Antonio Aramayona
Si me preguntas más veces por qué, te comprendo, pero compréndeme
también a mí cuando solo te abrace con la esperanza de que yo sea esa respuesta
que me pides. Danzan a nuestro alrededor los porqués de tantas cosas, tuyas y
mías, de todos y de nadie. Bailemos entonces con ellos, con todas nuestras
preguntas y nuestras dudas. Preguntar y buscar y decidir: no otra cosa intenté
enseñar en cada aula en la que entré como profesor, docente, enseñante o
maestro (los nombres son los de menos).
“Hace tiempo estaba indeciso, pero ahora ya no estoy tan seguro”, te
escribo en cada email. Es una frase que
cruzó mi vida una tarde mientras leía “Kant
y el ornitorrinco”, de Eco, y desde entonces piensa y ríe conmigo.
Yo no quiero preguntarte nada. Basta estar juntos, degustando la placidez
después de tempestades, fundiendo en una sola cosa la meta y la salida, en
silencio, en el placer de la música que besa y besa, en el misterio de esa vela
que en pocos días se apaga y resiste a la vez el viento que no cesa.
Si me preguntas por qué... no sé... tras el abrazo en este valle,
mi valle, donde habito, veré cómo te alejas por ese camino que amo desde que
tengo conciencia de ser yo, y no otro, de ser caminante contigo, fiero y lúcido. Y te irás, sabiendo que aquí me quedaré,
cerrados los ojos, dormido, sin palabras, sin respuestas.
Quizá entonces, mientras caminas, la duda alguna vez emborrone tu mirada y el tedio pretenda acompañarte
disfrazado de sabio prudente (como barbitúrico en noches sin amante), encubriendo su miedo a las preguntas que no temes.
Pero tú pregunta y pregunta, duda, busca, indaga, camina siempre, siempre. Recuerda
que eres poblador o pobladora de un mundo de
seres vivos, siempre por hacer: las hienas quizá pretendan robarte el alma,
pero tú niégate a las respuestas de plomo, al canto del sofista, al
mundo de muerte de los partidarios de la moral de los esclavos, que se creen
superiores por hacerse eunucos por el reino de su cielo. Niégate, pues, siempre a sucumbir, a renunciarte.
Por el
contrario, afírmate, afirma al ser humano que
se abre camino ensanchando la pelvis de la historia. Que
no te lo roben. Afirma todo, afirmando la humanidad de todo ser humano.
¡Qué bien
y cuánto he caminado contigo! Desde mi valle, me siento cada hora que pasa más contento
y orgulloso de ti mientras, pasito a pasito, te vas alejando…
DdA, XIII/3311
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