Información publicada en el diario Voluntad de Gijón con motivo del suicidio del hijo de La Perala, 22-5-1964
Foto y dibujo extraídos del blog Recuerdo Gijón, de Luis A. Santiago.
Caricatura de Álvaro García Noega
En la calle Eladio Carreño se
suicidó un hombre haciendo estallar tres cartuchos de dinamita. La noche
anterior la policía lo encontró en la playa bañándose en estado de embriaguez.
La víctima se llamaba Paulino Rodríguez Gómez, era hijo de La Perala y había
trabajado en una cantera.
Titulares
del diario Voluntad, 12-5-1964
Félix Población
No puede ser más borroso el recuerdo, pues han pasado muchos años desde entonces. Tampoco podría asegurar que fuera él antes de consultar la hemeroteca. Sí tengo idea de haberme referido con lenguaje de niño al joven que mascaba chicle o fumaba cigarrillos junto al viejo quiosco de "Visnú, ideal para el cutis", sito en los Jardines de Alvargonzález, como Guasintón. El porqué no sabría decirlo, quizá porque tuviese un aire norteamericano, porque fumaba rubio o mascaba chicle, o por las tres cosas a la vez. Lo que a mí no me cuadraba es que aquel apuesto joven fuera hijo de La Perala, como se decía o yo oí alguna vez, aunque tampoco estoy seguro ahora de que hubiera escuchado ese rumor.
No puede ser más borroso el recuerdo, pues han pasado muchos años desde entonces. Tampoco podría asegurar que fuera él antes de consultar la hemeroteca. Sí tengo idea de haberme referido con lenguaje de niño al joven que mascaba chicle o fumaba cigarrillos junto al viejo quiosco de "Visnú, ideal para el cutis", sito en los Jardines de Alvargonzález, como Guasintón. El porqué no sabría decirlo, quizá porque tuviese un aire norteamericano, porque fumaba rubio o mascaba chicle, o por las tres cosas a la vez. Lo que a mí no me cuadraba es que aquel apuesto joven fuera hijo de La Perala, como se decía o yo oí alguna vez, aunque tampoco estoy seguro ahora de que hubiera escuchado ese rumor.
A La Perala la recuerdan en Gijón todos aquellos
que hayan sobrepasado algo más del medio siglo. La Perala se llamaba en
realidad Emilia Gómez, aunque pocos la reconocieran por doña Emilia. Creo que
sólo la llamaban así algunas personas mayores que le profesaban cierto respeto.
De ella se sabían muy pocas cosas. Parece que había sido o quiso ser actriz,
quizá antes de la guerra, y que después del conflicto vivió de recordar ese
oficio ejercido o anhelado con sus muy elementales actuaciones callejeras. Iba
siempre con un carrito lleno de cachivaches y ataviada con un vestuario muy
colorista que contrastaba en aquellos tiempos de blanco y negro. Se la veía también
muy recargada de bisutería, con pendientes de aro dorado, varios collares y
pulseras muy vistosos que hacía sonar al tiempo que bailaba con torpeza sepetuagenaria
y tocaba las castañuelas.
Ademas de ese bailoteo torpe, La Perala, siempre
muy maquillada, contaba chistes y canciones de su tiempo con su voz grave y
cazallera que la gente aplaudía o jaleaba en círculo. Sus actuaciones tenían
lugar en los jardines públicos, bien fuera en los de Begoña o en los del Parque
Infantil, actual Plaza de Europa. A los niños más pequeños solía inspirarles
cierta aprensión asistir a esos espectáculos, porque el arrugado rostro de doña
Emilia, con sus labios rojos y sus ojos muy pintados, de un inquietante color
verde, le daban un aspecto de bruja maléfica, al que contribuía su abundante cabello
negro y sucio, recogido en un peculiar rodete. Por muchos años fue dicho muy
usado en Gijón, para quien abusaba de los afeites o un vestuario un tanto
estrafalario, que se parecía a La Perala. Tampoco se sabe el porqué de ese
apodo. Lo cierto es que cuando La Perala aparecía con su carrito por parques y
jardines, con su atuendo colorista que le daba aspecto de gitana cíngara, la
gente se aprestaba a hacerle círculo y asistir al espectáculo, entre burlas y
risas, y también algo de conmiseración por parte de los menos.
Poca memoria más se puede encontrar de ese
peculiar personaje que algunos conocimos en los años cincuenta y sesenta. Más
que por ella misma, sin embargo, su paso por la intrahistoria de aquel Gijón
que muy lentamente se iba recuperando de la dura y oscura posguerra quedó
marcado por un trágico episodio del que dio cumplida información la prensa
local, aunque media ciudad supo del mismo antes de que se publicara en los
periódicos. Sucedió el 11 de mayo de 1964 y yo quiero creer que tuvo por
protagonista a Guasintón, el mismo joven apuesto al que los guajes del parque
veíamos mascar chicle y fumar alguna vez tabaco rubio en la parte trasera del
quiosco de Visnú, regentado por un señor enteco, de bigotillo fino y rostro
circunspecto, al que sustituía frecuentemente su atractiva esposa, risueña y
pizpireta, que hacía más agradable la compra de cualquier tebeo o golosina.
Los primeros datos que llegaron a mi familia del
hecho fueron los que marcaron la huella que iba a dejar en mí durante algunos
años. Una vecina había dicho que un hombre se había matado en una de las calles
que dan al mar metiéndose unos cartuchos de dinamita en la boca, después de
salir de uno de los portales. La misma informante aseguraba que el cadáver
había quedado destrozado y que había restos del cuerpo esparcidos a muchos
metros, entre ellos el corazón de la víctima, que yo imaginé latente sobre el
asfalto. Al poco, a esos datos se sumaron los que corrieron en pocas horas por
todo el barrio acerca de la identidad del suicida: se trata del fiu de La
Perala. De inmediato asocié la imagen del cuerpo destrozado con la apacible y
plácida apostura del joven Guasintón fumando junto al quiosco, apoyado de
espalda contra uno de los balaustres del parque. Pero lo que más me sobrecogió,
desde luego, fue imaginar su corazón en el pavimento, desencajado del pecho por
la brutal explosión.
Al día siguiente, pocos ciudadanos pudieron
sustraerse de leer la crónica que los dos diarios locales ofrecieron del
suceso. Así se pudo constatar que la desgracia tuvo lugar sobre las dos de la
tarde, según iniciaba su información el periódico Voluntad: "Hacia
las dos de la tarde, en la calle Eladio Carreño, ocurrió una fuerte explosión
que costó la vida a un hombre". Gracias a una vecina de uno de los pisos
del número 12 de esa calle, que en esos momentos estaba asomada a la ventana,
se pudo saber cómo había actuado el suicida, al que describió como un vagabundo
por su mal aspecto. Carmen Vega Vidal, que así se llamaba la vecina, dijo que
el joven se había metido en el portal número 11 y había cerrado una de las
puertas, por lo que pensó que iba a efectuar alguna necesidad. Al poco lo vio
salir con algo encendido que llevaba en las manos a la altura del pecho y que
describió como tres cartuchos: "Fue horrible. Yo estaba asomada a la
ventana. La fuerte explosión me tiró para atrás y cuando volví a salir la
imagen eran dantesca", contó en su día Carmen al diario El Comercio, aunque
muy posiblemente el periodístico adjetivo fuera de la cosecha del cronista.
Según este mismo periódico, el cuerpo de la víctima sufrió importantes
mutilaciones, con los restos esparcidos a decenas de metros, sin que se
consignase entre ellos el corazón del Peralu, tal y como también se le conocía
en Gijón.
Trasladado el cadáver al depósito, según la
crónica del diario Voluntad, la identificación de la víctima fue en
extremo difícil, dado que no llevaba documentación alguna y el cuerpo estaba
totalmente destrozado de cintura para arriba, sin que pudieran ser reconocidos
ni su rostro ni sus huellas dactilares. Se especificaba que calzaba unos
zapatos del tipo mocasines muy viejos, vestía un pantalón muy deteriorado,
llevaba una medallita de plata de la Virgen de Contrueces y un cuchillo de
cocina muy gastado por el uso. "Estas eran todas las pistas y ellas fueron
las que sirvieron de base para lograr la identificación del muerto -señalaba el
cronista-, que resultó ser Paulino Rodríguez Gómez, nacido en Gijón el día 12
de enero de 1936". A continuación se confirma la personalidad del suicida
con este ladillo: Era hijo de La Perala.
"La víctima es hijo de Emilia Gómez, una
pobre mujer muy conocida en la ciudad por la Perala y cuyas facultades mentales
se encuentran trastornadas. Dicha mujer reconoció como pertenecientes a su hijo
los pantalones, los zapatos, el cuchillo y la medalla. El cuchillo se lo había
regalado a la víctima el dueño de un establecimiento de Ceares, quien manifestó
que lo había hecho hace cierto tiempo. La Perala y su hijo viven en las
inmediaciones del cementerio de Ceares, en La Tejerona, y varios vecinos manifestaron
que en más de una ocasión la víctima había declarado que cualquier día se
metería un cartucho de dinamita en la boca y lo haría estallar.”
Otra información que se tiene en cuenta en esa
crónica es que el suicida estuvo detenido la noche del sábado al domingo, un
día antes de su muerte. Se estaba bañando en la playa a altas horas de la
madrugada en estado de embriaguez y fue retenido durante unas horas en la
comisaría de policía. El cronista aporta -igualmente de su cosecha,
probablemente- que quizá con ese baño intentó también suicidarse.
"Paulino Rodríguez Gomez tenía antecedentes en la comisaría de policía,
aunque por delitos menores, y desde hace unos años se encontraba sin trabajo y
sólo lo hacía eventualmente. Anteriormente había estado trabajando en una
cantera y hasta el momento de redactar estas líneas aún no se sabe dónde
adquirió los cartuchos de dinamita. Parece ser que padecía una enfermedad y
según varias personas que le conocían, su carácter era bastante extraño, lo que
hace suponer, por los antecedentes familiares, que sufría como su madre algún
desequilibrio mental".
El periodista de Voluntad destaca la
meritoria labor de investigación llevada a cabo por la policía para identificar
a la víctima y destaca en las últimas líneas de su información que a La Perala
se le dijo piadosamente en un principio que "su hijo había sufrido un
grave atropello y que le iban a efectuar una delicada operación. La pobre mujer
apenas reaccionó ante la noticia y no se mostró afectada por la misma, lo cual
demuestra el lamentable estado mental en que se halla". Sí reconoció, al ver
los pantalones de su hijo, que ella misma los había cosido, según la
información aportada por el diario El Comercio. Finalmente se destaca la
conmoción que ha sufrido la ciudad por el dramatismo del suceso,
"que nos sigue conmoviendo no solo por cuando pensamos en el
infortunado Paulino Rodríguez Gómez, sino también cuando sabemos que esa buena
y pobre mujer que en la ciudad se le conoce por La Perala continuará
deambulando por esas calles, con su miseria y su demencia a cuestas, sin darse
apenas cuenta de que su hijo ha perdido la vida".
Nunca más volví a ver actuar a La Perala en
los parques y jardines de Gijón. Quienes la conocieron aseguran que aquel
suceso supuso un duro golpe para ella, del que nunca se recuperó. Desconozco el
año en que murió, pero no debió ser mucho más tarde. Doña Emilia Gómez
espantaba a los guajes más pequeños, como un personaje de cuento arrancado a
las páginas de las historias que nos amedrentaban, con su cara arrugada, sus
ojos verdes, su boca de carmín rojo, su voz grave y cazallera, aquel pelo
enmarañado en un especie de diadema que acaso remedara el que un día pudo lucir
como joven actriz de váyase a saber qué teatro. Doña Emilia Gómez merecía el
respeto de los mayores, que comprendían acaso la memoria o las razones de su miseria. Pero también
había quienes se burlaban de ella y la tomaban a chacota, sobre todo entre los
chicos más crecidos. Recuerdo haber repudiado siempre esta última actitud.
¿Fue Guasintón finalmente el hijo de La Perala?
Si al principio tenía mis dudas, antes de encontrar la documentación
periodística que me ha servido para componer esta crónica, estoy por asegurar
que sí. En primer lugar porque al joven veinteañero que frecuentaba el
quiosco de Visnú, ideal para el cutis no lo volví a ver mascando chicle
o fumando un pitillo de tabaco rubio, apoyado de espalda con los codos en el
balaustre del parque. Cierto que aquel quiosco fue sustituido por otro de
aluminio, que fue religiosamente bendecido por la autoridad eclesiástica según
costumbre de la época.
Creo estar convencido, gracias al golpe de luz que alumbró mi memoria al ver la imagen del desgraciado Paulino en el diario Voluntad, de que fue Guasintón quien se barrenó el corazón con tres cartuchos de dinamita aquel mediodía de primavera y lo dejó tirado en la calle Eladio Carreño, que da al mar, el mismo mar donde el suicida se había bañado borracho la madrugada previa, sin decidirse quizá a que su corazón se lo llevaran las olas.
Creo estar convencido, gracias al golpe de luz que alumbró mi memoria al ver la imagen del desgraciado Paulino en el diario Voluntad, de que fue Guasintón quien se barrenó el corazón con tres cartuchos de dinamita aquel mediodía de primavera y lo dejó tirado en la calle Eladio Carreño, que da al mar, el mismo mar donde el suicida se había bañado borracho la madrugada previa, sin decidirse quizá a que su corazón se lo llevaran las olas.
DdA, XIII/3337
2 comentarios:
Excelente artículo que completa los poquísimos recuerdos que tenía de tan pintoresco personaje.
Gracias por acordarte de recordar.
De eso se trataba, Cefa. Gracias a ti.
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