Antonio Aramayona
Estuve al borde del llanto cuando una mujer
entrada en años me contaba que tenía a su cargo una hija y dos nietas con una
pensión mensual inferior a 400 euros, que más de una noche y más de dos se
había quedado sin cenar para que las dos niñas pudiesen compartir una tortilla
de un huevo y una patata hervida. A esa mujer, sentada a mi lado mientras
esperábamos con un puñado de miembros de Stop Desahucios la resolución del
enésimo caso de desahucio en los antiguos Juzgados de la Plaza del Pilar,
también le iban a desahuciar su vivienda en breve plazo. Aquella mañana, sí, estuve
al borde del llanto de tanta impotencia.
Ni entonces ni nunca vi a Albert Rivera
llorar públicamente por la angustia diaria de aquella gente ni de la gente de su Barceloneta
que padecía el mismo drama. Solo lloró el otro día en Venezuela ante decenas de
cámaras ávidas de esa lacrimosa imagen por las víctimas del diabólico Maduro.
Mientras miraba cómo resbalaban las lágrimas por su rostro, me indigné por todas
las lágrimas no derramadas durante los últimos años en su España unida ante los
centenares de miles de víctimas de Bruselas, la Troika, el Gobierno Popular, la
Banca toda, las grandes empresas del Ibex 35. Me pregunté también si Albert
Rivera no había llorado porque desconocía a las víctimas de su España unida,
lejanas y sin rostro, conociendo quizá bien, en cambio, a los banqueros y
empresarios que le habían aupado hasta su mirífico centro desde donde
garantizaba la vacuna contra el populismo radical de los amigos de la dictadura
bolivariana.
Mientras sonaba, vibrante, el himno
venezolano…
Gritemos
con brío / Muera la opresión / Compatriotas fieles, / la fuerza es la unión; / y
desde el Empíreo / el Supremo Autor, / un sublime aliento / al pueblo infundió…
…me venían a la memoria las palabras de Luis
Almagro, actual presidente de la Organización de Estados Americanos (OEA): “No
hay neutralidad moral si hay presos
políticos”, y me preguntaba qué neutralidad moral hay, por ejemplo, cuando
Arabia Saudí, uno de los principales aliados del Occidente rico, cristiano y
suministrador de armas, ha batido su récord de decapitaciones (157 en 2015) o
de diez años de prisión y mil latigazos por “insultar el islam”, o que allí la
mujer sea severamente castigada en el caso, por ejemplo, de conducir, viajar
sola, probarse ropa durante las compras, hablar con hombres que no sean de su
parentela o abrir una cuenta bancaria sin permiso de su marido. No he visto
llorar a Albert Rivera ni a nadie de la clase política por esta causa. Tampoco
conozco las intenciones de Rivera (o de Aznar o de González, pongamos por caso)
de hacer una visita a Sarabia Saudí durante la campaña electoral.
Con tanto ruido y tantas nueces, es difícil ver y
escuchar el “hambre invisible” del que habla Jean Ziegler, esos 2.000 millones
de mujeres y hombres malnutridos, esos 50 millones de personas que cada año
mueren en hambrunas que jamás aparecerán en nuestras teles, ese niño que cada
cinco segundos muere de hambre en el mundo. A la luz de estos datos, algunas
lágrimas pueden ser sinceras y a la vez propagandísticas, incluso me atrevería
a tacharlas de obscenas.
No solo hay lágrimas, sino también loas, como las
lanzadas por el expresidente González a su admirado amigo, el “emprendedor nato”
Massoud Zandi, por aquel entonces presidente de Star Petroleum, inigualable
“para crear espacios nuevos”, como el que se proponía crear en Sudán del Sur,
rico en minerales y petróleo, rico sobre todo en guerras civiles sin fin que
dejan al mejor postor occidental sus riquezas naturales, y que obliga al
indígena a defenderlas con las armas para poder comprar más armas para seguir
defendiendo sus riquezas en manos del amo occidental, con el resultado de dos
millones de sursudaneses muertos en guerras interminables “de baja intensidad”
de las que ni nos enteramos.
Millones de campesinos sin tractores, bueyes o
carros, sin arados ni instrumentos que no sean sus propias manos, alimentados
con la caridad de lo que nos sobra, estafados por emprendedores natos recomendados
por líderes natos que van dejando en la cuneta de la vida a millones de
muertos por hambre y de miseria. Nunca han oído hablar del FMI, del Banco
Mundial o del Club de París, y desconocen que su país es el miembro 134 del
G-77 desde marzo de 2015. A algunos emprendedores-depredadores natos tampoco
les interesan estos datos, pues ya buscan los negocios en otros lares, mientras
reparten a sus amigos suculentos pellizcos de alguna de sus empresas radicadas
en paraísos fiscales.
Llora y llora Albert Rivera porque “algunos” van a
Venezuela solo en busca de “dinero e información”, mientras que a él y a los
suyos, políticos altruistas natos, les importa “lo que pasa más allá
de nuestras fronteras” y viajan a otros países solo a “apoyar a los que han sufrido”
en la dictadura bolivariana, que, en su hipocresía supina, dicen tener por la
peor de las dictaduras posibles. Por amor a la democracia y la libertad
abandonaron, por ejemplo, en 2013 el Parlament en una votación sobre el
franquismo y el nazismo, y con su abstención evitaron junto con el No del PP
que la localidad zaragozana de Calatayud retirase a Franco la medalla de oro de
la localidad.
Ahora y siempre, Timonel de la dulce sonrisa y
Centinela de Occidente.
DdA, XIII/32887
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