Sofía Castañón
Son las 09.30 de la mañana y llegamos al Congreso, con el peso de una
lista de cosas que ningún día decrece y cada día aumenta. Hay llamadas,
hay que tramitar solicitudes de espacio para reuniones, hay una reunión
para un replanteamiento del agua, hay muchos correos que responder, hay
dos proposiciones no de ley que repasar, una propuesta de ley que sacar
adelante, hay mucho que seguir aprendiendo cómo funciona, que seguir
estudiando, ahondando.
Delante de la Carrera de San Jerónimo, camiones de varias televisiones. Miramos la parte de arriba. Uno de los platós es más grande que la mayor parte de los platós en los que he trabajado. Todo un despliegue para cubrir una investidura que es un fracaso anunciado.
Hoy es complicado moverse por el Congreso. Se lo cuento a un compañero del Consejo Ciudadano de Asturies que acude a una reunión en representación de la Plataforma por el Agua d'Asturies, en la cafetería casi no podemos pedir y los camareros están desbordados. ¿Qué ocurre? Le digo que claro, que hoy es la Sesión de Investidura y han venido todas las 350 personas que tienen que estar en el Congreso. Normalmente no hay ese jaleo. Da que pensar dónde se meten la mayor parte de los diputados y diputadas el resto de días, con las instalaciones mucho más transitables.
Han pasado unas horas y la lista de tareas ha ido mutando (tachando, apuntando nuevas, ¡caramba, esta es una idea muy buena para sacar adelante esto otro!). Reunión del grupo parlamentario. Rosana Pastor hace una petición que modestamente considera menor. No lo es. Nos pide que no se use el término “teatro” para definir a lo que sabemos que es un fraude. El teatro es generosidad, es comunicación y la gente que trabaja en el teatro lo hace con verdad. Lo que vivimos estos días no es ningún teatrillo, ni pantomima, ni farsa. Es un fraude y a ratos, tristemente, un espectáculo, sí, pero lamentable.
Lamentable que durante la intervención del candidato a la presidencia, la bancada del Partido Popular sea maleducada: no escuche, hable, haga gestos. Lamentable que no haya unos mínimos de saber estar (porque es cierto, se escuchan cosas que no gustan en esta cámara) que esté a la altura de los millones de personas que les han votado como representantes.
Pedro Sánchez expone con una retórica pobre, carente de verosimilitud. Dice cosas como ser el cambio, al mismo tiempo que quiere tender la mano al Partido Popular. Pienso en los ideales socialistas e imagino que esa rosa roja en el puño bien pudo ser “el estado del bienestar” que predican y, dicen hoy, les caracteriza. Pienso que tendiendo la mano al PP lo que se hace es dar la rosa, el estado del bienestar, a quien lleva cuatro años desmantelándolo. Habla de mestizaje, de ir simultáneamente en todas las direcciones. Se difumina y gira sobre su propio eje. Escucho, claro. Con atención, es su turno de palabra y no el nuestro y no estamos en un bar (bueno, algunas diputadas y diputados sí). Pero querría decirle que el cambio no es que no gobierne el PP porque el cambio se pedía en las calles en 2011 y quien gobernaba entonces era el PSOE. El cambio es hacer otras políticas y hacerlas de otra manera.
Me doy cuenta de la multitarea que la vida nos ha obligado a adquirir. Pienso en esta tarde: en cómo sería hace cuatro años. Estaría en casa, después de recoger todo lo de la comida y mirando de reojo (si no fuera porque hace cuatro años no había nacido aún) a mi hijo durmiendo la siesta. Estaría siguiendo con el portátil la sesión, comunicada sin importar las distancias, con otras muchas personas preocupadas por qué va ser del gobierno, qué tipo de políticas van a marcar los próximos años y van a condicionar nuestras vidas y en qué sentido lo harán. Si para mal, para peor. O para bien.
Pero no es hace cuatro años y sólo puedo suponer que la criatura para la que quiero otro futuro estará a kilómetros de distancia durmiendo la siesta. Pero sí puedo tomar notas y querer contar lo que veo. Esta tarde me siento espectadora privilegiada: no veo esto desde casa, sino desde un escaño. Lo veo porque 132.007 asturianas y asturianos han querido que haya dos pares de ojos, de oídos -y dos voces aclaradas cuando toque- en el Congreso que los representara. Claro que contar, claro que decir. Desde este escaño se ven algunas aristas, algunos gestos, algunas brechas. Hemos venido para no hacernos los sordos, para golpear con la palabra. Y para, con esa generosidad del teatro, dar la información a la que accedemos. Comprometernos con la palabra dada.
Delante de la Carrera de San Jerónimo, camiones de varias televisiones. Miramos la parte de arriba. Uno de los platós es más grande que la mayor parte de los platós en los que he trabajado. Todo un despliegue para cubrir una investidura que es un fracaso anunciado.
Hoy es complicado moverse por el Congreso. Se lo cuento a un compañero del Consejo Ciudadano de Asturies que acude a una reunión en representación de la Plataforma por el Agua d'Asturies, en la cafetería casi no podemos pedir y los camareros están desbordados. ¿Qué ocurre? Le digo que claro, que hoy es la Sesión de Investidura y han venido todas las 350 personas que tienen que estar en el Congreso. Normalmente no hay ese jaleo. Da que pensar dónde se meten la mayor parte de los diputados y diputadas el resto de días, con las instalaciones mucho más transitables.
Han pasado unas horas y la lista de tareas ha ido mutando (tachando, apuntando nuevas, ¡caramba, esta es una idea muy buena para sacar adelante esto otro!). Reunión del grupo parlamentario. Rosana Pastor hace una petición que modestamente considera menor. No lo es. Nos pide que no se use el término “teatro” para definir a lo que sabemos que es un fraude. El teatro es generosidad, es comunicación y la gente que trabaja en el teatro lo hace con verdad. Lo que vivimos estos días no es ningún teatrillo, ni pantomima, ni farsa. Es un fraude y a ratos, tristemente, un espectáculo, sí, pero lamentable.
Lamentable que durante la intervención del candidato a la presidencia, la bancada del Partido Popular sea maleducada: no escuche, hable, haga gestos. Lamentable que no haya unos mínimos de saber estar (porque es cierto, se escuchan cosas que no gustan en esta cámara) que esté a la altura de los millones de personas que les han votado como representantes.
Pedro Sánchez expone con una retórica pobre, carente de verosimilitud. Dice cosas como ser el cambio, al mismo tiempo que quiere tender la mano al Partido Popular. Pienso en los ideales socialistas e imagino que esa rosa roja en el puño bien pudo ser “el estado del bienestar” que predican y, dicen hoy, les caracteriza. Pienso que tendiendo la mano al PP lo que se hace es dar la rosa, el estado del bienestar, a quien lleva cuatro años desmantelándolo. Habla de mestizaje, de ir simultáneamente en todas las direcciones. Se difumina y gira sobre su propio eje. Escucho, claro. Con atención, es su turno de palabra y no el nuestro y no estamos en un bar (bueno, algunas diputadas y diputados sí). Pero querría decirle que el cambio no es que no gobierne el PP porque el cambio se pedía en las calles en 2011 y quien gobernaba entonces era el PSOE. El cambio es hacer otras políticas y hacerlas de otra manera.
Me doy cuenta de la multitarea que la vida nos ha obligado a adquirir. Pienso en esta tarde: en cómo sería hace cuatro años. Estaría en casa, después de recoger todo lo de la comida y mirando de reojo (si no fuera porque hace cuatro años no había nacido aún) a mi hijo durmiendo la siesta. Estaría siguiendo con el portátil la sesión, comunicada sin importar las distancias, con otras muchas personas preocupadas por qué va ser del gobierno, qué tipo de políticas van a marcar los próximos años y van a condicionar nuestras vidas y en qué sentido lo harán. Si para mal, para peor. O para bien.
Pero no es hace cuatro años y sólo puedo suponer que la criatura para la que quiero otro futuro estará a kilómetros de distancia durmiendo la siesta. Pero sí puedo tomar notas y querer contar lo que veo. Esta tarde me siento espectadora privilegiada: no veo esto desde casa, sino desde un escaño. Lo veo porque 132.007 asturianas y asturianos han querido que haya dos pares de ojos, de oídos -y dos voces aclaradas cuando toque- en el Congreso que los representara. Claro que contar, claro que decir. Desde este escaño se ven algunas aristas, algunos gestos, algunas brechas. Hemos venido para no hacernos los sordos, para golpear con la palabra. Y para, con esa generosidad del teatro, dar la información a la que accedemos. Comprometernos con la palabra dada.
DdA, XII/3230
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