Violento. En 1963, participó en la Marcha sobre Washington por el Trabajo y la Libertad donde Martin Luther King Jr. pronunció su histórico discurso “Yo tengo un sueño“.
Calificado de socialista, por su militancia juvenil en el Partido
Socialista y su larga militancia contra la política de los gobiernos
estadounidenses, se convirtió en el enemigo a batir por el Partido
Demócrata. Y tan bien lo hicieron que Hillary ganó la competición…y
perdió la Presidencia.
En definitiva, en estas elecciones se dirimía la eterna
confrontación: o fascismo o socialismo, y la burguesía prefirió el
fascismo, y así se lo brindó al pueblo. Ciertamente el Partido Demócrata
no creía que Trump fuera a ganar, como tampoco el canciller Von Papen,
Hindenburg y el Partido Nacional del Pueblo Alemán (DNVP), un partido político alemán de ideología conservadora nacionalista,
creían que ganara Hitler. Pero es que el Partido Comunista alemán había
obtenido 750.000 votos más y subido 11 escaños, y ese sí era el
verdadero enemigo a batir. Con las evidentes diferencias, también lo era
Sanders cuyo éxito en las primarias comenzó a ser muy molesto para el
Partido Demócrata. Y así se eligió a Trump.
No es una excentricidad de las feministas que al día siguiente de
la jura del cargo de la Presidencia muchos miles mujeres, en 70
ciudades de EEUU y en muy diversos países del mundo, desde Australia a
España, se manifiesten indignadas por tener de Presidente a un personaje
como Trump. En este caso las feministas -como lo fue en 1936 el pueblo
español, y las Brigadas Internacionales que acudieron a luchar a España
contra el fascismo- han percibido claramente la amenaza que para sus
derechos y libertades supone la presidencia de Trump.
El entusiasmo que muestran sectores de la izquierda respecto al
“pacifismo” de Trump y a su negativa a ratificar los Tratados
comerciales es un enorme despropósito. Este Presidente defiende el
nacionalismo de la misma manera que lo hicieron Hitler y Mussolini y
Franco: los llamamientos al amor a la patria, a reclamar el país solo
para sus nacionales, corresponden a la exaltación típica de la
prepotencia, la historia y el orgullo que son característicos de la
derecha más reaccionaria.
Esa postura que ahora defienden incluso los comunistas suponiendo que
la OTAN será debilitada por la negativa de Trump a apoyarla, es de una
ingenuidad infantil. Trump amenaza con retirar los fondos que suministra
EEUU, pero nadie puede creer que con ello desaparecerá la OTAN. Lo que
sucederá es que los europeos tendremos que pagar más. Y como eso supone
acrecentar la desconfianza de la UE en la protección de su aliado, los
dirigentes europeos ya se preparan para crear un Ejército propio, que
hace tiempo que reclaman los otros salvadores de las esencias europeas.
En definitiva, para España – como para los demás países- significará que
pagaremos tres ejércitos: el de la OTAN, el de UE y el español.
Las invectivas y amenazas con que Trump asegura que acabará con el
terrorismo en el mundo –nada menos- supondrá la mayor inversión en
armamento y la proliferación de invasiones de países en los que anidan
las facciones terroristas. Y no se ha abstenido de admitir que está de
acuerdo con aumentar el armamento nuclear. Como tampoco va a cerrar la
infame prisión de Guantánamo. Con una defensa a ultranza de Israel y su
política sionista, que ha comenzado aceptando que la capital del país se
sitúe en Jerusalén, hasta ahora rechazada por toda la comunidad
internacional.
El plan de construir un muro frente a México, exigiéndole que lo
pague, y que si no se aviene a ello subirá los aranceles, puede
arruinarlo, ya que exporta el 80% de su producción a EEUU. A todo ello
hay que sumar el desprecio que Trump ha mostrado por la protección del
medio ambiente, aumentando la producción de carbón, y cómo se propone
incumplir el Tratado de París o retirarse de él; la anulación –que ya ha
firmado- del modesto sistema de atención médica que Obama consiguió
aprobar, y los insultos y las amenazas contra los homosexuales, las
mujeres y los inmigrantes, que pueden ver restringido el derecho al
aborto, anulado el matrimonio y expulsados del país.
Suponer que Trump se va a erigir en defensor de los trabajadores es
delirar. Todo su gobierno y sus ayudantes pertenecen a la oligarquía más
poderosa y rica de EEUU. Sus diecisiete ministros poseen la riqueza de
varios millones de estadounidenses. Y defenderlo porque dedica elogios a
Putin, es bobalicón. No solo porque Putin es un sátrapa de todos
conocido, que colaboró a destruir la Unión Soviética, sino porque
debemos recordar que el 23 de agosto de 1939, 9 días antes de comenzar
la II Guerra Mundial, Stalin firmó con Hitler el Tratado de No Agresión
–llamado Pacto Ribbentrop-Molotov- cuando comprobó que las democracias
occidentales, con el Reino Unido a la cabeza, entregaban a Alemania los
Sudetes checoeslovacos, deseosos de contentar al dictador en vez de
aliarse con la Unión Soviética. De estas alianzas coyunturales entre
enemigos irreconciliables nunca se pueden sacar certezas indiscutibles.
El proyecto trumpiano es tan demoledor que apenas cabe espacio para
alguna esperanza. Excepto la lúcida descripción de Marx cuando
parafraseando a Hegel dijo que la Historia siempre se repite dos veces:
la primera como tragedia y la segunda como farsa.
Esperemos que el gobierno de Trump sea la farsa del de Hitler.
DdA, XIV/3446
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