¿Qué le podremos decir a tanto desalmado alojado
en el poder que, en cuanto llega a él ya asume la idea infame de que en
política es preciso hacer el mal para evitar un mal mayor... el mal mayor que
ellos mismos han provocado o provocarán precisamente para justificarlo así después?
Jaime Richart
En un espacio donde al poder le
resulta indiferente el sufrimiento y por
ello practica la demolición controlada de la Naturaleza, que es la casa de todos...
En un espacio donde se libra
permanentemente una guerra de
voluntades: la voluntad devastadora del poder y la voluntad del pueblo por
alcanzar el ideal, el ideal de
una convivencia equilibrada entre los fuertes y los dėbiles sociales que nunca
llega...
En un espacio como el descrito,
digo, ¿qué pinta el razonamiento fino y acrisolado?
A menudo, a partir de esta
pregunta me viene a la mente el espectro de ese escritor que en el campo de
batalla se desgañita pidiendo un alto el fuego en medio del horror, antes de
pasar al papel sus ocurrencias... No sabe el inocente que antes que una cierta
inspiración llegada del éter con la ayuda de los dioses y siempre en tiempo de
paz, el razonamiento precisa de sosiego y de una mínima armonía que ahora no
existen.
¿Quienes, que por ostentar el
poder absoluto político, económico, mediático o eclesiástico,
no dedican su verborrea a provocar la ira del pueblo sin escrúpulos? ¿acaso su herramienta discursiva es la
sensatez, la moderación, la comprensión de la
causa de los débiles, la indulgencia o la tolerancia hacia ellos, y no la
permisividad cómplice para con los canallas? ¿acaso hacen algo para recortar la hiriente
desigualdad y la espantosa distancia entre la suerte sospechosa de poseedores y
desposeídos,
entre el destino de rufianes
de vida opípara y el de desgraciados de vida miserable que deben recibir el
sustento de la filantropía en plena calle, en pleno siglo XXI y en plena Europa para no morir de
hambre? No, todo lo contrario.
Por eso, cuando reinan la
confusión, el aturdimiento, la orgía, la hybris y el empeño en desmontar los
valores humanos eternos del compromiso, de la lealtad, de la preocupación por
los demás, de la solidaridad, del respeto de uno mismo, de la protección del
Estado... y todo a cambio de escoria ¿quién podrá decir algo que no sea una obviedad que sobra? ¿quién podrá aducir algo que no sean
inapelables pero inútiles razonamientos sobre la abominación, sólo compartidos
por los bien nacidos que no cuentan para nada? ¿Qué, que no sea el pasquín, el panfleto,
la pancarta o la octavilla expresará mejor con parquedad lo que no merece una
frase razonada y completa que equivale a responder a un loco, pues todo lo que
no sean esos soportes expresivos será un homenaje a los cretinos.
Por todo ello ¿qué le podremos decir a tanto desalmado alojado
en el poder que, en cuanto llega a él ya asume la idea infame de que en
política es preciso hacer el mal para evitar un mal mayor... el mal mayor que
ellos mismos han provocado o provocarán precisamente para justificarlo así después?
DdA, XIII/3398
No hay comentarios:
Publicar un comentario