Jaime Richart
Adivinemos cómo una
sociedad humana verdaderamente avanzada podrá juzgar nuestra época, en
Occidente y sobre todo en España. Me refiero a esa sociedad de la
antehistoria, y de futuro donde se ignorarán estas dos palabras: tuyo y mío; donde no
habrá fraude, engaño ni malicia mezclándose con la
verdad y llaneza; donde la justicia estará en sus propios términos, sin
que la osen turbar ni ofender los del favor y los del interés, que tanto
ahora la menoscaban, turban y persiguen; donde la ley del encaje no se habrá sentado en
el entendimiento del juez, porque entonces no habrá qué juzgar, ni quién sea juzgado...
Los políticos suelen
repetir cuando les conviene la frase atribuída a distintos personajes históricos y
principalmente a Confucio "los pueblos que no conocen su historia están condenados a
repetirla". Pero yo me atrevo a responderla, pues, si bien
se mira, no tiene sentido. Porque si los pueblos repiten la historia, incluidos
los errores cuya definición habría que consensuar, no es porque no la conozcan sino porque están condenados
a lo que para cada pueblo significa cumplir con su destino en cada
circunstancia y por su propia idiosincrasia.
En efecto. Están condenados a
repetirla, la conozcan o no, porque podrán variar a lo largo de la historia
las circunstancias y la gravedad de las decisiones de caudillos y mandatarios,
pero lo que no cambia es la condición humana, ni sus pasiones ni sus
debilidades. Lo único que cambia son los ropajes, los escenarios, el estilo, el modo
de manejar el disimulo y el grado de la brutalidad de los jerarcas. A fin de
cuentas, sólo unos cuantos fabrican la historia, otros pocos la escriben y el
resto la padece. Por eso es que los supuestos errores, la ambición, la codicia,
la ansiedad y la voluntad de poder en cada pueblo, es cosa de minorías. Y si la
brutalidad de éstas se ha dulcificado en apariencia (porque en la realidad se
oculta), es porque también se han atemperado paralelamente las reacciones de las masas. Pero
en el fondo siempre es más o menos lo mismo. No hay variaciones de hondura. Lo que varían son los
espejuelos, el pan y circo, y hoy las nuevas tecnologías... que
enajenan ordinariamente a las masas. Gracias a ello, las sublevaciones, las
rebeliones y las guerras son menos probables, al menos en Europa y en los países del
mismo sistema. Pero son la pereza, la indolencia y la debilidad creciente lo
que determina el hecho, no porque no haya causa eficiente.
Ciñèndonos a Europa y por ejemplo, la convulsión que supuso
para ella la revolución francesa hizo retroceder la religiosidad que existía hasta
entonces y abarcaba 1800 años, hasta ser prácticamente barrida de las
conciencias. El vacío fue llenado inmediatamente por una regresión a la
conciencia de la individualidad de otras épocas. Y una báquica horda
de livianos nigromantes, pseudomagos y ocultistas entra en estampida, presa
de un arrobamiento desmedido propios de la medieval. Toda la sociedad de una u
otra manera los buscaba.
Pues bien, algo no muy
diferente ocurre hoy, aunque sea de otra naturaleza. Pues ¿acaso
no sabemos en España, sin ir más lejos, que salvo una década de desenfreno en que los
poderes económicos y el poder político le iniciaron en las inéditas delicias del consumo
que luego se volvieron contra él, el pueblo (y cuando digo pueblo me refiero a la clase trabajadora
que no es independiente) ha vuelto a épocas de servidumbre? ¿Acaso no
es patente que cada día, cada semana, cada mes son una incógnita para el trabajador
por la voluntad del empresario, y que la incertidumbre sobre lo que le espera
al día siguiente es la argamasa de su vida? ¿Acaso el trabajador y el
empleado podrán sensatamente acariciar la idea de formar una familia y atender
debidamente a la prole que por eso mismo ya no desea tener? ¿Acaso podrán siquiera idear un plan de
vida o un afán? No. Su vida será un viaje a ninguna parte, una barca a la deriva, sin confíar siquiera
en un digno retiro al final. Y quizá lo peor y por si fuera poca su
desventura, es precisamente que lo saben, que sus méritos, su
optimismo, sus esfuerzos y su empuje no habrán de servirles por sí mismos para
nada. Están condenados a la ruina. ¿Acaso no es una situación humana y
social equivalente a aquellas épocas en que los poseedores trataban a quienes les servían levemente por
encima del trato que dispensaban a la naturaleza y a las bestias? La diferencia
formal es si acaso que las gentes, hoy, tienen más suerte: hacen el amor con
libertad, comen y asumen la locura eramista atareadas en digerir los
postmodernos narcotizantes. Eso basta para refrenar sus impulsos de muerte y
de violencia y en último término, como dice Byung-Chul Han, para deprimirse y dirigirlos contra
sí mismas en lugar de culpar de su eventual fracaso al sistema.
Esto es lo que les distingue de
sus congéneres de otros tiempos: los actuales conocen perfectamente su
historia y pese a ello están condenados a repetirla. Pero es porque la historia se
repite por su propia inercia. Es la del triunfo eterno de los desalmados sobre
los que han sido domeñados por una educación en sumisión basada en incrustar en su
epidermis los escrúpulos. Es la de las atrocidades, unas veces y la opresión siempre, de
minorías que se fortalecen a lo largo de ella, mientras las grandes mayorías
de los débiles legan permanentemente su debilidad.
DdA, XIII/3424
1 comentario:
No se puede entender que en cuatro días se haya llegado a decir como dijo Echenique que estos incidentes amenazan la supervivencia de Podemos.
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