Ana Cuevas
Pudimos
verlo en los informativos unos días antes de las elecciones
estadounidenses. En China, un mono feucho, que debe ser la versión
asiática de Sandro Rey, escogía besar apasionadamente el retrato de
Donald Trump antes que el de Hillary. La suerte, en este caso la peor
de las suertes, estaba echada. Trump se desvelaba como el próximo líder
del país más poderoso del mundo. En otros tiempos hubiéramos removido
las entrañas de algún animal para vaticinar el futuro. Pero en la época
de la tecnología punta, un primate es mucho más certero. A los hechos me
remito.
Porque lo que es evidente es que ni los augures mediáticos internacionales ni los politólogos más reputados vieron venir la American Horror Story
que se avecinaba. El pueblo estadounidense ha escogido el caos frente a
la mugre conocida. Un caos que representa este personaje de
reality que, amén de defraudar con los impuestos a su amada patria, hace
alarde de xenofobia y misoginia, ensalza la violencia, niega el cambio
climático, quiere construir un muro que les aísle de México y es íntimo
de otro sociópata de renombre, el presidente Putin.
Pese
a que los grandes lobbys de la información apoyaron manifiestamente la
campaña de la demócrata (Trump contaba con poco más que con la hoja
parroquial del Ku-Klux_Klan) el mono dio en el clavo. Quizás porque el
animalico hizo un análisis más profundo del marco geopolítico que
atravesamos y la quiebra emocional y moral que padece la sociedad
actual. O a lo mejor es que Donald le recordaba a alguno de sus primos.
El bicho ha declinado hacer declaraciones.
Recordaremos
el 2016 como el año que votamos peligrosamente. En España reincidimos
en un gobierno corrupto que desprecia a la clase trabajadora gracias, en
gran medida, al voto de muchas y muchos trabajadores. En Estados
Unidos, un payaso racista, machista y perturbado ha salido elegido por
el voto o la abstención de un gran número de negros, latinos y mujeres.
¿Nos va la caña?
Le
Pen y Putin fueron de los primeros en felicitar al ganador. Con el
resultado de estas elecciones el mundo empieza a configurar un nuevo
orden. Son los otros anti-sistema. Pero ojito con pensar que tienen algo
que ver con nuestros inofensivos perro-flautas. Estos aborrecen la
no-violencia y se pasan por el forro los derechos humanos. Son gente
pragmática, al estilo de Goebbels u otros célebres filántropos de la
humanidad.
Pero
es lo que tiene la democracia. Que a veces los electores se comportan
como un mono kamikaze morreando la foto del candidato que puede darles
matarile. Kim Jong-un se debe estar descojonando en Corea. ¡Veis para
qué sirve tanta papeleta! Ahora toca esperar a ver cuál de los dos locos
( el elegido en las urnas o el investido por la gracia de su
padre) pulsa primero el botón nuclear.
Porque
esa es otra. Si al final los más apocalípticos tienen razón, y estamos
en los umbrales de una nueva guerra mundial, no podemos perder de vista
un importante detalle. Nuestra flamante ministra de defensa es María
Dolores de Cospedal. Seguro que conseguía que España participara en una
simulación de guerra en diferido. Nunca hay que infravalorar un
contundente golpe de peineta en el tablero de la política bélica
internacional. Me la imagino llamando a Trump: Oiga, ¿es la guerra?
es que el submarino nuclear que han enviado a nuestras costas lo hemos
tenido que sumergir a bombazos. ¡Ah, que era un barco con cabezas
atómicas! ¡Pues no veas el estropicio! ¡La que hemos liaó Donalcito!
No
se ustedes, pero en caso de conflicto me sentiría más segura si el
ministro de defensa fuera el simio agorero. Ha demostrado tener más
intuición que las mentes más preclaras del planeta. Y además, y que
María Dolores me perdone, es mucho más mono. Puestos a palmar...
DdA, XIII/3383
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