miércoles, 14 de septiembre de 2016

SI LA MIERDA REBOTASE CONTRA QUIEN LA EXCRETA*



Félix Población

Cuentan quienes vivieron ese tiempo de silencio, con todas las insuficiencias propias de las circunstancias, que aquel recipiente era indispensable entre el mobiliario de uso de los locales públicos. Me refiero a las escupideras de la inclemente posguerra, cuando entre otras admoniciones de obligado cumplimiento figuraba la de no escupir en el suelo y no blasfemar contra el cielo. Tal prohibición era indicio sin duda de que el gargajo no estaba ni mucho menos desterrado de las malas costumbres de esos desventurados años, sino muy a tono con aquellos bacines de loza ubicados discretamente en las esquinas. 

Escupir en la calle es una costumbre que todavía no ha desaparecido de las prácticas guarras visibles en nuestras aceras. Tampoco de los campos de fútbol, donde jugadores de mucha o poca ficha abusan tanto del salivazo como de lo que un amigo mío llamaba gargajo en cerbatana, esto es, el que se desaloja sobre el césped a golpe de nariz, cerrando con un dedo uno de sus orificios y dejando el otro franco para la rauda excreción. En ningún otro deporte, que yo sepa, se da el caso de que semejantes deposiciones mocosas sean televisadas en directo, a veces en primer plano, sin que se consigne entre los cronistas el asco que provocan.

Otro vicio muy afincado en los barrios húmedos y/o históricos de nuestras ciudades, aquellos que suelen ser más pródigos en bebederos, es el de la meada al aire, contra el que se han empezado a ejercer medidas dignas de inmediata aplicación allí donde sea menester. Ya lo han puesto en marcha una serie de ayuntamientos del norte de España, sobre todo tras la celebración de las fiestas locales, que en el caso de los sanfermines pamplonicas le supuso al municipio un ahorro de 10.000 euros en el presupuesto de limpieza. Se trata de un repelente, ubicado en aquellos lugares donde más habitual sea la práctica mingitoria, que actúa contra quien orine con un rebote del pis sobre sí mismo, de modo que le impregne zapatos, pantalones y hasta la misma camisa, no sé si la jeta.

He llegado a pensar que esto de las perdurables taras del gargajo y la meada callejeras, como contravención a las más mínimas normas de higiene y respeto a los demás y a la ciudad donde se habita, no deben de ser muy ajenas a otras lacras que nos caracterizan en nuestras relaciones de convivencia y que se mantienen por encima del paso del tiempo y los supuestos avances en educación y cultura. Por referirme a la que no debería admitir ninguna duda en ese sentido, por su relación con las expuestas, señalo la que sitúa a España a la cabeza de la Unión Europea como nación más desconsiderada con el medio ambiente.  El dato lo suministró la Dirección General de Medio Ambiente de la Comisión Europea, avalado por el número de procedimientos contra nuestro país por infracciones o incumplimientos de la normativa ambiental comunitaria, un número que duplicaba los de Italia e Irlanda, países por detrás del nuestro en encabezar esa nada honrosa relación. 

Parece hasta cierto punto lógico que, dándose en España una tal sobreabundancia de tipos tan nauseabundos como los familiarizados con la guarrería de excretar sus flemas y orines a ojos vista, tengamos ganado ese primer puesto en el grado de desprecio, indiferencia y desidia hacia el tratamiento de las aguas residuales, la eliminación de los residuos y la conservación y protección de nuestro hábitat. 

Como en el caso de los repelentes contra quienes orinan en la vía pública, es de temer que el hecho de liderar tan bochornoso ranking esté repercutiendo ya sobre nosotros mismos y pueda hacerlo con mucha mayor gravedad en el porvenir. La pena es que la toxicidad de la contaminación de todo tipo que arrostramos -sin descartar la derivada de la corrupción y la necedad política- no recaiga sobre sus máximos responsables, con el mismo grado de eficacia con el que actúa el repelente sobre quienes mean con la bragueta aireada  en nuestras calles. Es decir, que la mierda propia no castigue de modo tan directo e inequívoco a quien la excreta.

*Artículo publicado en el número de septiembre de la revista Atlántica XXII.

DdA, XIII/3363

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