martes, 6 de septiembre de 2016

A LOS PERROS RABIOSOS HAY QUE SACRIFICARLOS

El portavoz del PP en el Congreso, Rafael Hernando, durante su intervención el pasado 31 de agsoto en la segunda sesión del debate de investidura. /Juan Carlos Hidalgo (Efe)

Javier Pérez de Albéniz

Yo tuve un perro malo, malo como un demonio, que solo gruñía y trataba de morder si había gente delante. Cuando tenía público disfrutaba mostrándose agresivo: ladraba a los niños y a las viejecitas, se orinaba en los quioscos de los ciegos y se lanzaba al cuello de los perros más pequeños. Siempre que hubiese alguien contemplando sus fechorías, está claro. Odiaba especialmente a los gatos, porque eran diferentes. Era un chulo y un macarra, un exhibicionista de malos modos, un fan de la violencia gratuita. Un perro rabioso.
Me acordé de mi perro rabioso cuando vi a Rafael Hernando, portavoz del Grupo Parlamentario Popular en el Congreso de los Diputados, llenar de salivazos a un Albert Rivera que se estaba llevando uno de los chascos de su vida: creía que en algún momento, tarde o temprano, los de Mariano Rajoy le recibirían con los brazos abiertos. Nunca. Rivera no es de la familia. No es de los suyos, porque no es de nadie. Rivera es un espíritu libre, esa abejita que hoy chupetea esta flor y mañana aquella otra. La que más polen tenga en cada momento. Y los de Rajoy son una banda perfectamente organizada, que desprecia a los pelotas y no olvida a los suyos. Rivera presumía de sentido de estado y fue humillado, mientras que el mentiroso Soria está de nuevo en la pomada.
Hernando puso a Rivera en su sitio, chico de los recados del PP, del IBEX y del señor Burns. Y al mismo tiempo hizo ante las cámaras una demostración de carácter: es el perro rabioso que todo partido de ultraderecha quiere como portavoz. De la misma manera que todo equipo de fútbol necesita un Simeone jugando  el centro del campo, ese cortafuegos que destruye cualquier intento creativo del rival, Hernando es el ojito derecho de Rajoy. Ese can furibundo, sin capacidad intelectual pero siempre con espuma en la boca. Ese montón de pulgas vestido de Lacoste que recuerda a todos, enseñando los dientes, quién manda aquí. El can cerbero, el perro de Hades, el monstruo canino de tres cabezas que protege el inframundo popular, esa cueva de Alí Babá alicatada con dinero negro.
¿Sabe qué paso con mi perro rabioso? Que se convirtió en un peligro público. Hubo que sacrificarlo.

Cuarto Poder  DdA, XIII/3356

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