Antonio Aramayona
Dentro de un
rato, voto. Toda una apuesta, un compromiso por que otro mundo es posible, por
que la utopía (lo óptimo) es posible y necesario. El Cañaveral viene a grabar
el último croar de una rana. Me dice esa rana que se lo toma como un acto de
amistoso acompañamiento del concierto monotonal de ese batracio. Nuestros
hijos, nuestros nietos quizá no sepan nunca de esas apuestas y esos compromisos
de este viejo, pero ante la urna estaré pensando en ellos, principalmente en
ellos.
No sé si será
mucho pedirles desde su pasado, hoy, que hagan lo mismo con las generaciones
que les seguirán. Esa urna adquiere pleno sentido solo en ellos y con ellos y
para ellos. Su futuro vive hoy en mí como viven en mí la pasión y la noche
cerrada. En sus miradas encuentro la calma tranquila del grito dormido, al
igual que reposan mis sueños inquietos en sus vidas por hacer. Ese voto para el
Congreso y ese otro para el Senado juegan en la cálida nieve de sus almas en
flor y truncan en mi boca toda vana palabra. Sueño hoy que les llega un
rescoldo rebelde que pronto quizá se apague, el murmullo de un viento que quiere
besar siempre sus caras. Dos papeles en dos sobres. Mi apuesta por ellos, mi
aire dispuesto a limpiar sus casas, transmitiendo risas, pintando de sol y de
sangre cada mañana que amanezca ante ellos. Ellos rozan ahora los labios del
viejo sediento, la furia de cientos de miles de gotas de lluvia mojando mi
cara. Por eso y para eso voto hoy.
Por vosotros
sigo estando dispuesto a convertirme en piedra, romperme en pedazos, hundirme
sin miedo en el barro, seguir la vereda hasta el último paso, hasta donde fuere
preciso. A través de esa urna nada ni nadie podrá separarnos, aunque poco o
nada sepáis de mí ya. Allí estaré yo, cuidando esa hoguera encendida que ampare
del frío la noche que aguarda. Os pido, no sé si es mucho pediros, que sigáis
queriéndome, aunque no tenga para vosotros rostro o nombre.
DdA, XIII/3306
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