Yo tuve un perro malo, malo como un demonio, que solo gruñía y
trataba de morder si había gente delante. Cuando tenía público
disfrutaba mostrándose agresivo: ladraba a los niños y a las viejecitas,
se orinaba en los quioscos de los ciegos y se lanzaba al cuello de los
perros más pequeños. Siempre que hubiese alguien contemplando sus
fechorías, está claro. Odiaba especialmente a los gatos, porque eran
diferentes. Era un chulo y un macarra, un exhibicionista de malos modos,
un fan de la violencia gratuita. Un perro rabioso.
Me acordé de mi perro rabioso cuando vi a Rafael Hernando, portavoz del Grupo Parlamentario Popular en el Congreso de los Diputados, llenar de salivazos a un Albert Rivera que se estaba llevando uno de los chascos de su vida: creía que en algún momento, tarde o temprano, los de Mariano Rajoy le recibirían con los brazos abiertos. Nunca. Rivera no es de la familia.
No es de los suyos, porque no es de nadie. Rivera es un espíritu libre,
esa abejita que hoy chupetea esta flor y mañana aquella otra. La que
más polen tenga en cada momento. Y los de Rajoy son una banda
perfectamente organizada, que desprecia a los pelotas y no olvida a los
suyos. Rivera presumía de sentido de estado y fue humillado, mientras que el mentiroso Soria está de nuevo en la pomada.
Hernando puso a Rivera en su sitio, chico de los recados del PP, del
IBEX y del señor Burns. Y al mismo tiempo hizo ante las cámaras una
demostración de carácter: es el perro rabioso que todo partido de
ultraderecha quiere como portavoz. De la misma manera que todo equipo de
fútbol necesita un Simeone jugando el centro del
campo, ese cortafuegos que destruye cualquier intento creativo del
rival, Hernando es el ojito derecho de Rajoy. Ese can furibundo, sin
capacidad intelectual pero siempre con espuma en la boca. Ese montón de
pulgas vestido de Lacoste que recuerda a todos, enseñando los dientes,
quién manda aquí. El can cerbero, el perro de Hades, el monstruo canino de tres cabezas que protege el inframundo popular, esa cueva de Alí Babá alicatada con dinero negro.
¿Sabe qué paso con mi perro rabioso? Que se convirtió en un peligro público. Hubo que sacrificarlo.
Cuarto Poder DdA, XIII/3356
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