He pasado la mayor parte de mi
vida intelectual a la caza del sentido que pueda haber en
lo apodíctico y en lo dogmático, en el tópico y en el prejuicio. Detrás de todas las culturas está el prejuicio, pero como vivo en la española es en el pensamiento español
en general en el que a los prejuicios por así decir autóctonos se suman otros
de procedencia anglosajona sin apenas resistencia. En otras épocas fueron la cultura y la educación francesas las que
influyeron poderosamente en Europa y en España. Hoy y desde hace más de medio
siglo, éstas han desaparecido casi por completo eclipsadas por lo anglosajón
en cuanto a hábitos y al modo de enfocar la economía principalmente. Véase si
no, de dónde procede la ideología neoliberal y con ella la privatización salvaje...
Allport (1979) y otros definen el prejuicio
como actitud de recelo u hostil hacia una persona que pertenece a un grupo,
por el simple hecho de pertenecer a dicho grupo, y a la que, a partir de esta
pertenencia, se le presumen las mismas cualidades negativas que se adscriben
a todo el grupo. También podríamos definirlo como juicio generalmente
negativo que se forma inmotivadamente de antemano y sin el conocimiento
necesario imbuido desde edades muy tempranas.
Pero yo prefiero atenerme a la definición
académica: "opinión previa y tenaz generalmente
desfavorable, acerca de algo que se conoce mal". Pues ésta es, a mi juicio, la que mejor sirve
al fin que me propongo: alumbrar prejuicios incrustados en el sentir y en la
opinión más extendidos.
Sea como fuere España es uno
de esos países que, por la fluctuación e inestabilidad de la noción res publica a la que se ha opuesto el
dogma y el pensar católicos, más necesitado está de contestar a sus atavismos
y de complementar sus prejuicios (ordinariamente
reforzados por el poder raramente no absoluto), con otros traídos desde
fuera. Y en estos tiempos de la postmodernidad se va introduciendo en la
mentalidad a través de ideas repetidas hasta la saciedad por la pedagogía
dominante y por la propaganda periodística, ambas infectadas a su vez por los mantras
anglosajones que nadie combate ni contesta.
Siendo así que el prejuicio
automatiza y bloquea el pensamiento y el espíritu crítico, la homofobia, el
racismo, la xenofobia y la discriminación que les acompañan responden con
precisión a la idea del prejuicio de Allport. Pero el prejuicio no sólo se encapsula en esos
prefabricados de diseño. También en otros aspectos es manifiesto, y ello con
consecuencias varias aunque pasen casi desapercibidos. La reiteración de un
modo preconcebido de considerar la realidad hace de tracción intelectiva e
invade grandes áreas de la vida cotidiana. Casi todos los prejuicios
estereotipados como los relacionados con racismo, xenofobia u homofobia
están casi plenamente identificados cuando alguien habla o escribe, y en
cierta medida también ya debilitados. Sin embargo, hay otros acuñados por potentes grupos sociales y centros de poder divulgados
desde los tribunales periodísticos mediáticos, que arrastran soterradamente a la sociedad a
posicionamientos mentales insensatos.
Prejuicios, tan torpes unos
como otros, son: que el comunismo es indeseable y pernicioso; que quien no sabe
de leyes no puede discernir sobre lo justo y lo injusto; que quien no es
médico, no puede entender de su propia salud; que quien no es economista, no
puede manejar ni sus cuentas ni las públicas; que el tiempo es oro, cuando si
algo le sobra al ser humano es tiempo; que un país no puede desarrollarse si no
se endeuda por la Deuda soberana; que quien no viste la indumentaria de los
últimos cien años, no puede desempeñar un cargo público; que el rumano y el
gitano son ladrones; que la categoría del coche o la vivienda equivalen a la
categoría personal del conductor o del vecino; que quien tiene buena memoria
es también inteligente; que el libro electrónico es enemigo del libro impreso;
que el ateo y el no creyente no son respetables; que el político o charlatán,
la misma cosa, son solo quienes pueden gobernar a un país; que la austeridad
es indeseable; que el no consumir es malo para la sociedad; que no tener una
vivienda en propiedad es indigno... Y otros de factura similar en
este país, unos traídos en volandas por las ideas religiosas a lo largo de los
siglos y otros llegados arteramente desde
una corta tradición de lo que hemos de entender
inexcusablemente por progreso...
Es cierto que en el prejuicio
(como en el tópico o el refrán) puede haber cierto fundamento. Pero una cosa es
eso y otra que anule cualquier otra verdad. Es más -y no me refiero sólo a los
que responden a la definición de Allport-, puede llegar a encerrar tal grado
de error o estupidez, que un prejuicio religioso, ideológico o común han podido
por sí mismos desencadenar el crimen o la guerra. Pero en tanto esto no sucede, lo más triste
para las sociedades que se mueven ostensiblemente
a golpe de prejuicio es que el prejuicio cierra el camino al pleno desarrollo
de la personalidad y coarta el pensamiento y el espíritu que hacen grandes a
cada ciudadano.
DdA, XIII/3253
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